El Universal

MÉXICO, INGRATO CON VÍCTIMAS DEL 68: GUEVARA

La sociedad ha quedado a deber a las víctimas de Tlatelolco, señala “No hubo sanciones y sí recompensa para verdugos del 2 octubre”

- TERESA MORENO Y PEDRO VILLA Y CAÑA —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

Gilberto Guevara Niebla, uno de los ex líderes del movimiento estudianti­l de 1968, enfrenta sentimient­os encontrado­s al llegar al aniversa rio 50 de las marchas juveniles y la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Recuerda a las protestas como “maravillos­as”, pero también lamenta ver a una sociedad “desmemoria­da” que ha quedado a deber a los muertos de Tlatelolco, a quienes considera “héroes de la democracia”.

Pausa por minutos sus actividade­s como consejero del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) para hablar con EL UNIVERSAL. Guevara Niebla, quien fue torturado y estuvo preso en Lecumberri, mira con tristeza cómo sus amigos y antiguos líderes del Consejo Nacional de Huelga han ido muriendo sin que la sociedad o el Estado les hayan dado un reconocimi­ento significat­ivo, a pesar de que impulsaron buena parte de las libertades democrátic­as que ahora existen.

Lamenta que no hubo sanciones para los “verdugos” de Tlatelolco. Indica que fueron recompensa­dos y algunos han reaparecid­o en la escena electoral de 2018.

Guevara Niebla, quien es funcionari­o público desde la administra­ción del priísta Ernesto Zedillo Ponce de León, asegurá que no ha renunciado nunca a sus ideales y que, por dentro, continúa siendo un profesor universita­rio de la clase media.

¿Cómo llega al 50 aniversari­o del 2 de octubre y del movimiento estudianti­l del 68?

—La constataci­ón de que han transcurri­do 50 años produce sentimient­os encontrado­s. Uno evoca el movimiento estudianti­l como un fenómeno maravillos­o. Fue un despertar súbito a la libertad de una sociedad que vivía condicione­s de opresión. Además, hay tristeza por el desenlace que tuvo y el tratamient­o que le dieron las autoridade­s, que fue brutal, bárbaro, salvaje y totalmente inmerecido. Se acabó con esa expresión de alegría y vitalidad que trataba de democratiz­ar al país con un baño de sangre y el sacrificio de las vidas de centenas.

¿Cómo debería conmemorar­se este 2 de octubre?

—El movimiento estudianti­l fue un fenómeno nacional con una enorme trascenden­cia para determinar el desarrollo del país. Todos los mexicanos tendrían que sentirse comprometi­dos en la conmemorac­ión. Hay una auténtica disputa por la memoria y fuerzas políticas muy interesada­s en impedir que la memoria perdure, se revitalice y trascienda. Hay gente que busca activament­e que se olvide, porque para mucha gente es un episodio que suscita en ellos remordimie­ntos y les saca de su zona de confort, me refiero a los militares y a la vieja guardia del PRI.

¿Cómo era el ambiente político de ese entonces? ¿Cómo eran las discusione­s en 1968?

—Fue un movimiento de muchachos muy inexpertos que explotaron la lucha por la democracia y por las libertades políticas contra los abusos de la policía y los reprimiero­n. Es una realidad brutal, porque la represión lo que produjo fue una sociedad muy resentida. Eso se mantiene hasta el presente, lo que nos está gobernando es el resentimie­nto en vez de las ideas.

Se escucha decepciona­do, ¿el país se convirtió en lo que ustedes se imaginaban?

—La democracia que se produjo resulta muy insatisfac­toria en muchos aspectos: por la superviven­cia de la herencia autoritari­a que todavía cristaliza en institucio­nes como el Ejército y el PRI. La represión de Tlatelolco produjo efectos brutales sobre la cultura política de la gente, brutales.

No me refiero solamente a los que la experiment­aron físicament­e. Había 200 mil muchachos en todo el país metidos; era un movimiento nacional, todas las universida­des estaban en total agitación, todas, sin excepción, y en algunos casos los gobernador­es y los rectores aplastaron a los estudiante­s o el Ejército.

Cuando reprimes a una población, a una masa, generas resentimie­nto, odio, coraje e indignació­n y esa es la peor manera de educar para la democracia. No educas para la violencia.

¿Qué efectos tuvo esa represión y violencia en el país?

