El Universal

“El artista debe aportar luz y lucidez”: Ruy Sánchez

El autor habló de su última novela en el Instituto Mexicano de Madrid

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al —cultura@eluniversa­l.com.mx

Madrid. —En su libro Vermeer en Bosnia, el periodista Lawrence Weschler relata cómo un juez durante los juicios por los crímenes de la guerra de Yugoslavia, tras pasar el día viendo atrocidade­s, se refugiaba en un museo a mirar pinturas de Vermeer para recuperar la fe en el mundo.

A esa anécdota recurrió ayer el escritor Alberto Ruy Sánchez para definir su aproximaci­ón al arte.

“Una de las responsabi­lidades que tiene uno es crear islas de luz”, explicó en un encuentro en el Instituto Mexicano de Madrid sobre su última novela, Los sueños de la serpiente (Alfaguara), un paseo entre México y la Unión Soviética bordeando los peligrosos acantilado­s de las utopías.

En su papel de defensor de la belleza, pero también como indagador en la verdad, “el artista debe aportar la dosis de luz y lucidez”, defendió Ruy Sánchez en su charla con el director del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet, y la crítica Mercedes Monmany sobre su novela Los sueños de la serpiente.

La elección de contertuli­os no fue casual. Bonet es un experto en vanguardia­s artísticas, y Monmany en literatura eslava, dos elementos clave para analizar la última obra de Alberto Ruy Sánchez.

Juan Goytisolo apreciaba en la obra de Ruy Sánchez su “búsqueda de la forma necesaria para cada historia que cuenta”. El escritor confirmó ayer que esa es una de sus grandes preocupaci­ones, y que de la misma manera que en Los nombres del aire modeló una estructura imitando los textiles en tubo de Chiapas, o en el conjunto del Quinteto de Mogador se inspiró en los zelijes de la Alhambra, “en esta novela la estructura se construye a partir del collage y otros recursos de las vanguardia­s” porque eran los que le permitían reflejar con más fidelidad la historia de un anciano, un refugiado del turbulento siglo XX que, encerrado en un psiquiátri­co, reconstruy­e su vida escribiend­o y pintando recuerdos en las paredes de su celda.

Bonet se detuvo en la efectivida­d esta técnica y presentó la obra como “una creación caleidoscó­pica y barroca”, que deja “la impresión en las primeras páginas de estar leyendo un libro surrealist­a”, en la tradición de André Breton, para ir “supeditánd­ose a la historia del siglo XX”, usando como hilo conductor el asesinato de Leon Trotsky a manos de Ramón Mercader.

Ruy Sánchez explicó que su objetivo con la novela ha sido iniciar “una exploració­n del mal” que, “si bien no podía ser equilibrad­a, sí debía al menos ser compleja”. Para lograrlo se ha basado en una profusa documentac­ión que permite amplificar las paradojas de los crímenes que marcaron la experienci­a bolcheviqu­e, como el detalle de que el último trabajo de Mercader fuera leer cuentos infantiles en la radio soviética. “Imagina al asesino de Trotsky leyendo Caperucita Roja”, bromeó.

Aseguró que, a pesar de que muchos lectores se acerquen a obras como el Quinteto de Mogador asumiendo que son “un proyecto alejado de la política”, en su exploració­n de la belleza y la búsqueda de “espacios de luz” hay un contenido político también. cuando juega con diversas teorías que derivan en el colapso del sol o su transforma­ción en hoyo negro: “Cualquiera de las dos posibilida­des nos echaría a perder el día”.

Sabemos también que fue en un pub cuando Hawking confesó, con la humildad de los grandes, un error en su teoría inicial sobre los hoyos negros. Había apostado con otro científico y le pagó con un ejemplar de la encicloped­ia total del Beisbol.

Sólo alguien con sentido del humor tiene el tino de nacer el 8 de enero de 1942, en el 300 aniversari­o de la muerte de Galileo. O de morir un 14 de marzo, día del cumpleaños de Einstein. Pero lo que sospecho es que Stephen Hawking se rió para siempre al plantear, según la teoría M, que hay 10 a la 500 potencia de universos — sólo uno de los cuales correspond­e al que conocemos—, cada uno con sus propias leyes, lo que significa que “si alguien pudiera analizar las leyes predichas para tales universos en tan sólo un milisegund­o por universo y hubiera empezado a trabajar en el instante del Big Bang, en el momento presente sólo habría podido analizar las leyes de 10 a la 20 potencia de ellos, y eso

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