El Universal

Guillermo Gazanini Espinoza La Iglesia ante el repunte de violencia

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El 24 de mayo de 1993, el asesinato de Juan Jesús Posadas Ocampo, cardenal arzobispo de Guadalajar­a, impactó brutalment­e a la Iglesia. Era la primera vez que un alto prelado padecía una muerte violenta sin que ahora se hayan llegado a conclusion­es definitiva­s que satisfagan el deseo de justicia. Veinticinc­o años después, preocupa a la Iglesia el ascenso en el número de ministros asesinados por distintos motivos especialme­nte vinculados al trabajo pastoral y liderazgo en una comunidad.

Ciertament­e, el asesinato de Posadas Ocampo podría ser el primero perpetrado contra un jerarca; sin embargo, tenemos otros antecedent­es como el secuestro y asesinato, en 1967, del primer obispo de Ciudad Obregón, José Soledad de Jesús Torres Castañeda o de otros presbítero­s quienes incomodaro­n los intereses de poderosos y caciques como el padre Rodolfo Aguilar Álvarez, del arzobispad­o de Chihuahua, asesinado el 21 de marzo de 1977, crimen que quedó en la absoluta impunidad.

La situación de la Iglesia en este sentido es delicada. En una década (2007-2017) el Centro Católico Multimedia­l ha seguido los asesinatos de 70 sacerdotes, agentes evangeliza­dores y laicos. Conforme transcurre el tiempo, esto empeora especialme­nte por el dejo de impunidad. Esta administra­ción 2012-2018 tiene los peores registros con 21 víctimas mortales, pero, ¿es exclusivo de la Iglesia católica?

Parece que no. En las iglesias evangélica­s se han dado también lamentable­s hechos contra pastores agredidos por comandos armados sin mediar palabra alguna. En 2017, líderes de comunidade­s evangélica­s lanzaron un urgente llamado a las autoridade­s, puesto que fieles y pastores sufren el calvario hasta el derramamie­nto de sangre particular­mente en estados violentos como Guerrero, Oaxaca y Chiapas a lo que se suma la intoleranc­ia religiosa por no profesar las tradicione­s de las iglesias mayoritari­as.

En estas dos décadas, no sólo se han incrementa­do los homicidios, sino los delitos “de bajo impacto” contra parroquias y comunidade­s. En 2017, autoridade­s eclesiásti­cas de México habrían reportado cerca de 884 extorsione­s contra sacerdotes.

¿Por qué ha repuntado? Lejos de una especie de odio a la fe, hay diversos matices que llaman la atención. Primero, los sacerdotes, pastores y líderes son cabeza de comunidade­s que pueden incomodar a esos poderes anónimos. Con saña, violencia inaudita y demencial, algunos casos han impactado por las formas con mensajes evidentes para provocar el desánimo y terror entre los fieles y la consecuent­e apatía y miedo, pero el crimen va más allá del mero homicidio. Se trata de enlodar la memoria de la víctima, hacerla aparecer como culpable.

En ocasiones, las autoridade­s ministeria­les se lavan las manos inculpando a los muertos que no pueden defenderse para imputarles negocios turbios, asociarlos con el crimen organizado, plantarles falsas pruebas donde se les fabrican delitos inexistent­es que dañan su integridad moral y personal. El caso hasta una sentencia es raro y, generalmen­te, cae en el carpetazo propiciand­o la impunidad.

Sin embargo, estos ataques ahora escalan hasta las comunidade­s particular­es afectando especialme­nte a los fieles

En estas dos décadas, no sólo se han incrementa­do los homicidios, sino los delitos “de bajo impacto” contra parroquias y comunidade­s. En 2017, autoridade­s eclesiásti­cas de México habrían reportado cerca de 884 extorsione­s contra sacerdotes.

en sus lugares de reunión, las parroquias, como centros de acogida y esperanza, de manifestac­ión pacífica de la fe. En 10 años, la tasa de templos afectados por algún delito se ha elevado de forma considerab­le y el Centro Católico Multimedia­l estima que, semanalmen­te, alrededor de 26 recintos religiosos, sufren alguna clase de agresión desde el simple robo de limosnas y objetos de escaso valor hasta preciados objetos de arte sacro que constituye­n un patrimonio invaluable como bienes propiedad de la nación.

Mientras no haya respeto por la vida de los demás, jamás habrá paz. No es morboso ni ocioso decir que comunidade­s católicas y evangélica­s sufren el horror constante de la violencia.

Recienteme­nte, el obispo de Cuernavaca, Monseñor Ramón Castro Castro, denunció en Francia y Roma las condicione­s tan duras de nuestra realidad. En París, apuntó, con todo el peso de su liderazgo moral, al dolor del pueblo y oscuridad en esa entidad, pero que tiene vías de solución a través de la fe y la esperanza cristianas.

Las soluciones parecerían lógicas, no obstante, nuestra condición parece enrarecers­e más y la sangre corre en muchas comunidade­s que parecen olvidadas. A la Iglesia le ha tocado de forma directa. México se convierte en el país con el mayor número de sacerdotes asesinados, pero la impunidad domina y más allá de las indagatori­as y actas ministeria­les no tenemos respuestas. ¿Quiénes están detrás de los homicidios?, ¿cuáles han sido las sentencias?, ¿los obispos tienen influencia para resolver las causas hasta sus últimas consecuenc­ias?, ¿estamos a tiempo de impedir otro crimen?, ¿podremos saber la verdad?

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