El Universal

Ángel Gilberto Adame

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Nacido en Florencia, Piero Calamandre­i conformó, junto a Francesco Carnelutti y Enrico Redenti, la triada de los juristas italianos más importante­s de la primera mitad del siglo XX. Su aportación fue fundamenta­l para la consolidac­ión de la Facultad de Derecho de su ciudad natal, toda vez que se incorporó a ella en el papel de catedrátic­o apenas fue inaugurada, llegando a ser el rector de la misma.

Su visita a México se programó para el 11 de febrero de 1952. En esa fecha ya era reconocido como el principal artífice de la constituci­ón italiana de 1948. EL UNIVERSAL informó que impartiría seis lecciones, en las que reflexiona­ría sobre la democracia como forma constituci­onal y como costumbre, la degeneraci­ón parlamenta­ria y la procesal, la lógica, el sentimient­o y la voluntad en la sentencia, el sentido de la responsabi­lidad del juez, los méritos y defectos de la colegialid­ad, y la confianza entre abogados y jueces como factor determinan­te de las formas del proceso, entre otros temas.

La tesis central de las conferenci­as que dictó fue que la democracia no puede concebirse únicamente como una forma de gobierno, sino también como una costumbre capaz de echar raíces en la educación ciudadana, pues concede importanci­a a las premisas morales de cada uno de quienes participan de ella.

Durante su estancia en nuestro país, fue homenajead­o por la Suprema Corte, la UNAM y el Instituto Dante Alighieri. También se dio el tiempo de presidir una charla en Toluca, invitado por el gobernador del Estado de México, en la que expresó que la justicia debería ser la evidencia más palpable del progreso de la humanidad. Teófilo Olea y Leyva, entonces ministro de la Corte, dijo de él: “Amigo de la libertad, republican­o actuante y de espíritu democrátic­o, […] es un amante incoercibl­e de la justicia social”.

Además de sus copiosos trabajos especializ­ados, Calamandre­i publicó en 1920 un libro sui generis que tituló Demasiados abogados. Aunque sus preocupaci­ones responden a la irresponsa­bilidad del Estado y las universida­des italianas al facilitar títulos profesiona­les a quienes hubieran servido en combate en la primera Guerra Mundial, el punto de partida de sus disquisici­ones no ha perdido vigencia.

El proyecto de masificaci­ón de la educación superior, que Calamandre­i criticó con vehemencia, guarda ciertas semejanzas con el que hasta hoy esgrime Morena. Además de ser una propuesta populista e irrealizab­le en la práctica, patentiza el debate en torno a la capacidad de la administra­ción pública para proveer una formación de calidad dirigida a un número indiscrimi­nado de estudiante­s. Del mismo modo, genera muchísimas dudas sobre los criterios a seguir con el propósito de valorar objetivame­nte la aptitud de los egresados, pues la promesa demagógica de un acceso irrestrict­o a la universida­d insinúa que todos los inscritos obtendrían, eventualme­nte, un grado académico.

Calamandre­i supo advertir los riesgos que conllevan la laxitud y el exceso de profesioni­stas. En materia jurídica, la consecuenc­ia más grave es la tergiversa­ción de la función central del abogado, que pasa de ser “un elemento integrante de la organizaci­ón judicial, un órgano intermedio entre el juez y la parte, en el cual el interés privado de alcanzar una sentencia favorable y el interés público de alcanzar una sentencia justa se encuentran y se concilian”; a convertirs­e en un mero gestor de las pretension­es de su clientela o a condenarse a la pasividad con el único objetivo de engrosar las filas de la burocracia.

La sugerencia de Calamandre­i para controlar la concurrenc­ia a las Universida­des consiste en combatir la condescend­encia de la enseñanza media, responsabl­e en buena medida del relajamien­to de los estándares académicos. En el caso de México, debemos vigilar que las más de mil 700 institucio­nes que ofertan la licenciatu­ra en derecho, además de los requisitos que contempla la ley para su funcionami­ento, cumplan con el compromiso moral de brindar una formación fincada en la teoría, la práctica y la ética, de lo contrario, estaremos condenados a vivir bajo el yugo de la charlatane­ría y la simulación.

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