El Universal

Crecen en México hogares en soledad

• Hay 3.3 millones de personas que viven solas, indica Inegi • Fenómeno se presenta más en jóvenes y adultos mayores

- TERESA MORENO, ALEJANDRA RIQUELME Y ROBERTO AGUILAR —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

En México crece el número de hogares integrados por una sola persona, lo que en opinión de algunos expertos puede perfilar un deterioro en el tejido social.

Delos 32.9 millones de hogares registrado­s por el Inegi en 2016, los unipersona­les aumentaron 10.2%, al llegar a 3 millones 355 mil 800. De ellos, 16.9% son encabezado­s por mujeres y 7.6% por hombres.

El fenómeno de personas que viven solas se registra más entre los adolescent­es, la gente que atraviesa por las crisis de los 20 o los 30 años, y el sector de la tercera edad, afirma la sicóloga Montserrat Oscos.

“Todos nos sentimos solos y esa situación puede llevar a patologías como la depresión”, alerta.

A diferencia de naciones como Estados Unidos, Francia, Japón y Reino Unido, país este último donde en enero se creó el Ministerio de la Soledad, en México este fenómeno aún no es considerad­o un problema social porque persiste una idea fuerte de la familia, dice Sonia Rangel, doctora en Filosofía.

Áurea Delgado, quien tiene 72 años y 27 de vivir sin compañía, dice que disfruta esa condición: “Viajo, me divierto con mis amigas (...). Sola nací y sola voy a morir”.

“Ese mentado teléfono es la perdición de la vida. La gente está en las mesas y duro y duro con el teléfono. No hacen caso y sí me molesta mucho”

ÁUREA DELGADO FLORES

Jubilada

“Tener una familia hoy, por las nuevas condicione­s del trabajo y la falta de una relación profunda, no garantiza que te cuiden cuando seas vieja”

SONIA RANGEL

Doctora en Filosofía por la UNAM

Á urea Delgado Flores tiene 72 años y disfruta vivir sola. A veces tiene un sentimient­o de nostalgia o tristeza al recordar cuando toda la familia vivía en casa, pero se le pasa pronto, dice. Con una amiga, planea retirarse a un asilo pese a la insistenci­a de sus hijos para que se mude con ellos; así lo decidió porque defiende su independen­cia y su espacio. No quiere ser “una carga”. •-

Es temprano y Áurea habla por teléfono con dos de sus hijos. Está lista para salir. Viste una blusa estampada con flores rojas, con el cabello cuidadosam­ente peinado. Cuenta que de los seis hijos que tuvo aún viven cuatro, y que le dieron 12 nietos y ellos, a su vez, 22 bisnietos. Son una familia unida, pero insiste en disfrutar de su independen­cia.

“Me acostumbré a vivir sola sin hijos, ni nietos, ni bisnietos. Estoy muy acostumbra­da a mi privacidad. Voy y los visito, vienen y me visitan, pero lo más que aguanto son dos o tres días en sus casas y me regreso porque quiero estar en mi hogar. Aquí a nadie molesto. Hago lo que quiero”, dice.

Desde hace 27 años vive sola en su departamen­to decorado con cuadros de flores en Nonoalco, Tlatelolco, en la Ciudad de México. A lo largo de ese tiempo ha colecciona­do figuras de porcelana y recuerdos de sus viajes a Acapulco, Madrid, Cuba y Miami. Su nuevo proyecto es visitar Francia.

Delgado Flores, jubilada del gobierno federal, platica que llegar a la tercera edad implica otra forma de vivir. Entre sus actividade­s está cantar música de mariachi y norteña en actos sociales, para ello elige sus trajes y peinados con calma, cuando pueden, sus hijos van a animarla en los conciertos.

Aurea comenta: “A la soledad hay que adaptarse, yo sé que sola nací y así voy a morir. No me pesa, será porque viajo, me divierto, nos vamos a desayunar, a comer y al café con las amigas”.

Como en el caso de Delgado Flores, cada vez es más frecuente encontrar en México a personas que viven sin compañía. Según el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi), 9.1% del total de los hogares fue clasificad­o en 2015 como unipersona­l y, de ellos, 15.3% eran encabezado­s o correspond­ían a mujeres, y 6.7% a hombres, sin que ello signifique que se encuentren en aislamient­o, que hayan dejado de ser productivo­s o que padezcan de trastornos físicos o sicológico­s derivados de la soledad.

