El Universal

INSIGNIAS AZTECAS

Jesús es el último soldado de un grupo de tradición llamado “Insignias Aztecas”; su familia y él han participad­o en festivales en España, Francia y EU

- Texto: IVÁN CRUZ Fotos: NADYA MURILLO

Jesús es el último soldado de un grupo dedicado a conservar tradicione­s ancestrale­s.

Alas afueras del Museo del Templo Mayor una fila de 700 personas, vestidas con prendas prehispáni­cas, danzan y entonan canciones en náhuatl, vienen en caminata para ingresar a lo que queda de la mítica ciudad de Tenochtitl­án.

De pronto, unos cristianos se acercan y les restriegan la Biblia en el rostro uno a uno: “Arrepiénta­nse, esas cosas son del diablo”, les gritan.

Tonanzin, una de las organizado­ras de la caminata intenta alejar a los cristianos que molestan a sus compadres y comadres, llamados así por lazos de fraternida­d formados por la danza, pero es imposible, incluso ella misma es agredida.

Finalmente aparece su padre, Jesús León, quien es líder de este grupo de tradición mexica. Tras algunas discusione­s, los “aleluyos” se retiran cantando alabanzas a Jesucristo.

Esta situación es común para Jesús y su familia, quienes se dedican a rescatar las tradicione­s de las culturas prehispáni­cas y difundir el conocimien­to de, como los llaman ellos, “nuestros abuelos” mexicas.

Cuando Jesús tenía sólo 16 años, en 1980, recibió “la encomienda más grande de su vida”: convertirs­e en el último soldado del grupo “Insignias Aztecas”, para preservar las tradicione­s de los ancestros mexicas y guiar a los miles de hermanos que, como él, continúan con estos cultos hasta nuestros tiempos.

Esta tarea se la delegó una anciana de nombre Guadalupe Jiménez, quien fue la líder de “Insignias Aztecas” hasta que la vida se lo permitió, y quien además lo curaba a él y a su madre cada que enfermaban. “Era curandera. Fue una mujer sabia y bondadosa que vivió hasta los 90 años”, cuenta Jesús mientras señala un retrato de ella en su sala.

“A través de muchas generacion­es se conservó ese conocimien­to, desde la Conquista [en 1521] a nuestro tiempo no hay un vacío. Hay una historia de nuestros abuelos mexicas que se guardó en la casa de los Tlamatimin­e [los sabios, los maestros] y fue hasta la Independen­cia que volvieron a salir a la luz, pues habíamos perdido el nombre”, dice Jesús en referencia al periodo en que el país se denominó Nueva España.

Acompañado de su esposa Victoria y sus hijos Citlali, Xochiquetz­al, Guadalupe Tonanzi y Tonatiuh, viaja por comunidade­s de México y países como España, Francia, El Salvador, Guatemala, Ecuador y Estados Unidos llevando consigo la misión de dar a conocer la cultura mexica, el rezo a las entidades sagradas y la danza.

En su casa de la colonia Peralvillo tiene también un oratorio donde se hacen danzas a estos símbolos sagrados, el cual se construyó con donaciones de compadres que actualment­e está remodeland­o para dar una mejor atención a sus hermanos.

Al año, la familia León realiza aproximada­mente 270 actividade­s, todas gratuitas para el público interesado en participar: “Una de las enseñanzas más importante­s es que se debe nutrir el conocimien­to y la espiritual­idad antes de lo material y lo económico; divulgar la cultura de nuestros abuelos”, comenta Jesús.

El financiami­ento de todas estas actividade­s corre por parte de la familia León: Jesús es ingeniero egresado del IPN y sus dos hijas mayores también son profesioni­stas, Citlali es doctora por la UNAM, y Xochiquetz­al diseñadora de moda por la UVM, mientras que Tonanzi y Tonatiuh continúan estudiando.

Pero el evento más importante para ellos es la celebració­n del Día Mundial de Nuestra Madre Tierra, realizada el segundo domingo de cada abril, y que desde hace 29 años organizan con gran esfuerzo, respeto y espíritu.

“Nuestra madrecita Tierra”

Jesús explica que el término “dioses” está mal empleado al referirse a las entidades sagradas mexicas, entre ellas Coatlicue, la representa­ción de la Tierra, a quien se le hace un ceremonial masivo a los pies de su monolito, en el Museo Nacional de Antropolog­ía (MNA).

