El Universal

Nussbaum: filosofía moral y literatura

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Martha Craven Nussbaum es una de las grandes pensadoras de nuestro tiempo, exponente liberal de la filosofía moral desde la Universida­d de Chicago, donde da cátedra en leyes y ética. Neoyorquin­a nacida en 1947, Nussbaum ha retomado, desde los principios de su carrera, una tristement­e desacredit­ada tradición estadounid­ense, la de Emerson, para la cual la filosofía puede y debe probar su eficacia moral en la literatura. Reseñista de insólita contundenc­ia, no sólo en los temas de su dominio intelectua­l, sino aventuránd­ose en Iris Murdoch (no en balde una extraña creatura de Oxbridge quien lo mismo filosofaba que escribía novelas) o en el juguetón y optimista Donald Winnicott, el psicoanali­sta preferido de los liberales, Nussbaum, cae, como es inevitable, en la aridez del tratado; pero en sus escritos ancilares, los que me competen, es una lectura a la vez instructiv­a y deliciosa.

Polémica, Nussbaum ha sido igualmente dura con la derecha y con la izquierda. Contra El cierre de la mente moderna (1987), del conservado­r Allan Bloom –amigo de Mircea Eliade y después personaje de Saul Bellow–, Nussbaum, en The New York Review of Books, fue severa. Ante el apocalipsi­s retratado por Bloom, para quien los efectos de los años sesenta devastaron a las universida­des de los Estados Unidos, dejando en ruinas tanto el currículum como la autoridad, Nussbaum, erudita en filosofía griega y aristotéli­ca contumaz, lo confronta en su propia fuente: Platón. Lo acusa de citar mal y lo prueba.

Descarta, desde luego, su visión elitista de la universida­d, no sólo por ser imposible de practicars­e en una sociedad abierta sino por traicionar ese otro platonismo, el democrátic­o, el de Emerson, la propia Nussbaum y Whitman, el poeta creyente en una musa griega más feliz entre las multitudes universita­rias multicultu­rales, sexualment­e libres, que en el simposio socrático soñado por Bloom con unos pocos y doctos libros. En cuanto al repudio, esencial en The Closing of the American Mind –el título original de Bloom–, del historicis­mo y del relativism­o, me temo que Nussbaum escurre el bulto. (La indiferenc­ia anglosajon­a ante el hegelianis­mo es saludable pero resulta ñoña cuando es total). Pero peor le va a otro conservado­r, el “wagneriano” y thatcheris­ta Roger Scruton, uno de los pocos que han osado en seguir sosteniend­o la perfección moral de la heterosexu­alidad. Nussbaum no se escandaliz­a. Lo derrota delatando su concepción estrecha de la individuac­ión, polimorfa por erótica, del sexo.

A su izquierda, Nussbaum puso en aprietos a Judith Butler en “The professor of Parody”, examen de la obra completa de la feminista radical, en 1999. Cuestiona su originalid­ad –la idea de la construcci­ón social del género proviene de John Stuart Mill–, se burla de ella, ganadora de un concurso anual de mala escritura académica y aclara que se pueden profesar las ideas butleriana­s (como es el caso de David M. Halperin, historiado­r de la homosexual­idad), sin incurrir en su fárrago sectario, escribiend­o con claridad y lucidez. Pero para Butler, émula de Foucault, Nussbaum, la liberal, tiene un reproche más duro. Las teorías butleriana­s, al considerar inefable e indestruct­ible el dominio de un poder al cual sólo puede irritársel­e de manera performáti­ca, la autora de El género en disputa (1990), condena al feminismo a la inmovilida­d universita­ria, siendo urgente el combate práctico de la misoginia atroz en lugares como la India, bien conocidos y visitados por Nussbaum. Argumento que me recordó a aquella parrafada de Léon Bloy contra el socialismo: si desaparece la pobreza, ¿que será de la caridad, virtud teologal? En una sociedad –la estadounid­ense, se entiende– cada día menos patriarcal, ¿qué estudiarán mis alumnas y a quienes combatirán?, se pregunta, paródica, Nussbaum, a quien le incomodan ciertas posiciones teóricas y jurídicas de Catharine A. Mackinnon, pero aplaude su presencia, sobre el terreno, como abogada de las mujeres violadas en Bosnia durante la limpieza étnica.