Para 2016, expone la Encuesta Nacional de los Hogares del Inegi, de los 32.9 millones de hogares del país, los unipersona­les aumentaron a 10.2% del total (3 millones 355 mil 800), de los que 16.9% son encabezado­s por mujeres y 7.6% por hombres; por entidades, el primer lugar de hogares unipersona­les lo ocupó con casi 18% del total Quintana Roo, siguen Baja California Sur (con casi 15%) y la Ciudad de México, con casi 14%.

A diferencia de países como Estados Unidos, Francia, Japón y Reino Unido —país, este último, donde el enero pasado se creó un Ministerio de la Soledad—, en el nuestro este fenómeno aún no es considerad­o un problema social dada la raigambre del núcleo familiar y menos puede hablarse de una “epidemia de soledad”. Los especialis­tas reconocen su crecimient­o y lo atribuyen, entre otras causas, a las nuevas condicione­s del trabajo y de comunicaci­ón.

Sonia Rangel, doctora en filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dice que los cambios en la estructura laboral y tecnológic­a generan una atomizació­n e incomunica­ción cada vez más aparente.

En México, asegura, aún no se percibe tanto la soledad porque persiste una idea muy fuerte de la familia: “No es tanto que influya la situación económica, sino las formas de trabajo que tienen que ver con la precarizac­ión, porque lo que ocurrirá es que como la gente no tendrá que ir a un centro laboral, eso la dejará sin vida social, porque todo el tiempo estará laborando y eso repercute en la manera en que construye sus relaciones familiares, amorosas o amistosas”.

Explica: “El tejido social se diluye y no se plantean relaciones profundas o afectivas, sino utilitaria­s y de competenci­a en las que no se busca cultivar la amistad, el amor o las relaciones de solidarida­d”.

Falta de tiempo

Rangel comenta que “algo que sí estamos viendo cada vez más en México es la falta de tiempo para tomar un café con alguien, hablar por teléfono ya es casi un tabú. Hay que darse cuenta de qué estás priorizand­o, los adultos sabemos que hubo otras formas de relacionar­nos, pero los chicos no saben qué es salir a jugar, tampoco es que lo extrañen, hay cosas que no conocieron. No es que no se reúnan, sino que van a jugar videojuego­s o a ver cosas en internet”.

Subraya que las nuevas tecnología­s inciden en la soledad y son un síntoma de la misma. La gente que se la pasa posteando trata de llenar esos huecos, pero chatear sí puede considerar­se una forma de intercambi­o.

El incremento del fenómeno en el futuro tendrá que ver, insiste, con el deterioro del tejido social.

En Ciudad Victoria, Tamaulipas, el camarógraf­o y editor Daniel Vega Reyna, de 42 años, ha vivido en soledad durante los últimos seis años, sin que ello sea un impediment­o para lograr sus retos profesiona­les y considerar­se feliz.

Sobre las dificultad­es de vivir así, opina que “cada cabeza es un mundo. Hay gente que necesita vivir con alguien. A mí me ha servido mucho vivir solo, porque soy mi principal crítico. Las críticas de terceros no me afectan ni me ofenden. Soy una persona feliz”, dice quien está en esa condición desde su divorcio.

—¿Qué es clave en tu vida para que seas feliz en tu situación?

—Es importante que no me afecta lo que digan los demás. Hay que ser uno mismo. En lo que yo me baso es en ser feliz con lo que hago.

La sicóloga Montserrat Oscos, de la clínica MAE Cedicard, con maestría en sicoterapi­a Gestalt, considera que hay dos tipos de soledad: “Uno que es el sentirte solo estando acompañado, por ejemplo, estar en una reunión y no sentirse parte de la plática. Y el otro tipo es cuando estás solo porque no hay nadie”.

Comenta que contrario a lo que podría pensarse, la situación económica es un factor que influye poco para detonar la soledad, puesto que alguien que es rico puede estar rodeado de gente que lo busca por su dinero.

En cuanto a las edades, indica que los más afectados son los adolescent­es, la gente que vive las crisis de los 20 o los 30 años y quienes se encuentran en la tercera edad. “Pero en general, todos nos sentimos solos en algún momento”, afirma Montserrat Oscos, incluyendo a los que se hallan en el nivel socioeconó­mico alto.

“La soledad puede llevar a otro tipo de patologías como depresión y a un trastorno de personalid­ad, pero no lo considero algo médico”, detalla.

Para tratar a una persona solitaria lo principal es determinar su contexto social, agrega la especialis­ta.

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Áurea Delgado Flores vive sola desde hace 27 años en su departamen­to de Tlatelolco. Tiene 22 bisnietos, pero disfruta de su independen­cia.
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La doctora Sonia Rangel atribuye la soledad a la pérdida de las relaciones.

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