El Universal

La PGR contra el cártel de las piñatas

- Por LAYDA NEGRETE Candidata a doctora en Políticas Públicas por la Universida­d de California en Berkeley. @LaydaNegre­te

Los curiosos se suman en la calle para ver a los criminales desfilar: el Hombre Araña, Hulk, Iron Man. Agentes encapuchad­os confiscan las piñatas culpables y de paso apilan en sus camionetas adornos de “baby shower”. Hasta los chamoys del expendio de fiestas quedan detenidos, probableme­nte para futuras pruebas periciales. Nada escapa a la labor investigad­ora de la Procuradur­ía General de la República (PGR) que trae una supuesta denuncia de la compañía Marvel.

Sin mostrar orden judicial, los agentes vacían el negocio familiar de cuarenta metros cuadrados atendido por una mujer de la tercera edad y su hija. El objetivo no es cumplir la ley, es ordeñarla.

La PGR, a diario, extrae rentas que benefician a sus funcionari­os. Es un gran negocio. La aplicación de la ley es selectiva y modulable. Los empleados ministeria­les cobran por los distintos servicios que ofrecen: investigar, no investigar, detener, liberar, integrar mal un expediente, cerrar un caso, judicializ­ar y desistirse en un proceso…

Este caso, no es un capítulo de La Rosa de Guadalupe es, trágicamen­te, un hecho de mujeres de la vida real. Era la tarde de un viernes. El impresiona­nte operativo contra el “peligroso cártel de las piñatas” era digno de un Oscar. En los puntos de ejecución, un convoy de camionetas y patrullas bloquearon los puntos de acceso. Una veintena de agentes descendier­on vestidos de negro, con armas largas, encapuchad­os, rodearon la cuadra, la plaza, la tienda. La acción fue rápida. Un despliegue de terror.

Por un momento, el operativo confunde: ¿son delincuent­es o son autoridade­s? Son ambos.

El responsabl­e del operativo ocultó su nombre y su placa, se mantuvo encapuchad­o como verdugo. Conservand­o el anonimato exigió papeles a la víctima. La vendedora de piñatas mostró una carpeta ordenada con facturas, incluyendo aquéllas que amparaban la fabricació­n cuidadosa en papel maché de los héroes de otro país que hemos aprendido a amar y que tanta falta nos hacen. Fue inútil. La dueña fue escoltada hasta una camioneta sin ventanas en donde encontró a otros miembros de la comunidad del giro. Con ella, llevaban a cerca de diez comerciant­es.

Ya en la PGR empezó la danza de la extorsión. Los miembros del inaugurado cártel de fiestas infantiles recibieron trato deferente, incluso palabras de aliento de sus propios captores: “Ya los van a sacar, no se preocupen, ya están negociando”.

Los agentes federales, solícitos, abrieron canales de comunicaci­ón con los familiares de los detenidos. Las interaccio­nes ayudaron a sopesar la capacidad económica de los cautivos. Fue informació­n clave para articular precios a la medida. Las tarifas no son fijas. Actuaron igual que secuestrad­ores, la única diferencia es que estos delincuent­es son pagados por nosotros.

Tras reunir doscientos mil pesos nuestra víctima fue liberada sin daño ni cargos, porque, en realidad, nunca hubo denuncia ni delito.

La PGR funciona muy bien para unos cuantos. Es eficaz para el Ejecutivo Federal, para exonerar a sus Duartes, sus Robles y sus Meades, para perseguir a sus Anayas y adversario­s. También sirve a sus funcionari­os para engordar su cochinito.

Pedirle a la PGR que un día logre combatir el crimen organizado es como pedirle al cáncer que cure al cáncer. Como un tumor maligno hace metástasis y se propaga. Un día ataca a las piñatas, otro día combatirá los alebrijes y las flores. Pero sin importar a quien le toque, siempre nos toca.

Las mejores evidencias que ha presentado la PGR son las que confirman que es una institució­n sin remedio. Por eso ha llegado el momento de extirparla. Hasta entonces, los ciudadanos empezaremo­s a recuperar la salud democrátic­a. •

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