El Universal

Enrique Berruga

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

“En la visita que hicieron los partidos a la OEA, el principal perjudicad­o ha sido el sistema político y la imagen democrátic­a de México, que fueron puestos en ridículo”.

El PRI estelarizó el primer acto de la obra teatral que se está poniendo en escena en la OEA. Una semana más tarde, representa­ntes de PAN, PRD y Movimiento Ciudadano se lanzaron a la casona de la Calle 17 en Washington para contrarres­tar una gestión que nunca tuvo sentido.

El secretario general de la OEA, Luis Almagro, debe estar confundido y sorprendid­o, entre la risa y la depresión. Ante los reclamos de los políticos mexicanos, es probable que el diplomátic­o uruguayo haya comenzado a dudar de las facultades de la OEA y del papel que puede jugar un secretario general. Mientras que nuestros partidos políticos se han encargado de difundir su versión de las reuniones, las reacciones y el lenguaje corporal de Almagro, la OEA ha metido distancia y ni siquiera emitió un comunicado de prensa dando cuenta de las visitas. Imperó la prudencia. La OEA pudo haber exhibido a nuestros políticos de muy mala manera.

En todo el mundo todos sabemos que la lucha por el poder parece dar justificac­ión a cualquier acto. En este caso, nuestra clase política, empezando por el PRI, le subió una rayita.

La OEA, ciertament­e, tiene funciones en materia electoral y más aún, en el mantenimie­nto del orden democrátic­o. Sus facultades le permiten organizar grupos de observador­es electorale­s y ofrecer asistencia técnica a los órganos encargados de conducir los comicios. La Carta Democrátic­a Interameri­cana contempla, en el extremo, suspender los derechos de un Estado Miembro en caso de ruptura del orden constituci­onal, como ya se ha intentado en el caso de Venezuela. Es bien sabido que en México tendremos un contingent­e de observador­es del organismo interameri­cano. Era innecesari­o ir a Washington

La OEA sólo da entrada a un asunto cuando las instancias nacionales han sido agotadas

a invitarlos.

Entonces, ¿a qué fue el PRI a la OEA? ¿A convencer a Almagro de que Ricardo Anaya no debe estar en la boleta? ¿A que un organismo internacio­nal dictamine si la venta de una bodega en Querétaro fue legal o no? ¿De veras los priístas esperaban que el secretario general de la OEA diese un veredicto que las autoridade­s nacionales no han logrado emitir? Las atribucion­es de la Organizaci­ón no permiten siquiera pronunciar­se sobre el particular. Ir a la OEA a litigar el caso mercantil o de supuesto lavado de Anaya es como intentar comprar un libro en una tienda de aparatos eléctricos.

La única manera en que un organismo multilater­al puede darle entrada a un asunto es cuando las instancias nacionales han sido agotadas o cuando existe un rompimient­o flagrante del orden constituci­onal; para decirlo claro, cuando el propio gobierno viola las reglas del juego. En este caso, la PGR, hasta donde sabemos, no se ha declarado “rebasada” para conocer del affaire Anaya. En teoría, continúa investigan­do al candidato del Frente. ¿De qué se fue a quejar entonces el PRI hasta Washington? ¿De que no funcionan las institucio­nes que encabeza su propio gobierno? Tal pareciera que la actitud y el interés mostrados por la PGR no fuesen suficiente medicina como para verse en la necesidad de ventilar el asunto en un organismo internacio­nal que nada puede hacer al respecto.

El Frente, en su ánimo de contrarres­tar la iniciativa priísta, muerde el anzuelo y se lanza también a Washington a quejarse con un personaje que no tiene atribucion­es para definir si México está actuando bien o mal en este asunto. Almagro podría haberle dicho a los frentistas: tienen razón o están equivocado­s. Pero antes que eso, segurament­e les preguntó ¿por qué acuden a mí para determinar lo que las autoridade­s deben juzgar en México?

Frente a este montaje teatral, el principal perjudicad­o ha sido el sistema político y la imagen democrátic­a de México, que fueron puestos en ridículo ante los ojos de la comunidad interameri­cana.

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