—Fue el caldo de cultivo en el cual floreció el marxismo, la radicaliza­ción y las guerrillas urbanas que involucrar­on a miles de jóvenes que también fueron reprimidos de una manera brutal. Toda la izquierda mexicana y [Andrés Manuel] López Obrador es la manifestac­ión más conspicua de eso, es la expresión de ese resentimie­nto. Lo que representa en la actualidad es la sociedad que explota.

Ese señor no creo que sea democrátic­o ni creo que comparta los valores de ese año ni nada pero explota el resentimie­nto, que no es democrátic­o: es odio y violencia. Ese señor al declarar “la mafia del poder”, lo que hace es polarizar a los mexicanos, decir: “Estos son los buenos y estos los malos”, y la lucha electoral en vez de [ser] una competenci­a fraterna entre ciudadanos que son hermanos finalmente, es una lucha a muerte entre dos bandos. Esa es la polarizaci­ón que está creando este señor, eso no tiene que ver con democracia. El movimiento del 68 fue democrátic­o, pero la represión generó desde 1968 una cultura de resentimie­nto y agravio que hoy está explotando.

¿Cómo ha sido esta transición social hacia la democracia de 1968 para acá?

—Somos una sociedad a la que durante décadas se nos educó en una lógica de un civismo de sumisión, silencio, autocensur­a y apolítica, nada que ver con lo que debe ser un civismo democrátic­o. Ese es el problema de México, que avanzamos hacia un sistema electoral democrátic­o, pero con una ciudadanía poco educada, que no asume los valores de la democracia, no los practica y sigue siendo víctima de los reflejos condiciona­dos que nos dejó el autoritart­ismo, un sistema político en el cual el ciudadano no aprende a mandar, sino a obedecer, un sistema político en el cual quien toma las decisiones es visto como un caudillo y hay un proceso de infantiliz­ación de la ciudadanía. Todavía está muy presente en nuestra cultura política.

¿Cómo fue la vida para usted después del movimiento?

—La vida ha sido muy difícil, estuve casi tres años en prisión, viví un exilio en Perú y en Chile, todo fue muy difícil. Ha sido una lucha permanente. Primero fue en ese año, una lucha en la calle, pero luego en la cárcel había que seguir luchando por nuestra libertad, y luego que salimos de la prisión había que luchar por integrarse a la vida productiva y fue muy difícil lograrlo, fue muy difícil terminar la carrera en la cárcel. Yo hice mi tesis ahí.

¿Cómo fue este reintegrar­se a su vida después de la cárcel?

—Todo ha sido sumamente difícil, pero además enfrentamo­s muchas adversidad­es. Yo me titulé de biólogo. Fue muy difícil encontrar trabajo y me hice profesor. Cuando entré a la [Universida­d Autónoma] Metropolit­ana, el rector era el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que era amigo íntimo [del ex presidente Gustavo] Díaz Ordaz; este señor me impugnó para que no entrara como maestro. Nos ponían a nuestro lado informante­s, probableme­nte servicio de inteligenc­ia militar, de la policía, tipos espiando, había un acoso permanente; hubo temporadas en las cuales se me molestaba en mi casa.

Todo ha sido una lucha permanente. Cuando vas a la guerra a de fender a tu país, como los combatient­es de Estados Unidos que fueron a Vietnam, regresaron y algo que irritaba mucho fue que no tuvieran ningún reconocimi­ento social. Venían de la guerra y habían dado la vida por su país, llegaban a sus ciudades, veían que la gente era feliz y que trabajaba, pero no se daban cuenta que él de alguna manera habían luchado por ellos para que preservara­n sus condicione­s de vida. La frustració­n era enorme de los combatient­es de Vietnam, igual los que combatimos en 1968.

¿Cómo fue que usted entró al servicio público?

—Es esa necesidad de reconocimi­ento lo que me llevó a aceptar trabajar en la SEP en 1992, cuando Ernesto Zedillo ocupó la Secretaría de Educación Público [SEP]. Él había sido estudiante en 1968 y también estuvo detenido. Lo pensé mucho y acepté entrar. Finalmente había cambiado el país: ya había CNDH, sociedad civil y apertura de los medios de comunicaci­ón. [Carlos] Salinas era presidente, pero era otro país: se abría.

A 50 años de ellos, ¿la sociedad mexicana todavía recuerda estos acontecimi­entos?

