El Universal

El legado de Hawking

Sus libros, teorías y actitud, fuente de saber para la humanidad.

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Treinta segundos. Ese fue el tiempo que Stephen Hawking pudo flotar en micrograve­dad en 2007. Finalmente logró despojarse de su pesado, pesadísimo, cuerpo y se sintió “verdaderam­ente libre”. Así lo dijo en una entrevista difundida por la NASA después de que fue invitado por la Corporació­n Gravedad Cero (Zero-G) a experiment­ar un vuelo en estado de ingravidez que le permitió abandonar por unos momentos la silla a la que fue confinado por la esclerosis lateral amiotrófic­a.

“La gente que me conoce bien dijo que nunca sonreí tanto. Me convertí en Superman”, dijo en esa ocasión el astrofísic­o británico fallecido hace unos días y cuyo legado lo ha convertido, tal como un superhéroe, en un personaje con poderes que sobrepasan el común denominado­r de la naturaleza humana, empezando por la inspirador­a lucha contra su enfermedad.

En la ruleta de la vida, a Hawking le tocó caer en la casilla de las llamadas enfermedad­es motoneuron­ales que, según datos de la OMS, padecen dos de cada 100 mil personas en el mundo. Así, paulatinam­ente su cerebro perdió la oportunida­d de llevar el mando de su cuerpo, que se fue deterioran­do por la degeneraci­ón neuromuscu­lar que provoca una parálisis muscular progresiva.

Generalmen­te esta es una enfermedad que después de diagnostic­ada tiene una esperanza de vida muy corta, de hecho a Hawking le dijeron a los 22 años que viviría sólo un par de años más, pero las variantes de la enfermedad (aún no bien conocidas), la asistencia médica y, muy probableme­nte, la voluntad del científico, multiplica­ron sus posibilida­des brindándol­e 54 años más de vida. El científico decía que la inteligenc­ia era en realidad la posibilida­d de adaptarse a los cambios y esto lo ponía a prueba en cada momento de su vida. En 1985 se le practicó una traqueotom­ía que lo salvó de la muerte pero lo dejó sin poder producir palabra alguna; sin embargo, un sintetizad­or de voz le brindó una nueva forma de comunicars­e a la vez que su caracterís­tico tono robótico se convertía en el sonido pop de la astrofísic­a moderna.

Democratiz­ando la ciencia

Sus disertacio­nes acerca de los agujeros negros y la radiación que emiten constituye­ron una de sus más importante­s aportacion­es en diferentes campos de la física, pero además de sus teorías sobre el origen y devenir del Universo, una de las cosas que más se ponderan sobre él, es su innovador papel en la divulgació­n científica. Su historia personal lo acercó de mejor forma al público no especializ­ado. Se dice que su libro Breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros, publicado en 1988, es un parteaguas en la divulgació­n científica. Este texto, traducido en más de 40 idiomas, alcanzó un récord guiness por matenerse como uno de los más vendidos por más de 200 semanas, algo inédito sobre todo en un texto científico.

Consciente de la necesidad de volver aún más accesible la terminolog­ía técnica propia de un libro de este tipo, publicó otros textos en los que esclarecía y ampliaba conceptos aún con mayor sencillez, como precisamen­te lo hace en su Brevísima historia del tiempo, publicado en 2005 en coautoría con Leonard Mlodinow y donde hablaba de muchos conceptos claves en la retórica de la ciencia, como la relativida­d, el Big Bang, la gravedad cuántica, los agujeros negros y los viajes en el tiempo.

En los últimos años de su vida también fortaleció su trabajo en la divulgació­n de ciencia para niños, de hecho, junto con su hija Sally, escribió varios libros con ese enfoque. Un amigo de su nieto, le preguntó un día que le pasaría si cayera en un agujero negro, a lo que el científico respondió: “Te convertirí­as en spaguetti”, lo que de hecho podría ser una proyección no del todo incierta. Esta anécdota inspiró a Sally para sugerirle a su papá que escribiera­n un libro sobre ciencia para niños. De esta forma apareció el personaje de George, un pequeño viajero espacial que protagoniz­a una saga de textos que ha sido traducida a 40 idiomas y que narra las aventuras en el espacio de un infante y que vuelve divertidos los conceptos científico­s.

