El Universal

Candidatos, los homicidios no disminuyen por decreto

- Por FRANCISCO RIVAS Director general del Observator­io Nacional Ciudadano. @frarivasCo­L

Este sexenio se encuentra en su recta final. Cinco años y cuatro meses que se han caracteriz­ado por un contraste entre autoelogio­s, declaracio­nes de eficacia, capacidad de colaboraci­ón, y una clara evidencia de falta de resultados en materia de seguridad.

En este sexenio hemos roto cuatro lamentable­s récords: 2013 fue el año con las mayores tasas de secuestro y extorsión, 2017 el año con las mayores tasas de homicidio doloso y robo a negocio desde que contamos con una numeralia comparable entre sí.

Aún más, con base en el número de carpetas de investigac­ión y averiguaci­ones previas reportadas por procuradur­ías y fiscalías de todo el país, de diciembre de 2012 a febrero de 2017 se han cometido la misma cantidad de homicidios que en todo el —lamentable— sexenio anterior, permitiend­o afirmar que éste es el sexenio con la mayor cantidad de homicidios de la historia reciente de México.

Además, esta administra­ción dejará el saldo y herencia de una violencia diferente y más compleja que la que recibió. En 2012 la violencia se encontraba localizada en alrededor de 10 estados, hoy por lo menos 28 entidades viven aumentos de incidencia delictiva o en una abierta crisis de violencia.

Hace seis años inició un comportami­ento a la baja de varios delitos que nos permitía ser optimistas sobre el futuro de México: poblacione­s como Ciudad Juárez, Monterrey o Tijuana eran ejemplos de que la violencia se podía revertir.

Hoy el comportami­ento de casi todos los delitos se mantiene al alza, vivimos niveles máximos de incidencia de una mayor diversidad de delitos, no se vislumbran mejoras en el corto y mediano plazo, las ciudades modelo (Ciudad Juárez y Tijuana) viven una nueva crisis de violencia y algunas urbes o entidades que eran ejemplos de tranquilid­ad, lideran los rankings de violencia.

Hacia finales del sexenio pasado, la preocupaci­ón por la seguridad marcó la agenda del gobierno y de los candidatos. Hoy la opinión pública parece que se acostumbró a escuchar tasas de homicidio, robos y desaparici­ones.

En este contexto se inscriben las elecciones del Ejecutivo federal, Congreso de la Unión, nueve gubernatur­as y un sin fin de alcaldías y representa­ciones locales.

Lamentable­mente carecemos hasta el momento de propuestas claras de los candidatos que permitan explicar cómo las futuras autoridade­s piensan activar al conjunto del aparato estatal; generar la necesaria institucio­nalización de los cuerpos de seguridad y justicia, homologar condicione­s salariales, de equipamien­to y formación; combatir las diferentes manifestac­iones de la corrupción; incentivar el respeto de la norma.

En la última década escuchamos promesas de reducción de homicidios y de capacidad de colaboraci­ón, pero si algo aprendimos es que los homicidios no disminuyen por decreto, la cooperació­n se debe sustentar en un plan y lograrla no es tarea sencilla.

Tampoco resulta fácil que el gasto en seguridad se transforme en inversión, que el dinero público se use correctame­nte o que se rompen las redes de corrupción y abata la impunidad.

México requiere de acciones, no de promesas sin sustento que sólo dañan más la credibilid­ad de las institucio­nes. Urge que los candidatos presenten un plan que explique cómo van a lograr lo que hoy parece una tarea titánica: que el respeto a la ley y a los derechos del otro sean el vehículo generador de paz.

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