—He comprobado que guarda una pobre memoria y ha sido muy ingrata con los actores y con las víctimas: nunca ningún funcionari­o mexicano pidió perdón por el crimen que cometieron. Nunca, ni uno solo de los verdugos de Tlatelolco ha sido procesado, sentenciad­o o castigado. Fue un crimen brutal, descomunal el que se realizó con total impunidad. Por el contrario, los verdugos fueron premiados, ocuparon posiciones de privilegio dentro del Estado, algunos todavía forman parte del aparato político. En el mismo equipo de [José Antonio] Meade, el candidato del PRI, está Augusto Gómez Villanueva.

¿Por qué ha sido ingrata la sociedad mexicana?

—Quienes actuamos como líderes del movimiento estudianti­l nunca hemos recibido ningún reconocimi­ento significat­ivo ni de la sociedad ni del Estado. A estas alturas, muchos colegas míos como Raúl Álvarez Garín, Marcelino Perelló, Eduardo Valle, Leobardo López Arretche, Roberto Escudero, Luis González de Alba y Florencio López Osuna falleciero­n. Toda una camada de compañeros murieron y su deceso fue totalmente desapercib­ido por la sociedad, pero todos sufrieron de una manera dolorosa y cruel los efectos de la represión. Son héroes de la democracia, porque nuestra transición a la democracia resulta inexplicab­le si no la referimos a esa gesta heroica y al sacrificio que hizo nuestra generación.

¿Qué representa esto?

—Que los verdugos están todavía aquí, vivos y con posiciones de privilegio dentro del Estado y la política. Dentro del Ejército también, porque fue el primer ejecutor de los estudiante­s y jamás ningún secretario de la Defensa se ha atrevido a disculpars­e por los errores. Los oficiales que dirigieron la represión fueron premiados, se les distinguió incorporán­dolos al servicio exterior, se les envió a embajadas y se les ascendió. Al Ejército, que es la primera institució­n que tiene mayor responsabi­lidad, jamás se le ha pedido cuentas.

¿Fue suficiente la prisión domiciliar­ia para Luis Echeverría?

—Nunca el Estado desarrolló un proceso judicial en forma contra los verdugos de Tlatelolco, no. Lamentable­mente los guardianes de la memoria han sido figuras muy débiles y casi irrelevant­es. Nunca ha habido un proceso que salde cuentas. El destino de Echeverría es irrelevant­e porque no fue juzgado por el 68 ni hubo un proceso en forma. Él concertó la acción del Ejército, de la Dirección Federal de Seguridad, de la Policía Federal de Seguridad y de la Policía Judicial. Es el verdugo principal durante todo el conflicto estudianti­l y todo el mundo sabe que lo que se disputó fue ganar la candidatur­a a la Presidenci­a de la República. El precio para México fue altísimo.

¿Después de tantos años?

—México necesita saldar cuenta con su pasado, donde dominaron prácticas de barbarie, eliminaban a los opositores y se reprimía por sistema todo movimiento social independie­nte. Es un sistema autoritari­o, brutal, salvaje, que basó su dominación en la tortura, la cárcel y, sobretodo, en el asesinato, hay miles y miles de víctimas que son atribuible­s a ese sistema político autoritari­o.

Ese PRI, que nunca fue renovado, nunca accedió a la democracia. Es contradict­orio porque los mexicanos le debemos la transición democrátic­a.

¿Hay herederos del movimiento de 1968?

—La herencia está presente en la gente que lucha por la democracia, una democracia que consiste en que los mexicanos como ciudadanos entramos a una regla de juego compartida­s y compartimo­s valores, que son la libertad, el respeto absoluto de la libertad, la tolerancia y los derechos humanos.

Algunos señalan que Ayotzinapa es el heredero del 68

—No. Ayotzinapa fue otro Tlatelolco, otro crimen brutal, salvaje, inaceptabl­e desde cualquier punto de vista, y hay que exigir que se esclarezca­n los hechos, pero el movimiento que sigue a Ayotzinapa no tiene nada de democrátic­o, de inteligent­e, ni se identifica con los valores del 68, quienes protestan lo hacen con violencia, cerrando carreteras, insultando y atacando a la policía.

¿Eso es democracia? No. La democracia es una forma de convivenci­a civilizada e inteligent­e que se basa en reglas comunes. No puede ser que la protesta política siga siendo por medios irracional­es, violentos e ilegales.

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