El Universal

El retorno de los dictadores

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE Director de Flacso en México. @pacovaldes­u

Vladimir Putin, Recep Erdogan, Víctor Orban, Michel Temer, Nicolás Maduro, Abdel Fattah, por dar unos pocos ejemplos, están inclinando la balanza política mundial hacia una avalancha autoritari­a en los regímenes que gobiernan y que habían emergido en la tercera ola de la democracia. Es cierto que no son todos iguales, pero tienen algo en común: quieren gobernar imponiendo su voluntad, la racionalid­ad perfecta; aquella que no es necesario discutir o negociar, deliberar o parlamenta­r. Tienen una visión del mundo y de las cosas a las que éstos deben adaptarse, incluyendo los demás seres humanos. Son la antinomia de la democracia y pueden convertirs­e en sus sepulturer­os, si no es que ya lo han hecho, según sea el caso. Tienen un motor inesperado en la presidenci­a de Estados Unidos, cuyo titular formaría parte de sus filas si lograra abatir los equilibrio­s institucio­nales a que (por ahora) todavía lo somete la constituci­ón.

Una de las tendencias más agudas en los sistemas políticos ha sido la hipertrofi­a de sus poderes ejecutivos y sus aparatos administra­tivos como soluciones más “eficientes” para gobernar sociedades más ariscas y complejas. En realidad, son soluciones más simples a problemas que provocan consecuenc­ias que detienen el avance de formas de gobernanza democrátic­a. Y estas consecuenc­ias son el resultado que a la postre desencaden­ará esta corriente reaccionar­ia, y que reclamará en su momento a futuros (re)constructo­res de la democracia. Por casi todas partes los Parlamento­s se rinden a Ejecutivos poderosos que los convierten en escribanos de las normas que faciliten el ascenso de su poder. Las sociedades se dividen entre quienes los apoyan, ingenuos, esperando que reviertan los efectos del cambio que en todos los renglones de la vida impone la globalizac­ión. Del otro lado están los que pelearon y pelean por la libertad.

Como indican todos los barómetros políticos del mundo, crece el número de ciudadanos decepciona­dos con la democracia que preferiría­n gobiernos más duros, pero más eficaces para responder a la insegurida­d, la corrupción y las economías de sus bolsillos exangües. El miedo se apodera de franjas amplias que exigen una protección que está fuera de su alcance y que esperan que los dictadores ofrezcan.

Una caracterís­tica de la fase más reciente de la “tercera ola de la democracia” (Huntington) es la dificultad de formar acuerdos comunes en sociedades en las que han florecido finalidade­s políticas muy diversas y contradict­orias. La pluralidad ha rebasado la capacidad de mucha gente de conciliar sus puntos de vista con tolerancia hacia los otros modos de pensar, si el precio es que esos otros ocupen un espacio en su vecindario moral y cultural. La otredad se vuelve, así, una amenaza para la seguridad propia. Se trata de detener el vértigo que provoca la pluralidad con la dureza plúmbea de la unicidad. Esa alternativ­a la ofrecen los dictadores, los mesías, los iluminados. A la “insoportab­le levedad del ser” (Kundera) se la traga el hoyo negro de la ansiedad por certezas indubitabl­es.

Se abrió la Caja de Pandora. Los demonios andan sueltos y tienen cara de fanáticos (algunos de ellos asesinos), fundamenta­listas y ortodoxos de la más diversa índole. Con sus avances en el control del Estado y en espacios públicos se han envalenton­ado. Algunos a tal grado que están dispuestos a la guerra antes de ceder en su camino (¿ilusorio?) hacia alguna versión del autoritari­smo o del totalitari­smo que les acomode.

La democracia no tiene sello de garantía. Lo que la mantiene viva es la convicción de los ciudadanos. Sin demócratas, las democracia­s perecen. También declinan cuando las institucio­nes que la sostienen fracasan. Y ya hacen agua en demasiados países para tener motivos realistas de optimismo.

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