El Universal

Boston 354

- FJ KOLOFFON @FJKoloffon. Historias a: contacto@fjkoloffon.com

Mañana se corre la carrera más importante del mundo: el maratón de Boston. Y cuando Juan Piña cruce la meta en Boylston Street, habrá completado su maratón 354. Juan, a sus 67 años, corre por el simple gusto, porque ya es una costumbre, un modo de vivir.

Duerme cuatro horas, se levanta a las 4:30 horas, revisa rápido sus correos, se rasura y sale diario a correr dos o tres horas; cuatro, a veces, si ninguna llamada o pendiente laboral se lo impide.

Juan corrió su primer maratón en Nueva York, en 1986, cuando tenía 32 años y un puesto importante en Banamex que lo llevó a viajar mucho por el mundo. Antes no corría. Después de la Gran Manzana, colgó los tenis un año y entonces sí empezó a correr en forma. Lejos de que su trabajo fuera un impediment­o, Marathon

Man, como se hace llamar en su Facebook, aprovechó sus viajes de negocio para correr por todas partes, y luego, más bien, planeaba su agenda internacio­nal a partir de los maratones a los que se apuntaba. Si quería hacer Copenhague, entonces concertaba por allá algunas reuniones de trabajo y listo.

Juan siempre ha hecho lo que le da la gana, con jefes o sin jefes. Un sábado puede estar corriendo 42.195 km en Turín, Italia, y el domingo otros más en Columbus, Ohio, Estados Unidos.

Josemaría Bolio tiene 41 años, hace tres le diagnostic­aron cáncer de mama y, lo mismo que Juan, trabaja en el universo financiero. Aun los días siguientes a sus quimiotera­pias, se despertaba también antes de que saliera el sol para sus entrenamie­ntos 54D. Entre sus tratamient­os 13 y 14 contra ese mal, que no lo tiró al piso, corrió el maratón de Saint Paul, Minnesota.

Unos años antes, en 2012, visitó Boston y lanzó un deseo que por aquellos días parecía sumamente remoto: “¡Espero algún día correr Boston!”, y hoy estará ahí, junto a Juan Piña y a Jimena Mendoza, quien, también a sus 41 años, va por su noveno maratón después de muchos años de correr. Corría y corría desde que estudiaba en la universida­d, al salir de trabajo, cuando estaba embarazada, cuando necesitaba encontrar fuerza para transmitír­sela a su hija María, quien nació muy enferma; después cuando nació Julia, a la que empujaba a toda velocidad en la carriola, y más tarde detrás de la carriola doble, con Grant.

No se conocen, pero ahí estarán al lado de miles de corredores con historias entrañable­s en la carrera más longeva que existe, la del unicornio, ese animal fantástico que simboliza lo que mujeres y hombres persiguen, aunque nunca conseguirá­n.

No hay una razón oficial del porqué esta bestia, adoptada recienteme­nte por los

millennial­s, es el emblema del maratón de Boston, pero tal vez sea porque al correr nos volvemos tan grandes que quizá nunca acabaremos de alcanzarno­s.

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