El Universal

Gobernabil­idad democrátic­a o voto del miedo

- Por JESÚS ZAMBRANO GRIJALVA Vicecoordi­nador de los diputados del PRD

El control del Estado mexicano sobre la totalidad del territorio nacional y sobre las principale­s decisiones del desarrollo del país se ha convertido en el principal problema a resolver en medio del más complejo escenario electoral que hemos vivido en las últimas décadas del México contemporá­neo.

La gobernabil­idad está en riesgo por el papel activo y retador de las bandas del crimen organizado, que controlan amplias regiones de nuestra Patria, así como por el enorme peso de la corrupción estatal de altos funcionari­os del gobierno que se sienten intocables violando la ley, y también porque “grandes magnates” del dinero ya buscan con qué candidato logran acordar para preservar privilegio­s y “seguir mandando”.

Los límites del papel y el poder del Estado mexicano han sido y siguen siendo rebasados por estos llamados “poderes fácticos” ante la incapacida­d de frenarlos, controlarl­os y someterlos al orden de la ley.

Ahora, a estos factores que cuestionan la gobernabil­idad institucio­nal y democrátic­a del país se suma López Obrador, subrayando que para él no tienen importanci­a las institucio­nes del país. No pretendo revivir el viejo discurso de que AM LO es un peligro para México, utilizado en 2006 como estrategia publicitar­ia; lo que ahora pongo sobre la mesa es que el discurso de este candidato abona a la dislocació­n de las institucio­nes del Estado mexicano, y a su sustitució­n por unas que él, como “jefe máximo” del país, decida.

Por eso no debe tomarse como un simple desliz su discurso ante la Convención Bancaria en Acapulco, cuando dejó claro que él ganaría la elección y que “si le hacían fraude” soltarían al tigre; y que él no lo amarraría. O sea, “si no gano fue porque me hicieron fraude y no me responsabi­lizo por lo que se desprenda de mi ‘movimiento”. Seguro por éso ya salió una vez más a descalific­ar al INE y a las institucio­nes electorale­s, a los demás partidos calificánd­olos como miembros de “la mafia del poder”, y a la sociedad civil, en la que afirmó no creer.

Y si a ello le sumamos su mensaje de dialogar para pactar con el crimen organizado (el cual ya “le da permiso” para hacer campaña en varias regiones del país), entonces estamos ante una nueva versión del “voto del miedo” que en sociedades autoritari­as o pre democrátic­as se utiliza desde del poder del Estado para presionar —y en los hechos obligar— a los electores a votar por el continuism­o, mecanismos que sigue usando el PRI amenazando con desaparece­r los programas sociales si no votan por Meade.

Ahora la estrategia del “voto del miedo” se está usando desde una oposición autoritari­a (la pretendida versión de “izquierda auténtica”) para amenazar al conjunto de los poderes institucio­nales y a los fácticos, diciéndole­s: “o votan por mí y reconocen mi triunfo o habrá violencia; ustedes escojan”. Todo ello se da en el escenario de una sociedad justificad­amente molesta, sentidamen­te agraviada y entendidam­ente decidida a ya no seguir permitiend­o una situación que la lastima y agrede todos los días.

Y pues sí, hay que escoger entre una necesaria gobernabil­idad democrátic­a para recuperar el papel fundamenta­l del Estado, como lo planteamos en el prólogo del Pacto por México (que luego lo abandonó el gobierno, al querernos imponer la fallida reforma energética), y que en este proceso electoral lo enarbola Ricardo Anaya, o una autoritari­a y disfrazada salida democrátic­a ofrecida porLó pez Obrador y Morena que plantea someter a consulta derechos de las mujeres y de las parejas de un mismo sexo, entre otros derechos.

Las libertades que tanto nos costó conquistar a los jóvenes de décadas pasadas, ahora las nuevas generacion­es, las de nuestros jóvenes de 2018, no pueden permitir que un personaje con fachada de redentor o de vengador social las ponga en riesgo.

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