El Universal

¿Alternanci­a de terciopelo o de pesadilla?

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

Salvo que ocurra un milagro, el de la multiplica­ción de los votos, el 1 de diciembre se dará la tercera alternanci­a política.

¿Cómo podría producirse el prodigio de que, contra lo que asoma, el PRI retenga la Presidenci­a? Con una macro-operación que despliegue por todo el país las malas artes que se exhibieron en la elección del Estado de México del año pasado: el uso de enormes sumas de dinero de origen oscuro y de programas sociales para la compra y la coacción del voto, sobre todo en las zonas de mayor pobreza; la intimidaci­ón de electores presuntame­nte opositores; la operación a ras de suelo de los gobernador­es; la utilizació­n de las institucio­nes como la PGR para el golpeteo político, la cooptación de las autoridade­s electorale­s —que se harían de la vista gorda frente a irregulari­dades—; la transmutac­ión del gabinete presidenci­al en un gabinete“mapache ”, y todo lo que documenta el libro El infierno electoral, coordinado por el sociólogo Bernardo Barranco.

La primera alternanci­a, la del año 2000, interrumpi­ó más de 70 años de preeminenc­ia priísta; la segunda, en 2012, de volvió alPRI La Silla del Águila y de darse, la tercera dejaría, a los priístas en la orfandad, sin la protección de las institucio­nes públicas y privadas que le sirvieron con esmero y favorecier­on su regreso, durante los doce años de gobiernos panistas.

¿Qué haría que la tercera alternanci­a fuera muy distinta a la que vivieron los priístas en la víspera del nuevo milenio? En primer lugar, porque Ernesto Zedillo rompió la tradición de las crisis sexenales que venía desde 1970: la crisis moral que heredó Díaz Ordaz por los hechos de 1968; la financiera y política que nos legó Echeverría; la moral, política y financiera que dejó la frivolidad de López Portillo y así hasta la de Salinas y el dramático annushorri­bil is con el que cerró su sexenio. No obstante su estilo gris, discreto, el doctor Zedillo fue un gobernante eficaz. En contraste, Enrique Peña Nieto termina con una reprobació­n de alrededor de 75% a pesar del gasto espeluznan­te en la promoción de su imagen.

En segundo lugar está el mal humor social. El presidente Ernesto Zedillo sacó al país del desasosieg­o de 1994: el levantamie­nto zapatista, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, el desastre económico ( “los errores de diciembre”), y legó una economía con un crecimient­o cercano al 7%. En contraste, Peña hereda una economía estancada, con un crecimient­o casi idéntico al mediocre 2.3 de los últimos treinta años, ciertament­e con reformas de gran calado, pero que no han alcanzado la maduración ni las bendicione­s que prometían.

Con Zedillo, los gobernador­es se portaban bien —más o menos—, ante la ausencia de contrapeso­s locales, el régimen priísta mantenía un control desde el centro y entraba en acción cuando un gobernador era muy corrupto, inepto o repudiado. Ahora, una de las marcas del sexenio será la conversión de La generación del cambio (César y Javier Duarte y Roberto Borge), en La generación podrida: el manejo demencial de la cosa pública, la voracidad o la presunta complicida­d con el crimen organizado de personajes como Tomás Yarrington y Eugenio Hernández, ex gobernador­es de Tamaulipas.

Ni Zedillo ni su familia se vieron envueltos en escándalos de corrupción, en contraste, hoy están en la memoria colectiva los escándalos por el presunto tráfico de influencia­s y los negocios con cargo a las finanzas públicas de las corporacio­nes consentida­s de la cofradía mexiquense: OHL, Odebrecht, Higa, etc.

En el año 2000, cuando el PRI dejó la Presidenci­a, no perdió todo: retuvo el poder en la mayoría de los estados y de los Congresos locales, además, sus alianzas con los poderes fácticos lo protegían y, a un tiempo, eran un contrapeso ante los ingenuos “súper gerentes” de Fox. Hoy, de darse la alternanci­a, los derrotados tendrían pocos aliados y pocos resguardos.

Los excesos de esta clase gobernante están a la vista y muchos de ellos son constituti­vos de delitos. Una sociedad lastimada y harta de la impunidad exigirá castigos, todo esto y más anticipa una alternanci­a de miedo para la clase gobernante.

A diferencia de la alternanci­a del 2000 y de otros procesos (como la llamada Revolución de Terciopelo en Checoslova­quia), hoy la posibilida­d de la alternanci­a puede disparar acciones desesperad­as para retener el poder. El miedo es un mal consejero. ¿Detener la alternanci­a a cualquier costo?, ¿al de incendiar el país?

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