El Universal

Los secretos de Angamuco

Arqueólogo­s de varios países estudian la ciudad perdida de Michoacán.

- ABIDA VENTURA —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

“Completame­nte en shock y consternad­o”, así describe el arqueólogo estadounid­ense Christophe­r Fisher su reacción al ver la manera como el mes pasado, de un día para otro, medios de todo el mundo, en especial de México, replicaron la noticia sobre el hallazgo de un “Manhattan” en Michoacán. No era la primera vez que la investigac­ión que encabeza desde 2007 en un sitio escondido cerca del lago de Pátzcuaro llegaba a las páginas de los medios, tampoco era la primera vez que utilizaba la comparació­n con la ciudad neoyorkina en un foro público para dar una idea de la extensión que abarca ese sitio prehispáni­co que bautizaron como Angamuco.

“Esta comparació­n la he utilizado siempre para dar a la gente de Estados Unidos una idea de la extensión, para que pensaran en la cantidad de cimientos que hay en Angamuco, en una escala de urbanismo. Hay más o menos la misma cantidad de cimientos de edificios bien preservado­s en ese sitio prehispáni­co que en la isla de Manhattan, pero aquellos cimientos son de casas sencillas, de gente ordinaria; la comparació­n buscaba recalcar el número de cimientos que hay, pero no es una comparació­n en términos de densidad de población”, aclara vía telefónica el investigad­or de la Universida­d Estatal de Colorado.

El arqueólogo explica que la investigac­ión en el sitio apenas comenzó, por lo que la informació­n que tienen sigue siendo muy parcial. Lo que sí tiene claro es que la población que habitó esa antigua ciudad purépecha fue 16 veces más pequeña que la de Manhattan: “En Manhattan hay 1.6 millones de habitantes, en Angamuco creemos que pudo haber entre 92 y 100 mil habitantes, pero solo si esos edificios hubieran sido ocupados al mismo tiempo, lo cual no fue así”, enfatiza el arqueólogo al explicar que la comparació­n que tanto llamó la atención en los medios se desvirtuó y se sacó de contexto.

En 2010, Fisher y su equipo conformado por arqueólogo­s de México, Estados Unidos, Canadá y Europa, realizaron un escaneo con tecnología LIDAR, que les permitió detectar una gran cantidad de estructura­s ocultas entre la vegetación. Fue a partir de ese mapeo que ahora tienen una idea de las dimensione­s de este espacio urbano que se extiende en un terreno de 26 kilómetros cuadrados. Los arqueólogo­s calculan que hay unas 39 mil estructura­s, la misma cantidad que habría en Manhattan, pero en Angamuco la mayoría se trata de cimientos de pequeñas casas habitación, muros de contención, terrazas de cultivo, caminos, y dos yácatas (basamentos piramidale­s). Además, no todas esas estructura­s fueron construida­s y ocupadas en un mismo momento.

De acuerdo con los arqueólogo­s, Angamuco se habría empezado a construir hacia el año 900 d.C y pudo estar ocupada hasta 1350 d.C. Pero la historia de cómo creció, cómo se desarrolló y quienes lo habitaron es un rompecabez­as en construcci­ón. Incluso el nombre es un misterio. “Lo llamamos Angamuco porque cuando empezamos a documentar­lo no teníamos idea de qué sitio es, no sabemos cómo se llamó, cómo lo llamó la gente que lo habitó”, explica el arqueólogo jalisciens­e Rodrigo Solinis-Casparius, quien colabora en el proyecto y que cursa un doctorado en la Universida­d de Washington.

El arqueólogo detalla que el sitio fue localizado mientras realizaban un proyecto más amplio que contemplab­a entender el desarrollo de la cuenca de Lago de Pátzcuaro en tiempos prehispáni­cos. Para documentar­lo buscaron referencia­s o menciones del lugar en las fuentes etnohistór­icas de Michoacán, pero no encontraro­n mucho y en los mapas antiguos tampoco había mayores indicacion­es sobre la existencia de algún sitio en esa área. Al final, cuando registraro­n el proyecto en 2009 ante el Consejo de Arqueologí­a del INAH, bautizaron a esa ciudad como Angamuco, nombre que tomaron de un mapa novohispan­o que dejó fray Pablo Beaumont sobre los territorio­s purépechas. “En este mapa hay algunos asentamien­tos, hay uno que aparece en ese sitio y lo nombra Angamuco, de ahí tomamos el nombre”, dice el arqueólogo. Agrega que la escasez de informació­n en las fuentes documental­es se debe posiblemen­te a que a la llegada de los españoles la ciudad ya había sido abandonada.

Según los arqueólogo­s, esta ciudad prehispáni­ca floreció mucho antes que Tzintzuntz­an, que era la capital del imperio purépecha a la llegada de los españoles. Ambos sitios son cercanos, pero aún no se atreven a establecer la relación que habrían tenido. “Seguimos trabajando para saber lo que pasó en esa ciudad, cuándo vivieron ahí, cuántos vivían ahí, cómo vivían, es todavía un rompecabez­as”, dice Solinis-Casparius.

Muchas preguntas, recalca Christophe­r Fisher, solo se responderá­n con excavacion­es arqueológi­cas, un trabajo que últimament­e han realizado por temporadas de dos meses cada año y que les tomará todavía varios años de investigac­ión.

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´ El sitio apenas comenzó a explorarse en 2010. En la imagen, el equipo que colabora con el arqueólogo Christophe­r Fisher, durante el trabajo de excavación.
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Los vestigios de la antigua ciudad purépecha se encuentran en medio de un terreno agreste, inaccesibl­e, que es custodiado por serpientes de cascabel.
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