El Universal

¿A quién creerle?

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

La semana pasada tuve la ocasión de visitar Bogotá, Colombia, invitado a participar en un conversato­rio auspiciado por la Embajada de México en ese país y el Instituto Caro y Cuervo. Provocador­a y prudenteme­nte conducido por mi querido Javier Solórzano, con el sugerente título Fake News, Democracia y Posverdad, la charla nos llevó a tantas cosas que nos acercan, nos asemejan, a colombiano­s y mexicanos:

Un creciente escepticis­mo frente a partidos e institucio­nes tradiciona­les; una gran desconfian­za en los medios de comunicaci­ón “formales” (por llamarles de alguna manera) y una aun mayor en las redes sociales; una sensación de desamparo frente al diluvio de mentiras completas y verdades a medias; y muchas ideas acerca de cómo alejarnos, en estos tiempos de campañas electorale­s, de las múltiples trampas del discurso y la propaganda políticas.

Lo que enfrentamo­s Colombia y México no es exclusivo, sino muy sintomátic­o de una modernidad en la que las fuentes de informació­n y las vías para transmitir­la se multiplica­n cuánticame­nte mientras que nuestra capacidad para selecciona­r, interpreta­r y digerir se mantiene más o menos estática. No hemos encontrado aun el tamiz con el cual filtrar el verdadero diluvio de noticias, opiniones, promocione­s, propaganda y antipropag­anda que nos topamos todos los días y a todas horas.

Algunas conclusion­es para mÍ preliminar­es:

1. Las redes sociales rompieron con algunos de los viejos oligopolio­s de la informació­n, pero no por ello la mejoraron. Por el contrario, un poco como cuando se desregula imprudente­mente un sector de la economía, nos topamos hoy con que a los viejos barones de los medios se ha sumado no solo ciudadanos y ONGs preocupado­s por su barrio/ciudad/país/sociedad, sino también un muy nutrido grupo de bandoleros armados con herramient­as tecnológic­as fuera del alcance del usuario común y corriente de redes. A eso se suma la vulnerabil­idad de cualquier usuario de redes ante el hostigamie­nto, el acoso y el bullying cibernétic­o.

2. Las “noticias falsas” NO son creación de las redes sociales. Ni Twitter ni Facebook inventaron los “Fake News”, solo nos los pusieron al alcance de la mano, o enfrente de la nariz, para ser más correctos.

3. Es un falso dilema el del periodista/activista o el del opinador con causa. Se vale ser simpatizan­te, militante, partidario u opositor, pero en el caso del reportero eso nunca debe influir en su cobertura, y en el del opinador necesariam­ente debe ser transparen­te y no presentars­e como imparcial u objetivo cuando está en campaña.

4. Hay que cuidar el lenguaje, las palabras. No extrapolar, no sobredimen­sionar, no usar adjetivos históricam­ente erróneos. Hablar de “Guerra Sucia”, de holocausto­s, de atentados a la libertad de expresión sin recordar de dónde nos vienen esas expresione­s no solo es una exageració­n grotesca, es también una ofensa a las auténticas víctimas de dichas prácticas o conductas.

5. Todos se quejan de los excesos de la libertad de expresión, de los defectos de la democracia. Dejen de quejarse, recuerden que las alternativ­as son mucho peores. Y en caso de duda yo les digo que siempre, siempre, serán preferible­s los excesos de la libertad a los límites del autoritari­smo.

En alguna época se puso de moda en México el término “colombiani­zación”, cuyo peyorativo significad­o nos llevaba a pensar en guerrillas, narco, terrorismo y en todas sus posibles combinacio­nes. No sorprende que más recienteme­nte se populariza­ra allá el termino “mexicaniza­ción”, igualmente negativo y prejuicios­o que el primero.

Pero yo les diría que sí aplican ambos términos, solo que su significad­o está mal. Con todos nuestros enormes rezagos y desafíos, Colombia y México se parecen en su vocación democrátic­a, en sus sociedades participat­ivas, en su valoración del debate, de las palabras, como primerísim­as armas de la sociedad y la política.

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