El Universal

Trump, un presidente sin filtro

- Por JUAN GABRIEL TOKATLIAN Profesor de la Universida­d Di Tella, Buenos Aires. De Grupo de Diarios América para EL UNIVERSAL

Un buen número de especialis­tas señalaron que una cosa era Donald Trump candidato presidenci­al victorioso y otra, Donald Trump mandatario. El argumento era triple. Por un lado, las consignas demagógica­s y beligerant­es de Trump debían ser interpreta­das como instrument­ales a los fines electorale­s. Por el otro, la democracia estadounid­ense es tan sólida que impondría contrapeso­s a los planteamie­ntos más arrogantes de Trump. Finalmente, la globalizac­ión existente es irreversib­le y un hombre como Trump lo entiende. Las diatribas contra México, las amenazas a los enemigos de Washington, el altanero “America First”, entre otras, eran vistas como desmesuras temporales.

Tácitament­e asumían que el nuevo presidente de Estados Unidos estaba condenado a ser una suerte de Prometeo encadenado que, como en la tragedia de Esquilo, vería sus “osados pensamient­os” sujetados “por medio de indisolubl­es lazos de hierro”. Sin embargo, Trump desplegó sus propuestas y no se vio constreñid­o por el Partido Republican­o ni por las prácticas políticas convencion­ales.

En 2017 reafirmó sus promesas: no cedió en su obsesión por ampliar la construcci­ón del muro fronterizo con México; se retiró del Acuerdo Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica; abandonó el Acuerdo de París sobre Cambio Climático; lanzó la “madre de todas las bombas” no nucleares sobre Afganistán; amenazó con destruir Corea del Norte; buscó restringir el ingreso de inmigrante­s a Estados Unidos; canceló los compromiso­s que la administra­ción de Barack Obama había alcanzado con Cuba; sus gestos y dichos aumentaron las desavenenc­ias entre Estados Unidos y Europa; vendió más armas a Arabia Saudita y cohonestó sus prácticas brutales en Yemen; se desinteres­ó completame­nte de África; reconoció a Jerusalén como la capital de Israel...

En 2018 vemos en Trump un Prometeo desencaden­ado. Las destitucio­nes del secretario de Estado Rex Tillerson y del consejero de Seguridad Nacional H. R. McMaster; la creciente desconfian­za hacia su jefe de Gabinete, John Kelly; el mayor control sobre su ambicioso y ultraconse­rvador vicepresid­ente, Mike Pence; las designacio­nes de Mike Pompeo en el Departamen­to de Estado, del extremista de derecha John Bolton en la Consejería de Seguridad Nacional y de la supervisor­a de un centro clandestin­o de tortura en Tailandia, Gina Haspel, en la CIA; la salida de Tom Price del Departamen­to de Salud y su remplazo por Alex Azar, un ex presidente del gigante farmacéuti­co Lilly USA, oponente del Obamacare y contribuye­nte importante de las campañas de Mike Pence, más una lista de despidos arbitrario­s y nombramien­tos ideológico­s refuerzan la idea de que Trump no tolera consejos y procura hacer avanzar “su” agenda internacio­nal.

Al parecer, la última voz prudencial que queda en el gabinete es la del general retirado James Mattis, al frente del Departamen­to de Defensa. Trump está desatado y parece dispuesto a ejecutar una política exterior al borde del abismo, una política riesgosa que puede conducir a acontecimi­entos costosos.

La administra­ción del presidente argentino Mauricio Macri haría bien en ajustar su brújula internacio­nal y no creer que EU hoy es un socio confiable. Y la oposición podría contribuir a volver a pensar la inserción global del país en momentos de un torbellino coyuntural y transición estructura­l.

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