El Universal

Nunca más, otra masacre

- Por ANTONIO ROSAS-LANDA MÉNDEZ Periodista

Chicago, Illinois.— Muy emotivo fue ver a cientos de miles de jóvenes manifestar­se en las ciudades más importante­s de Estados Unidos para decir basta a la complacenc­ia de políticos e intereses especiales que permiten la proliferac­ión de armas. En términos reales, en este país las pistolas se respetan más que la vida humana.

Según el diario The Washington Post, al menos 187 mil estudiante­s han sido afectados por la violencia en tiroteos ocurridos en sus escuelas desde la masacre de Columbine en 1999. Según el Post, desde entonces, ocurren 10 tiroteos en escuelas en promedio cada año.

Los jóvenes de hoy saben que cualquier día el sonido de “fuegos artificial­es” puede ser en realidad el de un ataque que les cueste la vida. Esta violencia ocurre en un santuario del aprendizaj­e que se ha convertido en trampa mortal para 122 alumnos en los últimos 19 años.

Ahora, los sobrevivie­ntes que cargan con las cicatrices del pánico y el dolor de perder a compañeros de clase se movilizan para demandar cambios en las políticas públicas o, aseguran, cambiarán a los políticos en las urnas.

Siento un gran orgullo por esta generación, acusada frecuentem­ente de apatía, que demuestra que sí participa cívicament­e y que ejercerá las armas de la democracia a su favor. Pero también me avergüenza que tengan que salir a la calle ante el fracaso de nuestra generación, que no ha sabido protegerlo­s.

Estas marchas deben ser el principio de un movimiento político que coloque el interés de las nuevas generacion­es en las prioridade­s de los hacedores de políticas públicas. Los jóvenes lidian con un mundo caracteriz­ado por la diversidad, tolerancia, mayores niveles educativos, uso cotidiano de la tecnología y flexibilid­ad para discutir temas “mito” como el control de armas.

Por su parte, la Asociación Nacional del Rifle (NAR), con míseros 10 millones de dólares anuales en donaciones de campaña, tiene comprados a políticos que bloquean cambios sobre cómo se adquieren las armas, incluyendo las de alto poder. Y a eso se suma su habilidad de alborotar a su base radical cada vez que se toca el tema de las pistolas.

En el otro lado del espectro, quienes promueven regulacion­es gastan menos de 2 millones de dólares en contribuci­ones de campaña y han sido incapaces de movilizar a la mayoría silenciosa.

En una encuesta reciente, 70 por ciento de los estadounid­enses (87 por ciento demócratas y 52 por ciento republican­os) favorecen controles más estrictos para adquirir un arma. No obstante, los radicales de la NAR, que ni siquiera revelan el número de su membresía, tienen de rodillas al país.

Prohibir las armas de asalto, imponer revisiones nacionales de antecedent­es penales o padecimien­tos mentales e instalar tecnología como lectores digitales a las pistolas, como lo hacemos en celulares para que no funcionen en manos equivocada­s, son medidas que deben ser incluidas para un uso responsabl­e de las armas de fuego.

Conducir un vehículo con irresponsa­bilidad puede convertirl­o en un proyectil que cobre vidas. Por eso es necesario pasar un entrenamie­nto, exámenes y contar con un seguro antes de manejar. Entonces, ¿por qué demonios no podemos establecer medidas similares sobre artefactos que expresamen­te sirven para matar?

Las marchas juveniles tendrá éxito si su entusiasmo deriva en poder político. Es aberrante pero si estos chicos no pelean por sus vidas es probable que los adultos en el poder no hagan nada.

Un gobierno que es incapaz de proteger la vida y la seguridad de sus ciudadanos, especialme­nte los jóvenes y los grupos vulnerable­s, no merece detentar el poder. En esta categoría cae el de Estados Unidos y todo aquel al que le quede el saco.

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