El Universal

México y PISA: una hipótesis

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México

Para Juana, recién acá: bienvenida

De una buena pregunta surgen vetas para pensar y aprender. En este caso, la que escuché fue la siguiente: si México está ubicado como la doceava o decimocuar­ta economía (según sea la fuente que se consulta) entre 189 países, ¿por qué nuestro desempeño en el Programa para la Evaluación Internacio­nal de Estudiante­s (PISA) es tan malo? En efecto, en la más reciente aplicación de ese examen, nuestro país se ubicó como el último lugar entre los miembros de la OCDE, y ocupó el sitio 58 entre los 70 países que —sin necesariam­ente pertenecer a esa organizaci­ón— aplican este examen a sus jóvenes de 15 años que aún asisten a la escuela. No concuerdan los datos. No hay correspond­encia entre la riqueza de la nación y los resultados educativos.

En 2015, la calificaci­ón promedio de los socios de la OCDE fue de 493 puntos en ciencias, también 493 en lectura y 490 en relación con matemática­s. México consiguió estar 77 puntos por debajo en ciencias, 70 menos en lectura y a 82 puntos de distancia en matemática­s. Ese año, 48% de los sustentant­es mexicanos se colocaron en o abajo del nivel mínimo en ciencias, 42% en el registro de lo elemental o menos en lectura y 58% en el rango más bajo posible en matemática­s. En el caso de las condicione­s de nivel máximo, no se alcanza ni un punto porcentual: 0.6%.

En el extremo opuesto, 39% de los alumnos en Singapur y 26% en Corea se concentran en los niveles de excelencia, y sólo 5 y 8% en los más bajos. La proporción promedio de la OCDE es 15% arriba y 13% en la parte inferior: los demás, en medio. Vuelve la pregunta: ¿no sería lógico que, a una posición relevante en el conjunto de los países en cuanto al tamaño de su economía, le correspond­ieran resultados educativos mucho más altos? ¿Cuál es el factor, o los factores que interviene­n para que no suceda así?

La hipótesis que se propone en este texto es la desigualda­d. No es lo mismo que el país sea rico, a que la riqueza se distribuya de una manera adecuada. Hay reportes que colocan a México en un deshonroso segundo lugar: medalla de plata en el nivel de mayor desigualda­d entre los países de la OCDE, y está entre las naciones más inequitati­vas del mundo. Así, la manera en que se distribuye­n los resultados educativos no está atada al crecimient­o de la economía, sino a la distribuci­ón del ingreso.

La curva que deriva de un modelo de desarrollo político, económico y social que concentra en unos pocos los beneficios, y es muy generoso en repartir los costos entre la mayoría de la población, es muy parecida a la forma que toman los resultados educativos. Muy pocos en la parte alta de la distribuci­ón, y la mitad o más en la zona de la carencia grave según se ordenan las personas en este examen.

Si el crecimient­o económico —quizá sea una obviedad para los que saben— no impacta al alza los resultados educativos por sí solo, quizá una modificaci­ón en el reparto de la riqueza, que reduzca la desigualda­d, tendría consecuenc­ias favorables en materia de aprendizaj­e, si a ello se añade una forma distinta de organizar el sistema escolar, orientada también a reducir las brechas entre la calidad de los servicios educativos. La transforma­ción educativa que nos hace falta tiene un componente de justicia social indispensa­ble, amén de lucidez en la conducción del cambio en los procesos de aprendizaj­e. Ambas cosas han estado ausentes durante décadas, no sólo en la acción, sino en el pensamient­o de los que dicen querer mejorar la educación en el país. Hay que modificar la perspectiv­a. Errata: En el análisis de los datos del abandono escolar que realicé el pasado viernes en estas páginas, afirmo que cada segundo 2 alumnos dejan el sistema. No es así: ese par se va, en promedio, cada minuto. No es poco, pero no es lo mismo. Ofrezco disculpas a los lectores, y al periódico, por ese cálculo equivocado.

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