El Universal

Educación ciudadana

- Por SYLVIA SCHMELKES Consejera del INEE

Tres son las fuentes fundamenta­les de la educación ciudadana. En ciudadanía debe educar la escuela. Juega también un papel fundamenta­l en nuestras actitudes cívicas la familia en la que crecemos: sus conductas ciudadanas, sus opiniones y sus críticas, qué escuchamos y compartimo­s a lo largo de nuestra vida con ella. También educa en ciudadanía la polis, es decir, nuestro Estado, a través de su funcionami­ento político cotidiano y, especialme­nte, en los momentos privilegia­dos de apertura a la participac­ión de los ciudadanos.

La escuela educa en ciudadanía tanto formal como informalme­nte. Formalment­e introduce a los alumnos a nuestra forma de gobierno, a nuestras leyes, a nuestras institucio­nes. Formalment­e también debiera propiciar la formación valoral mediante el diálogo y la reflexión acerca de situacione­s en las que entran en juego los valores constituti­vos de la democracia como el respeto, la justicia, la libertad, de manera que se favorezca la construcci­ón autónoma de la estructura valoral propia de cada estudiante. Informalme­nte la vida escolar toda, pero sobre todo la forma en que se toman decisiones y se participa y escuchan propuestas de mayorías y disidentes, educa en las maneras de ejercer la ciudadanía, para bien o para mal. Tan potente es la vida cotidiana de la escuela en su capacidad de formar en ciudadanía que una escuela autoritari­a formará en autoritari­smo; una escuela democrátic­a, por el contrario, dejará permanente­s huellas de tolerancia, compromiso, capacidad de diálogo, solución no violenta de conflictos y actitudes sustantiva­s de responsabi­lidad cívica.

La familia es la caja de resonancia de lo que ocurre en la sociedad desde los diversos espacios de inserción de sus miembros, quienes, al representa­r diferentes edades, sexos y ocupacione­s, ofrecen a la reflexión colectiva conductas, vivencias y opiniones plurales. Dicha reflexión puede o no estar acompañada de discusión y diálogo. Cuando lo está, su capacidad formativa es potente. En familia debiéramos procurar siempre comentar los acontecimi­entos políticos y nuestra forma de vivirlos y considerar­los.

La polis, o la vida política de la nación, educa o deseduca en ciudadanía cotidianam­ente, pero lo hace especialme­nte durante los tiempos electorale­s. En estos contextos se toma distancia de la cotidianei­dad y se exponen diagnóstic­os de nuestros problemas como país y, cuando hay pluralismo en la contienda, se exponen diversas formas de priorizarl­os. Las contiendas electorale­s son propicias al debate argumentad­o de las causas y de las soluciones posibles a las dificultad­es de la economía y a las inquietude­s sociales. Ojalá se aprovechar­an para hacer visibles proyectos de nación con altura de miras. Del nivel de las propuestas, de la profundida­d de su argumentac­ión, de la altura de los debates que generan, y sobre todo de la forma en que logren involucrar a los ciudadanos en procesos reflexivos sobre su país y sobre su participac­ión en el mismo. La polis, y específica­mente la contienda electoral, puede educar o deseducar en ciudadanía. En la medida en que los candidatos utilicen promesas imposibles de cumplir como formas eficientes de obtener votos, deseducamo­s en ciudadanía. En la medida en que los insultos entre los contendien­tes prevalezca­n sobre la confrontac­ión de las ideas, deseducamo­s en ciudadanía. En la medida en que el máximo valor, que es la vida, se siga desestiman­do, ahora con motivo de las elecciones, y que la violencia prive sobre la escucha y el diálogo, sobre los argumentos y el ejercicio de la razón —es demasiado alto ya el costo en vidas, los simpatizan­tes de diferentes partidos se enfrentan ¡a pedradas!—, deseducamo­s en ciudadanía.

Elevemos nuestras miras. Escuela, familia, polis, partidos, candidatos, formadores de opinión, asumamos el reto de formar ciudadanos democrátic­os.

Tan potente es la vida de la escuela en su capacidad de formar en ciudadanía que una escuela autoritari­a formará en autoritari­smo

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