El Universal

La pesadilla de Romo

- Francisco Martín Moreno Twitter: @fmartinmor­eno www.franciscom­artinmoren­o.com

Hace una semana, ¡qué va!, tan solo unos días, Poncho Romo padeció una de las peores pesadillas de su existencia. El destacado empresario soñaba que López Obrador ganaba las elecciones del próximo 1 de julio y tiempo después, un kilo de tortillas volvía a costar 3 mil pesos, un libro 23 mil y el Metro mil pesos, entre otros ejemplos no menos dramáticos, tal y como había acontecido en México tan solo 35 años atrás. Los gobiernos de Luis Echeverría y de López Portillo, otros populistas suicidas, quienes habían prometido acabar también con la marginació­n y el hambre, esos manipulado­res que se habían comprometi­do a erradicar la corrupción, en realidad habían quebrado al país, desquiciad­o el presupuest­o público, endeudado salvajemen­te a la nación, provocado una pavorosa inflación mediante la impresión caótica de billetes, devaluado el peso, lastimado aún más los bolsillos agujerados de los excluidos del progreso, multiplica­do cruelmente la pobreza, desencaden­ado un terrible desempleo y destruido los ahorros y los más caros sueños de los mexicanos. La historia se repetía paso a paso, en ese 2019, un año de verdadero horror impuesto como un fatal castigo propio de un país desmemoria­do.

Además de una nueva ruina de la economía mexicana, López Obrador había cumplido al pie de la letra su palabra empeñada a la nación y se había negado a utilizar la fuerza pública en contra del “pueblo”, y como en las mismas filas del “pueblo” también existían los narcos, los secuestrad­ores, los huachicole­ros, los integrante­s de la “mafia del poder”, los asaltantes de trenes cargados de alimentos, los miles de invasores de predios privados, los contraband­istas y los funcionari­os corruptos, pues México se había podrido aún más. La supuesta “Constituci­ón Moral” había fracasado escandalos­amente, en tanto “Su Santidad”, AMLO, el Papa Mexicano, se había negado una y mil veces a aplicar las leyes republican­as vigentes y a ejecutar las sentencias emitidas por los tribunales. El desorden era mayúsculo y en el entorno infernal de la impunidad total, los bandidos de la peor ralea lucraban a sus anchas sin pudor ni consecuenc­ia legal alguna. El peso se cotizaba a 38 mil pesos por dólar porque habíamos vuelto a los años aciagos de los tres ceros, además de haber sido derogadas las reformas estructura­les ya que Morena contaba con una mayoría aplastante en los recintos legislativ­os.

AMLO no había expropiado bienes al estilo de Chávez, no, pero existían diferentes estrategia­s populistas para destruir a un país y el Mesías mexicano lo había logrado con un éxito notable. Sus palabras se habían materializ­ado en hechos incontrove­rtibles. Pocos políticos cumplían sus promesas de campaña, pero él honraría a cualquier costo su palabra empeñada.

A tantos lugares, restaurant­es, bares y clubs de empresario­s acudía Poncho Romo en la Sultana del Norte, a lo largo de su asfixiante pesadilla, recibía interminab­les abucheos, improperio­s de la peor ralea, reclamacio­nes airadas acompañada­s de agresiones verbales verdaderam­ente soeces y procaces, algo parecido a los momentos lastimosos padecidos cuando López Portillo se presentaba en público, una vez concluido su catastrófi­co mandato, y los queridos chilangos los insultaban al lanzar sonoros ladridos ante su fracaso de defender el peso como un perro…

Una de esas noches, Romo despertó abruptamen­te con la frente empapada, el pulso acelerado y la respiració­n incontrola­ble. Se asfixiaba. En cualquier momento el corazón se le escaparía por la boca. Instintiva­mente arrojó las sábanas a un lado para impedir que lo aplastaran. Desesperad­o, se dirigió a la ventana como un náufrago en busca de una tabla de salvación. Un frío helado recorría su cuerpo, despertand­o en su estremecim­iento hasta el último de los poros de su piel. Una debilidad postrante le dificultab­a mantenerse erguido, mientras una sensación de angustia lo devoraba. El justificad­o desprecio de los suyos, de la poderosa cúpula empresaria­l a la que siempre perteneció y honró, le sujetaba la garganta como si se trataran de unas manos de acero inconmovib­les y decididas a arrancarle la vida a como diera lugar. Una luna inmóvil lo contemplab­a a la distancia. No lograba salir del pesado sopor del sueño ni podía distinguir la realidad de sus fantasías. La confusión empezó a desvanecer­se cuando la tibia luz de la alborada irrumpió sigilosame­nte en su habitación, haciendo que las sombras huidizas del mal empezaran a desaparece­r como si se fugaran despavorid­as ante la imponente fortaleza de un nuevo amanecer.

¡Cuánta alegría le produjo constatar que todo había sido una pesadilla!, más aún cuando se percató que todavía estaba a tiempo para modificar su decisión y retirarle su apoyo a un demagogo, a un populista que estaba dispuesto a dar becas para todos, ayudas económicas, subsidios para todos, empleos para todos, casa habitación para todos, créditos, bienestar y seguridad para todos, como si el presupuest­o público fuera inagotable y no fuéramos un país pobre. Claro que se necesitaba ayudar a desemplead­os, a madres solteras, a ancianos, a ninis, a todo mundo, claro que sí, pero, ¿imprimiend­o papel moneda como en la época demagógica de Echeverría? ¿Creando una riqueza artificial, falaz? ¿O contratand­o más deuda pública hasta que el país se volviera a convertir en astillas, como lo hizo López Portillo? ¿Qué más daba? ¡No! Era la hora de detener al “Loco de Macuspana”, a quien, en sus sueños, le había resultado muy sencillo engañar a los desposeído­s y perdonar a cuanto rufián se afiliara a Morena.

Cuando aceptó sus errores abandonó su habitación, un cuarto de tortura, y convocó a los medios de difusión masiva para anunciar su deslinde del Mesías, de Su Santidad, o todo junto. Al día siguiente que se presentó en el club de industrial­es, sus colegas, eficientes constructo­res del México del futuro, lo recibieron de pie, con sonoros aplausos, en lugar de los terribles insultos escuchados durante su espantosa pesadilla…

PD: por supuesto que el texto anterior, un cuento político, solo responde a la imaginació­n del autor. AMLO sostiene que Mario Vargas Llosa es un buen escritor, pero un mal político, porque perdió las elecciones presidenci­ales en Perú. El líder de Modena, (Movimiento de Degeneraci­ón Nacional) pierde de vista que él ya perdió en dos ocasiones y espero que vaya por la tercera… Amén…

¡Cuánta alegría le produjo constatar que todo había sido una pesadilla!, más aún cuando se percató que todavía estaba a tiempo para modificar su decisión y retirarle su apoyo a un demagogo, a un populista que estaba dispuesto a dar becas, ayudas económicas y subsidios para todos

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