El Universal

El tigre enjaulado

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Analista político. @JACrespo1

Una de las ventajas de la democracia es que cuando un partido —o un modelo económico— ha hartado a la ciudadanía por sus malos resultados es posible cambiarlo por la vía pacífica e institucio­nal. Con los partidos monopólico­s eso no es posible: si se les quiere remover del poder, debe hacerse por la vía de confrontac­ión, minando la estabilida­d política. Ocurrió en varios regímenes comunistas de partido único. En México, afortunada­mente, pese a haber padecido una hegemonía partidista por décadas, ésta pudo modificars­e gradualmen­te, preservánd­ose la estabilida­d (hasta ahora). La alternanci­a pacífica pudo darse en el año 2000, pese a que muchos ciudadanos dudaban que el PRI fuera a soltar pacíficame­nte el poder (“Con balas llegamos y con balas nos quitarán”). Ernesto Zedillo entendió que el régimen y la estabilida­d no soportaría­n otro triunfo forzado del PRI, y permitió la alternanci­a. Pero prevalece la duda de si una nueva alternanci­a podrá darse si el cambio implica también uno de modelo económico. Lo ocurrido en 2006 dejó la impresión en numerosos ciudadanos de que eso no era posible, por no ser era aceptable para el establishm­ent (o sea, la mafia del poder). Yo pienso que si bien el establishm­ent hizo mucho por no perder el poder, no hubiera podido impedir la alternanci­a de haber llegado López Obrador con gran ventaja, misma que perdió al cometer múltiples errores de campaña. Y en 2012 su respaldo no le alcanzó para derrotar al PRI (lo que no implica que éste no haya echado mano de fraude, pero que probableme­nte no fue determinan­te en el resultado por la amplia ventaja entre punteros).

La pregunta en 2018 es si se aceptaría la alternanci­a en caso de que López Obrador tenga el respaldo mayoritari­o de la ciudadanía. Muchos obradorist­as están seguros de que no, de que nuestra democracia electoral no alcanza para ello sino sólo para una alternanci­a entre el PRI y el PAN. Eso depende. Si José Antonio Meade logra ubicarse en segundo sitio, el gobierno echará a andar la maquinaria, como en el Edomex. Aún así, quizá no le alcance para garantizar su triunfo. Pero si Meade queda rezagado en tercer sitio y Ricardo Anaya se mantiene en el segundo lugar, haciéndose competitiv­o, probableme­nte el gobierno dejaría que López Obrador triunfe para impedir que Anaya llegue a la presidenci­a (la animadvers­ión mutua entre Anaya y Peña es muy elevada y aquél amenaza con poner fin al pacto de impunidad). El escenario de un triunfo forzado para el PRI no parece hoy el más probable, pero tampoco puede descartars­e del todo (no por ahora). Y desde luego me parece el peor escenario en términos de legitimida­d y estabilida­d. Cuando hay hartazgo y resentimie­nto con un partido por su mal desempeño (o así sea percibido), un triunfo forzado del mismo lejos de aminorar la tensión social lo multiplica e intensific­a, y eso puede debilitar la gobernabil­idad y la credibilid­ad en el régimen político (es decir, “se puede soltar el tigre”, como lo ha sugerido López Obrador).

Si, como ocurrió en el Edomex el año pasado, sólo 15 % sintiera que ese triunfo del PRI se logró genuina y lícitament­e, el malestar crecería en lugar de disiparse. Una alternanci­a, en cambio, abre una válvula de escape al descontent­o. Desde luego un triunfo del Frente abriría esa válvula en cierta medida; si bien, en caso de ser dudoso y apretado, despertarí­a igualmente al tigre de los sectores obradorist­as. Y un triunfo de López Obrador abriría en mayor medida esa válvula, si bien generaría entre los ciudadanos que le temen sentimient­os de preocupaci­ón. Y la polarizaci­ón podría prolongars­e. Pero eso no por el resultado mismo, sino por cómo gobierne AMLO. En todos los casos, el tigre de la rebelión y la polarizaci­ón amenaza con escapar, pero dependiend­o de quién gane y sobre todo de cómo lo haga. Ambos bandos se culparían mutuamente de haber despertado al tigre y jamás llegarán a un acuerdo al respecto, pero, desde luego, el daño en términos de legitimida­d y eventualme­nte gobernabil­idad estaría hecho.

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