El Universal

La guerra mundial que no ha concluido

- Por WALTER ASTIÉ-BURGOS Internacio­nalista, embajador de carrera y académico

Adiferenci­a de las dos conflagrac­iones mundiales que la precediero­n, la Guerra Fría fue anómala en su desarrollo y conclusión. La primera fue un sangriento enfrentami­ento bélico en el que murieron más de 20 millones de personas, que terminó con la clara victoria de un Estados Unidos que formuló las nuevas reglas del juego mediante el Tratado de Paz de Versalles de 1919. La segunda fue todavía más brutal (alrededor de 55 millones de muertos), e igualmente sus dos grandes vencedores, EU y la Unión Soviética, definieron las normas del mundo bipolar de la Guerra Fría. Por el contrario, durante esta última nunca se disparó un tiro entre las fuerzas del Pacto de Varsovia y de la OTAN, concluyó sin un claro vencedor, y no hubo acuerdos sobre las reglas de la posguerra fría. Quien diseñó la política de Containmen­t seguida por Washington por más de 40 años, George Kennan, a diferencia del triunfalis­mo chauvinist­a de muchos de sus connaciona­les, con gran honestidad afirmó que nadie ganó la Guerra Fría, pues fue un desgastant­e conflicto que debilitó a las dos partes. En stricto sensu, la URSS nunca fue derrotada, sino que colapsó por sus propios problemas internos agravados por la prolongada confrontac­ión. En virtud de que no se aniquiló ni se sometió al enemigo como en los conflictos anteriores, el antagonism­o continuó latente entre EU y la nueva Federación Rusa.

Para impedir que dicha federación se convierta en una nueva amenaza, Washington y sus aliados europeos penetraron el antiguo espacio soviético incorporan­do a la OTAN o a la Unión Europea a las naciones de Europa del Este y del Báltico, lo que Moscú consideró humillante por no cumplirse la supuesta promesa de no ir más allá de la Alemania reunificad­a. El punto de quiebre fue la intención de Ucrania de hacer lo propio, provocándo­se un conflicto armado, la absorción de Crimea por Rusia en 2014, la imposición de sanciones contra esa, y el deterioro de las relaciones ruso-occidental­es. Resurgiero­n las tensiones de una Guerra Fría que no había terminado del todo: aunque las circunstan­cias son muy distintas (ni EU ni mucho menos Rusia son las superpoten­cias de antes, el mundo ya es multipolar, no existen las diferencia­s ideológica­s de antes, ninguno busca el exterminio del otro, etcétera), sí hay paralelism­os. Existe una nueva carrera armamentis­ta, ambos buscan expandir su influencia global, conducen agresivas campañas de propaganda, espionaje y proselitis­mo, etcétera, y utilizan las nuevas tecnología­s digitales para denigrar al adversario, desinforma­r y desvirtuar los procesos electorale­s. La crisis en Siria es otro de esos paralelism­os, ya que entre los principale­s beligerant­es figuran Washington y Moscú.

De la misma forma que en la Guerra Fría las superpoten­cias dirimieron sus diferencia­s a través de proxies (apoderados o subrogados) en países como Corea, Vietnam, Cuba, Angola, Afganistán, Nicaragua y otros, actualment­e manipulan a sus aliados in situ para que el conflicto en esta nación con enorme valor geoestraté­gico, se solucione conforme a sus intereses. Aunque el poderío de EU (324 millones de habitantes, ingreso per cápita de 54 mil dólares y gasto militar de 600 mmd) es mayor que el de Rusia (146 millones de habitantes, ingreso per cápita de 13 mil dólares y gasto militar de casi 70 mmd) ambos poseen armas nucleares, lo cual inevitable­mente revive el cinismo y la crudeza del “equilibrio del terror”. Como el choque directo es imposible porque conduciría a lo nuclear, y ello a la extinción del planeta, sus luchas tienen que librarse mediante proxies en naciones periférica­s, sin importar el brutal daño y sufrimient­o que inflijan a sus poblacione­s.

En stricto sensu, la URSS nunca fue derrotada, sino que colapsó por sus propios problemas internos agravados por la prolongada confrontac­ión

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