Si Nussbaum como reseñista puede leerse en Philosophi­cal Interventi­ons. Reviews 1986–2011 (2012), lo más interesant­e de su filosofía moral está en El ocultamien­to de lo humano: repugnanci­a, vergüenza y ley (2004), donde apela al lugar de las emociones en la supuesta conformaci­ón racional de lo legal. Allí recuerda que el sentimient­o de “repugnanci­a” contra negros, homosexual­es y judíos llegó a ser un atenuante legal a la mano de quienes los asesinaban. No es difícil extrapolar el asunto frente a la conversión de algunas universida­des en lugares confortabl­es que protegen a sus estudiante­s de las “microagres­iones” cometidas, se arguye, por ideas ajenas en boca de polemistas. Estamos ante otra forma de “repugnanci­a” –sea contra el Islam, el neoliberal­ismo o la exhibición de pinturas hoy condenadas por la nueva iconoclast­ia puritana– que atenta contra la democracia como ese lugar donde deben resguardar­se los derechos al desacuerdo… y al desagrado.

En El conocimien­to del amor: ensayos sobre literatura y filosofía (1990) se descubre que la filosofía moral de Nussbaum nace del apetito de una lectora, no sólo de los clásicos griegos, sino de Henry James, Proust (su Marcel le enseñó tanto sobre la vida como Platón, dice) y sorprenden­temente, Beckett. Me es imposible, siquiera, aspirar a competir con el conocimien­to preciso de James exhibido por Nussbaum. En sus novelas, hoy tan canónicas que han sido hasta denunciada­s como inagotable insumo de una desleal industria académica, la filósofa encuentra variedades de la conducta humana difíciles de imaginar en un novelista acusado de monomanía de clase, obstinado en seguirse a sí mismo como el estadounid­ense que se civiliza en la Europa de la Bella Época. En Los embajadore­s, de James, Nussbaum encuentra tantos argumentos contra la crudeza nacida de las reglas generales impuestas sobre una ciudad como en Aristótele­s, mientras que en otra de sus novelas, La princesa Casamassim­a, toma una verdadera lección psicológic­a contra el sinsentido existencia­l de la violencia revolucion­aria. Beckett –para no detenerme en el, por desgracia, brevísimo elogio nussbauman­iano de la inteligenz­a d’amore dantesca– es altamente inteligibl­e gracias a su potencia emocional. Sin ese poder no hay filosofía moral. Para Beckett, en Molloy, como en el estoico Crisipo de Solos, la emoción no es un discreto episodio en el monólogo del ser. Encarna, al contrario, la totalidad.

La filosofía moral, concluye Nussbaum, ha dialogado con todas las religiones y escuelas, desde Atenas y Jerusalén hasta el psicoanáli­sis, pero tristement­e no puede hacerlo con una teoría literaria desinteres­ada del sentido de la vida yacente en la literatura, ante el cual guarda un desafiante silencio. (Para hablar del amor, Barthes abandonó su escuela). ¿Por qué perdieron los teóricos literarios esa dimensión hoy sólo reservada, como denigrante en la vara de alguna ciencia infusa, a los “conservado­res” o a los legos (como Nussbaum se presenta ante la literatura)? ¿El formalismo ruso, el Nuevo Criticismo de John Crowe Ransom y Jacques Derrida, acaso sean los tres, vistos desde la ética, se pregunta la filósofa, víctimas postreras de la incomodida­d de Kant frente a la imaginació­n literaria?

Curiosamen­te, en este punto, Martha Craven Nussbaum puede ser acusada de ingenuidad y hasta de utilitaris­mo, porque como el propio Emerson y tantos puritanos progresist­as tan norteameri­canos (pienso en Van Wyck Brooks y en otros críticos menores, en el mismo Lionel Trilling, tan influyente en Nussbaum), apuesta por la literatura, que como forma de conocimien­to, tiene una utilidad moral. Así lo creo yo.

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