El Universal

Mónica Lavín Entre dos aguas

- DORAR LA PÍLDORA

Estuve aquí hace dos años, se llama The Hermitage en Englewood, Florida, una casa histórica de 1907, remodelada y añadidos algunos estudios frente al mar para que cinco artistas de distintas disciplina­s se concentren en su trabajo. Era noviembre y la naturaleza era más evidente en los pajarracos que poblaban la playa al atardecer y las águilas reales que oteaban desde los grandes árboles. Ahora es justo el comienzo de primavera y tan pronto un día azota un viento que despeina las yucas y los pinos australian­os que crecen en la playa como el sol se vuelve insistente y brutal. El cielo despliega estrellas con descaro y la luna se va llenando y opacando la silueta de las constelaci­ones que aquí hacen soñar. Uno viene a escribir pero es inevitable dialogar con el entorno, y hasta afortunado. El entorno es la playa y el manglar y son los otros que están aquí concentrad­os en lo suyo y los administra­tivos que tienen su propia espacio. Vivo lo que hablo con ellos, el New York Times que llega a la puerta y las primeras planas de los periódicos mexicanos que puntualmen­te recibo en el celular.

Es cierto que Trump es plática inevitable porque lo suyo es hacer escándalo y retractars­e, es lo más lejano a la sensibilid­ad y la sensatez, a la tolerancia, menea el copete y lo acomoda, así que aquí nadie es pro Trump, y a una que por allí lo ostenta en su placa, quieren comérsela viva. También dicen que si se reelige se irán a vivir a otro país. Y se interesan por México. Pero ya sabemos, les llegan noticias atroces. Saben del peligro pero nadie habla de que ahora estamos en contienda electoral. Me sorprende que por más mente abierta, bien a bien no tienen idea de qué pasa en México en cambio uno sí que tiene los canales aceitados para sus elecciones y las consecuenc­ias de ellas. Son imperio y eso se vive y se trasluce.

Me impresiona este trozo de playa en el Cayo Manasota porque la recorren personas siempre con la cabeza abajo. Pelícanos terrestres que en vez de peces frescos bucean en la arena por dientes de tiburón. Una mujer comenta que le dio cáncer en la piel de la nuca por tanta playa cabeza abajo. Sísifo (así lo he llamado yo) todos los días monta un campamento, toldo azul y un surtido amplio de palas y tamices de diferente calibre, con los que cierne la arena donde posiblemen­te aparecen esos pedazos oscuros, triángulos menudos que remiten al pasado remoto. Son fósiles de la costa. ¿Por qué siempre queremos hurgar en la historia pasada, por qué necesitamo­s esa ancla y conexión con lo que fue, hasta la obsesión, hasta el cáncer en la nuca? Sísifo con su barba larga y la piel tostada de sus piernas fornidas está aquí de sol a sol. Temo preguntarl­e algo, porque siendo como es, habrá que reanudar la conversaci­ón todos los días, olvidarla y volver a empezar. Y no estoy para olvidos, ni para locos, que conmigo tengo.

Los viejos que han hecho de Florida el paraíso del retiro recorren la playa hurgando en el pasado milenario, como si en él estuviera su futuro, una rara esperanza de que todo dura tanto como los dientes de tiburones de otra era, tal vez para olvidar que han diseñado la antesala de lo que queda de su vida con mar, sol y quietud infinita. Tal vez para recobrar el placer infantil del hallazgo, de lo nuevo que siempre refresca. Mientras ellos, aves que migraron para quedarse, hunden el pico de jubilados en la recompensa del hallazgo fortuito, una iguana de crin rojiza persigue a una más lisa a escasos metros de donde las contemplo sin invitación. No sé si son hembra y macho, pero la danza de la cópula o la violencia territoria­l se despliega casi a mis pies. La del penacho rojizo muerde la cola de la iguana lisa, y la detiene, a dónde vas chiquita, va subiendo la tenaza de su mandíbula hasta llegar a la nuca de su presa protegida por escamas. Y a espaldas de los buscadores del pasado, monta a la víctima y la posee descarada sentando la voluntad irredenta de la continuida­d.

Yo nada más miro en medio de dos aguas, la del manglar y la del golfo. La de la memoria que busca para hacer del pasado futuro y la del ansia salvaje que espera la continuida­d insensata del texto como una manera de estar y preguntar. Sísifo y yo hemos montado nuestros campamento­s, yo también escarbo, tamizo y vuelvo a empezar.

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