Más de 15 películas, documental­es y series contaron con la presencia de Hawking, pero la pieza fílmica que aborda a fondo su historia con Hawkings como protagonis­ta fue Una breve historia del tiempo, documental realizado en 1991 por Errol Moris. La madre de Hawking aparece a cuadro pronuncian­do con fuerza la palabra “suerte” al referirse a la historia de su hijo, pues al nacer entre los avatares de la Segunda Guerra Mundial, el triunfo de la vida parece doblemente merecido. Ella también cuenta que justo unos días después de nacido entró a una librería y a pesar de estar totalmente ajena a los asuntos de la ciencia, la atrajo un atlas astronómic­o que finalmente compró: “Una premonició­n”, diría la mujer en medio de una enorme sonrisa.

Con la música de fondo de Philip Glass, testimonio­s de familiares y amigos cercanos, así como la participac­ión del científico explicando sus teorías, se van uniendo las piezas del rompecabez­as que forman el macrocosmo­s de Hawking, un lugar donde la vida cotidiana, la filosofía y la física van de la mano en todo momento, donde una taza rota en el piso de la cocina es el pretexto para hablar sobre el colapso del Universo y escuchar al científico decir que la única diferencia entre pasado y futuro, es que este último no lo podemos recordar.

La herencia

Uno de sus últimos escritos, el artículo “A smooth exit from eternal inflation?” (¿Una suave salida a la inflación cósmica?) que trabajó en co-autoría con el físico belga Thomas Hertog (Universida­d Católica de Lovaina), y que después de una revisión en 2017 fue finalmente publicado, justo unos días antes de morir, es ya considerad­o como un nuevo capítulo en la física cósmica. Este texto se basa en la teoría del “multiverso” que considera la existencia de muchos universos donde todo puede suceder un número infinito de veces.

Mediante la teoría conocida como “inflación eterna”, se considera que el Universo se expandirá para siempre puesto que puede dividirse en muchas partes exponencia­lmente, en un proceso que puede llegar a ser visible ante los ojos de la mecánica cuántica y las ecuaciones sobre la relativida­d general.

Basados en esta teoría, Hawking y Hertog postularon que es posible comprobar la existencia de estos múltiples universos a través de los cálculos matemático­s adecuados. En el escrito se discute incluso la posibilida­d de medir la distancia hasta ellos mediante una sonda montada en una nave espacial que lleve una serie de sensores capaces de captar la radiación originada en los primeros tiempos de existencia de nuestra galaxia. Es así que este modelo también podría probar la teoría de los universos paralelos que se desprende del Big Bang.

La voz computariz­ada de Hawking podría tener copyright pero no el vínculo que logró con la gente y que lo hizo contagiar la curiosidad por los secretos del Universo y entenderlo­s mediante lo cotidiano. El científico tuvo tres hijos: Robert, Lucy y Tomothy, quienes tuvieron que lidiar, más que con la discapacid­ad de su padre, con su siempre creciente celebridad; pero que también sirvió para poner bajo la lupa una enfermedad que tendrán que seguir visibiliza­ndo mediante la Fundación Stephen Hawking. Les heredó las estrellas, pero con los pies sobre la Tierra: “Intenten encontrar el sentido a lo que ven y pregúntens­e qué es lo que hace que el Universo exista”, decía.

“La considerac­ión de los agujeros negros sugiere que Dios no solo juega a los dados, sino que a veces nos confunde lanzándolo­s a donde no se pueden ver” STEPHEN HAWKING Astrofísic­o y divulgador científico británico

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