Guillermo del Toro Los años de formación
En el Instituto de Ciencias, el colegio jesuita de Zapopan que durante décadas se caracterizó por contar con un ring de boxeo para que los alumnos arreglaran sus diferencias, no están disponibles los anuarios escolares para la consulta de un periodista. Sin embargo, la dirección hace una excepción por tratarse de Guillermo del Toro. Exhibido en una vitrina puede verse uno de los trece Arieles que ganó Del Toro con La
invención de Cronos, su primer largometraje, y que donó a su escuela.
Bajo la vigilancia del encargado de la biblioteca, paso las páginas de tres viejos tomos empastados, donde aparecen fotografías en blanco y negro de alumnos y profesores. Esta escuela sirvió de escenario para el primer cortometraje de Del Toro, Pesadilla
1, un plano secuencia rodado en formato súper-8 de una mano terrorífica (cubierta con el moco de King Kong) que sale de un excusado y, luego de recorrer pasillos y subir escaleras, ataca a un hombre que trapea.
En el anuario de 1983 me detengo en los retratos de los alumnos graduados de tercero de preparatoria. Ahí, vestido de smoking, aparece un joven sonriente y cachetón, de melena rubia que lleva puestos unos modernos lentes oscuros. “GUILLERMO DEL TORO GÓMEZ.- Toro,
Torito o simplemente Memo. Actor innato, cómico natural, el mejor carrillero del IDEC. Cinéfilo de corazón. Impulsó el cine entre los compañeros. Hizo admirablemente sus pininos de maestro de secundaria. Amigo de los maestros, en particular de Daniel Varela. Será un excelente comunicador porque tiene muchas cualidades. Dicen que el primer cuento que oyó en su vida fue: Drácula”, refiere el texto que acompaña a la imagen.
“Yo viví una infancia profundamente bizarra, influido por todo el pop japonés, el cine mexicano de terror, la influencia del cine de productoras como la Hammer Films y Universal Pictures, de los cómics de Editorial Novaro, de revistas como Duda, Tradiciones
y leyendas, Fantomas; es decir, la infancia, que todavía cargo conmigo y la misma emoción que me daba entonces una película de Godzilla o de Santo, me da ahora. Trato de no desactivar esa emoción infantil”, declaró Del Toro en entrevista publicada en la revista
Cine Toma en el otoño de 2013.
Daniel Varela, un hombre de 66 años con gafas redondas y barba de candado, me recibe en el CAAV, el centro de artes audiovisuales que fundó en 1995 y que se localiza en la Colonia Americana. Varela, que entró en 1980 al Instituto de Ciencias como profesor de actividades estéticas, se enfocó en el cine.
“Sobresalía Guillermo porque sabía de películas”, dice sentado bajo una sombrilla. La
niebla de John Carpenter era una de las favoritas de aquel adolescente que comenzó a familiarizarse con el cine cuando sus padres lo llevaron al autocinema a ver Cumbres borrascosas, su primer contacto con el mundo gótico. También Parásitos asesinos, de Cronenberg; y Carrie, de Brian de Palma, las cuales veían en videos beta. De su afición al cómic menciona que era fanático de Richard Corben, el erótico historietista underground que combinó el terror con la ciencia ficción.
Varela recuerda que un sábado se encontraba él en el salón de proyecciones del Instituto de Ciencias, cuando escuchó que alguien se aproximaba. Era Guillermo del Toro