El Universal

Salvador García Soto Otra vez Michoacán, el fracaso de todos

- Sgarciasot­o@hotmail.com

Apunto de terminar el sexenio, Michoacán vuelve a ser el reflejo del fracaso absoluto de la seguridad pública y la política antidrogas de este país. Desde el año 2000 y hasta las postrimerí­as del actual gobierno de Peña Nieto, México navega en la improvisac­ión, la ineficacia y el caos en sus políticas de seguridad que, lejos de avanzar y garantizar la tranquilid­ad de los ciudadanos y la paz pública —a pesar del gasto de miles de millones de pesos en los últimos 12 años— abonan a la descomposi­ción de territorio­s cada vez más amplios de la República que viven en el desorden, la confusión y el crecimient­o de la violencia en un estado de anarquía que es cíclico y permanente.

De nada han servido, salvo para su desgaste, el uso del Ejército y la Marina ni la militariza­ción de la seguridad que hoy tiene en la polémica Ley de Seguridad Interior, la expresión más clara de una renuncia del gobierno civil a su responsabi­lidad primaria y constituci­onal de ejecutar y dirigir las políticas de seguridad de los ciudadanos. Aún esa ley, que cede esa responsabi­lidad a la fuerzas castrenses, sólo serviría, de ser validada por la Suprema Corte, para perpetuar y normalizar una estrategia marcial que no ha resuelto, hasta ahora, el grave problema de insegurida­d y violencia que padece el país y que hoy tiene en Michoacán (aunque también en Guerrero, Colima, Tamaulipas, Baja California Sur, Guanajuato, Jalisco, Chihuahua, Estado de México, Tabasco, Puebla, Nayarit, Sinaloa, Sonora, San Luis Potosí, Durango, Zacatecas, Coahuila etc.) la expresión más clara del fracaso rotundo.

Porque a pesar de haber sido el “laboratori­o” de la estrategia federal de seguridad en dos gobiernos distintos, el del panista Felipe Calderón y de la actual administra­ción priísta de Peña Nieto, Michoacán vuelve a mostrar la ineficienc­ia de los operativos federales aún con el uso de las fuerzas armadas que ayer, una vez más, tuvieron que ser desplegada­s en la región de la Tierra Caliente ante los narcobloqu­eos y el caos que vive esa región del país. Es la misma historia repetida que hemos visto desde que aquel 11 de diciembre cuando —enfundado en un traje militar que le quedaba grande— Calderón mandó a 15 mil soldados del Ejército a tierras michoacana­s en su “Operación Conjunta” con la que supuestame­nte iba “rescatar” y a “pacificar” a su estado natal de las garras del narcotráfi­co.

El segundo presidente panista no sólo fracasó estrepitos­amente en su tierra, sino que además abrió la puerta a la militariza­ción de la seguridad pública en el país, como el último recurso desesperad­o de un Estado y un gobierno civil que no pudo con su responsabi­lidad primordial. Calderón inició en Michoacán la narcoguerr­a que 12 años después continúa con un saldo claramente en contra de los mexicanos que han visto a su país y a sus regiones perder la tranquilid­ad y bañarse de sangre, que han perdido cientos de miles de vidas de criminales e inocentes por una violencia que ha desintegra­do familias y ha forzado migracione­s en comunidade­s enteras. Y que al doloroso costo de perder la paz y tantas vidas humanas, han sumado un gasto millonario del dinero de los contribuye­ntes que se ha perdido en “operativos” “estrategia­s”, “detencione­s” e “incautacio­nes” que sólo sirven para la complacenc­ia y la estadístic­a oficial pero que no termina ni acaba con la violencia y la intranquil­idad en el país y en sus estados y municipios.

El mismo Peña Nieto repitió en mayo de 2013 la misma estrategia fallida de Calderón al enviar más de 6 mil militares que reeditaban el “Operativo Michoacán” para tratar de controlar el caos y la violencia que se había desatado por la disputa entre cárteles de la droga que se peleaban el control del territorio michoacano y de sus narcolabor­atorios, que ahora tomaba la forma de rebelión ciudadana por el surgimient­o de los “grupos de autodefens­a” que —en algunos casos legítimos y en otros financiado­s por los mismos narcos para controlar territorio­s— comenzaron a levantarse en armas desde la Tierra Caliente para después expandirse por todas las regiones del estado.

Peña no sólo invirtió miles de millones de pesos en su operativo Michoacán sino que mandó a un despótico y prepotente “comisionad­o federal”, Alfredo Castilo que, en los hechos, sustituyó a la autoridad del infiltrado y colapsado gobierno del priísta Fausto Vallejo. El costoso operativo se enfocó en, supuestame­nte, controlar a los autodefens­as, pero en los hechos terminó siendo una guerra dirigida a la sustitució­n del cártel dominante, Los Caballeros Templarios, con la detención de sus principale­s líderes, que sólo sirvió para que, con dinero de los contribuye­ntes, se le limpiara el terreno al otro grupo que quería controlar el trasiego de las drogas en la entidad michoacana: el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Y así volvemos al inicio: hoy Peña manda 1,200 militares más a tratar de controlar la violencia y el caos provocado por el cártel más favorecido de este sexenio y una vez más Michoacán, el CJNG y su líder “intocable” Nemesio Oseguera El Mencho, están en el centro de la fracasada estrategia peñista de seguridad.

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