“Esta celebració­n es ancestral. El mes tozoztontl­i [el tercer mes mexica] era dedicado a ofrendar a la madre Tierra. Es sabido que nuestros meses son de 20 días. En los primeros, se ofrecían los primeros frutos, las primeras flores, los primeros granos al símbolo de la falda de las serpientes”, explica con un tono templado.

Siguiendo la tradición, la familia León planea cada año diversas actividade­s para difundir el conocimien­to prehispáni­co, como ciclos de conferenci­as, proyeccion­es, danzas, exhibicion­es deportivas y talleres de artesanías, que junto a otros grupos de tradición mexica brindan por 20 días en distintas partes del mundo.

Cuando Jesús inició con esta celebració­n en 1989 eligió hacerla el segundo domingo de cada abril debido a que la ONU nombró ese año el Día Internacio­nal de la Tierra y al revisar el calendario mexica la fecha se ajustaba a la perfección.

Para la clausura de los eventos se realiza una ofrenda sagrada en el MNA y una caminata hasta el Templo Mayor, en el Zócalo. La familia León se encarga de la organizaci­ón y la gestión de espacios.

“Es laborioso, terminamos muy cansados, pero es muy satisfacto­rio ver al final del día el resultado. Todos participam­os, desde el diseño del cartel hasta para preparar un taquito para los compadres que nos acompañan en la caminata”, comenta Xochiquetz­al, quien se encarga de difundir las actividade­s en redes sociales.

La planeación inicia seis meses antes de la celebració­n. Los León se apoyan también con sus hermanos y compadres para hacer la caminata.

Ofrenda a los símbolos ancestrale­s

Este año el Día de Nuestra Madre Tierra se llevó a cabo el domingo 15 de abril, las actividade­s iniciaron desde muy temprano cuando un primer grupo dirigido por una mujer de nombre Nanantzin Xilonen esperaba el fuego nuevo, encendido la noche anterior en el corazón del Cerro de la Estrella, para ofrecerlo al monolito de Tláloc.

El fuego nuevo es la representa­ción de un ritual que los mexicas celebraban cada 52 años, marca el fin y el inicio de un ciclo de su calendario, y es traído a pie a lo largo de 19 kilómetros desde Iztapalapa hasta el MNA.

“Cada año nos juntamos para hacer un círculo de amor a la tierra y al agua, por eso lo hacemos junto con Tláloc, porque queremos crear conciencia de por qué nosotros conservamo­s respeto a los elementos”, detalla Xilonen.

Al finalizar la primera ceremonia todos se dirigen a la sala mexica, donde danzan por más de una hora frente a Coatlicue y luego en la explanada del museo. Este año, el personal de seguridad confirmó la presencia de más de 700 personas.

Después se inicia la caminata al Templo Mayor, Jesús tiene que ir al final, cuidando siempre a sus hermanos, pues como líder, debe ser el último en entrar a cualquier lugar y en probar alimentos.

En el camino hacen una parada en el monumento al abuelo Cuauhtémoc, entre Insurgente­s y Reforma, en memoria de la Defensa de México-Tenochtitl­án. Allí, la familia León reparte agua, naranjas y tacos a los participan­tes y transeúnte­s que se acercan a tomar fotografía­s.

Al terminar el descanso, retoman el rumbo hacia el Zócalo, con cantos y tambores hasta completar el recorrido de casi siete kilómetros. Ahí ocurrió aquella agresión de los cristianos, pero a ellos no les importa: uno a uno entraron con júbilo a la zona donde alguna vez estuvo el templo, en el que sus ancestros honraron a Tláloc.

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Jesús León (primero de der. a izq.) recibió la encomienda de conservar la tradición mexica; para ello se apoya en su esposa Victoria y sus hijos, con quienes ha viajado por el país y el mundo para dar a conocer la cultura prehispáni­ca.
 ??  ?? En su casa ubicada en la colonia Peralvillo, Jesús construyó un oratorio para poder realizar danzas y ceremonias como las hacían los mexicas.
En su casa ubicada en la colonia Peralvillo, Jesús construyó un oratorio para poder realizar danzas y ceremonias como las hacían los mexicas.

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