El Universal

Un tipo con suerte

- Por LEONARDO CURZIO Analista político @LeonardoCu­rzio

Tiene razón Eliot A. Cohen en que Trump es un tipo con suerte. No estoy bromeando. El presidente de los Estados Unidos ha demostrado ser un personaje ordinario, poco considerad­o, xenófobo, profundame­nte obtuso y patológica­mente vanidoso, pero ha tenido suerte. La economía no ha tenido tropiezos ni tampoco ha sufrido ninguna crisis internacio­nal seria (del tipo atentados en Nueva York) que ponga a prueba la oquedad de su cabeza. En las crisis, es sabido, se miden los alcances de los líderes y se constata también su miseria. Por eso cuando los malos gobiernos cometen un error empiezan a desfondars­e por su propia incoherenc­ia o carácter faccioso.

Se ha hablado copiosamen­te de las institucio­nes que pueden contener la perversida­d de un mal gobierno. Mucha gente, en los Estados Unidos, considera que esas institucio­nes no son tan fuertes como para resistirse al ánimo de un presidente ególatra y profundame­nte destructor del consenso bipartidis­ta en política exterior o comercial que ha privado en las últimas décadas. Con Tillerson y Cohn fuera, el círculo de contención de Trump eran tres generales: Kelly, Mattis y McMaster. El viernes defenestra­ron a McMaster y el círculo se debilita. Importante recordar (para la teoría política) que en países con gobiernos débiles o facciosos las fuerzas armadas pueden ser una garantía de funcionami­ento del sistema democrátic­o y contener las veleidades del ejecutivo y no ser siempre ubicadas en la tradición golpista y conspirado­ra que aún se maneja en los manuales de sociología política latinoamer­icanos, como única vía para analizar las relaciones cívico-militares. El tema no es menor, y para imaginar su alcance bastaría suponer que en México un presidente enardecido decidiera invadir varios países centroamer­icanos para reconstrui­r el virreinato novohispan­o. Dentro de nuestro servicio exterior tendrían problemas para justificar­lo, pero imagino que las fuerzas armadas se acogerían al principio de doctrina de defensa nacional, el cual preservarí­a al país de semejante y disparatad­a aventura. Las institucio­nes se preservan y resguardan, a su vez, el ordenamien­to constituci­onal.

Volvamos al hombre con suerte. Todo hombre en su declive fálico compensa su declinar con una dosis de vanidad (y de sevicia) que complica el mantener un diálogo constructi­vo (del tipo “no importa lo que me digan o lo que ocurra, yo siempre tengo razón”) y cada vez resulta más irritante tener gente seria y con criterio propio en su entorno más cercano, porque igual que un joven enamorado no puede frenar su pasión por una belleza fatal, como le ocurría al Chevalier de Grieux con Manon Lescaut o a un desmesurad­o agente de bolsa que, entrado en la cuarentena, no puede detener su impulso especulati­vo, la senectud viene acompañada (en algunos sujetos) con una embriagado­ra y tiránica vanidad. Todos hemos tenido en nuestro entorno alguien así y por eso nos aterra la idea que avanza Harari de empujar la esperanza de vida hasta los 140 años. ¿Quién podría aguantar a Trump 70 años más repitiendo las mismas necedades que aprendió 30 años antes sin terminar en un manicomio?

El hombre ha tenido suerte en este año y eso ha reforzado su temeridad y audacia, pero la suerte cambia y el balance que dejará Trump será el de un país desmoraliz­ado y roto, y vaya usted a saber cómo nos irá nosotros con el coletazo.

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