Trump, un presidente sin filtro
Un buen número de especialistas señalaron que una cosa era Donald Trump candidato presidencial victorioso y otra, Donald Trump mandatario. El argumento era triple. Por un lado, las consignas demagógicas y beligerantes de Trump debían ser interpretadas como instrumentales a los fines electorales. Por el otro, la democracia estadounidense es tan sólida que impondría contrapesos a los planteamientos más arrogantes de Trump. Finalmente, la globalización existente es irreversible y un hombre como Trump lo entiende. Las diatribas contra México, las amenazas a los enemigos de Washington, el altanero “America First”, entre otras, eran vistas como desmesuras temporales.
Tácitamente asumían que el nuevo presidente de Estados Unidos estaba condenado a ser una suerte de Prometeo encadenado que, como en la tragedia de Esquilo, vería sus “osados pensamientos” sujetados “por medio de indisolubles lazos de hierro”. Sin embargo, Trump desplegó sus propuestas y no se vio constreñido por el Partido Republicano ni por las prácticas políticas convencionales.
En 2017 reafirmó sus promesas: no cedió en su obsesión por ampliar la construcción del muro fronterizo con México; se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; abandonó el Acuerdo de París sobre Cambio Climático; lanzó la “madre de todas las bombas” no nucleares sobre Afganistán; amenazó con destruir Corea del Norte; buscó restringir el ingreso de inmigrantes a Estados Unidos; canceló los compromisos que la administración de Barack Obama había alcanzado con Cuba; sus gestos y dichos aumentaron las desavenencias entre Estados Unidos y Europa; vendió más armas a Arabia Saudita y cohonestó sus prácticas brutales en Yemen; se desinteresó completamente de África; reconoció a Jerusalén como la capital de Israel...
En 2018 vemos en Trump un Prometeo desencadenado. Las destituciones del secretario de Estado Rex Tillerson y del consejero de Seguridad Nacional H. R. McMaster; la creciente desconfianza hacia su jefe de Gabinete, John Kelly; el mayor control sobre su ambicioso y ultraconservador vicepresidente, Mike Pence; las designaciones de Mike Pompeo en el Departamento de Estado, del extremista de derecha John Bolton en la Consejería de Seguridad Nacional y de la supervisora de un centro clandestino de tortura en Tailandia, Gina Haspel, en la CIA; la salida de Tom Price del Departamento de Salud y su remplazo por Alex Azar, un ex presidente del gigante farmacéutico Lilly USA, oponente del Obamacare y contribuyente importante de las campañas de Mike Pence, más una lista de despidos arbitrarios y nombramientos ideológicos refuerzan la idea de que Trump no tolera consejos y procura hacer avanzar “su” agenda internacional.
Al parecer, la última voz prudencial que queda en el gabinete es la del general retirado James Mattis, al frente del Departamento de Defensa. Trump está desatado y parece dispuesto a ejecutar una política exterior al borde del abismo, una política riesgosa que puede conducir a acontecimientos costosos.
La administración del presidente argentino Mauricio Macri haría bien en ajustar su brújula internacional y no creer que EU hoy es un socio confiable. Y la oposición podría contribuir a volver a pensar la inserción global del país en momentos de un torbellino coyuntural y transición estructural.