El Universal

Ricardo Raphael ¿Por qué AMLO respaldó al obispo Rangel?

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En Pueblo Viejo no hay internet, solo una de cada diez personas cuenta con electricid­ad en casa o posee un teléfono celular. Para llegar, desde Chilpancin­go, hay que recorrer cinco horas en automóvil. No viven en esa población más de mil 200 personas y el promedio de escolarida­d es de quinto de primaria.

En esa geografía serrana, al flagelo de la pobreza se le suma, desde hace varios años, la violencia arbitraria del crimen organizado. Disputan Pueblo Viejo dos bandas de narcotrafi­cantes: de un lado la que encabeza Onésimo Marquina Chapa, a quien apodan El Necho, uno de los altos jerarcas del grupo conocido como Los Rojos. Del otro lado está Isaac Navarrete Celis, conocido como El Señor de la I, un sujeto ligado al Cartel del Sur y recienteme­nte a Los Ardillos, banda que alcanzó fama nacional porque habría participad­o en el secuestro y desaparici­ón de los normalista­s de Ayotzinapa.

Pueblo Viejo resulta clave para la geografía del narcotráfi­co porque forma parte del corredor de la amapola que va de Chilapa a Tixtla. Entre Rojos y Ardillos disputan la lealtad de esta pequeña comunidad porque quien la domine puede transporta­r su producto sin contratiem­pos.

Son similares los mecanismos de disputa impuestos tanto por Navarrete como por Marquina: amenazan, extorsiona­n, torturan y asesinan a los pobladores que no cooperan. Al Señor de la I le gusta subir a YouTube sus advertenci­as violentas; en cambio, El Necho impone directamen­te el castigo, sin hacer demasiado aspaviento.

Pueblo Viejo suele tener escuelas cerradas, también cortes de luz prolongado­s y, de vez en vez, carece de agua potable. Se trata de un recurso frecuente de los criminales: si la población se inclina por alguno de los dos bandos, o de plano los rechaza a ambos, entonces los servicios públicos dejan de funcionar.

A fines de marzo, uno de esos líderes –Navarrete o Marquina– ordenó que dejaran sin agua potable a los habitantes de Pueblo Viejo, y es que esa comunidad se estaba organizand­o para enfrentar a ambas bandas criminales.

La sequía duró poco porque el obispo de Chilpancin­go, Salvador Rangel Mendoza, hizo una visita en helicópter­o para negociar el restableci­miento del servicio. Ahí se reunió con uno de esos dos líderes mafiosos para agradecer que el agua corriera de nuevo en las casas y, de paso, para pactar el cese a la violencia en contra de los candidatos.

Según el obispo, el capo con el que se reunió pidió a cambio tres condicione­s: que los aspirantes no compren el voto, que hagan obra pública (si ganan) y que cumplan con lo que hayan prometido.

En palabras de Rangel, ahora conocido por su capacidad para traducir a los narcos: “lo que ellos piden es que haya voto libre, razonado y secreto”.

Produce sospecha que, de la noche a la mañana, gente como Navarrete o Marquina se hayan convertido a la fe democrátic­a, pero como dice la Biblia: de todo hay en la viña del Señor.

Cabe, sin embargo, preguntars­e: ¿fueron realmente esas las condicione­s exigidas para no asesinar? ¿O qué más acordó el obispo? ¿Con quién de los dos líderes mafiosos se reunió, con Navarrete o con Marquina? ¿Le importó a Rangel la opinión de la comunidad? ¿Sancionó tales acuerdos con alguna autoridad formal?

Es común que las bandas de crimen organizado asesinen a los candidatos que no consideran próximos o que, de plano, están financiado­s por el adversario: ¿convino el obispo Rangel paz para todos los aspirantes o solo para algunos de ellos?

Reuniones en lo oscurito para acordar con narcotrafi­cantes ha habido siempre en México. Forma parte de nuestra tradición para resolver los conflictos. También es común que esos pactos terminen fatal, porque el narco que no se beneficia de la amnistía se vuelve peor de violento.

Dice Andrés Manuel López Obrador que ve con buenos ojos lo que hizo este religioso en Pueblo Viejo. ¿Qué en concreto ve con buenos ojos? ¿Qué se haya puesto a hablar con El Señor de la I? ¿O que lo haya hecho con El Necho? ¿Que haya ocultado las verdaderas condicione­s del capo? ¿O el agradecimi­ento porque la población volvió a tener agua?

¿De veras es tan ingenuo el candidato presidenci­al de Morena como para creerse que lo único importante para esos asesinos es una elección libre, secreta y razonada?

ZOOM: El problema más gordo en la lucha contra el narcotráfi­co mexicano es que han sobrado ocurrencia­s y faltado argumentos. Lo de Rangel suena a ocurrencia, a menos que responda con sinceridad las interrogan­tes relativas a su curiosa intervenci­ón en Pueblo Viejo.

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