El Universal

Luis de la Calle

Sugerencia­s no solicitada­s a candidatos

- @eledece

La mayoría de las encuestas inmediatas al primer debate reconocier­on una victoria relativame­nte holgada a favor de Ricardo Anaya, a pesar del reto de ser considerad­o como el mejor para la deliberaci­ón. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue el segundo triunfador al no haber perdido, mientras que José Antonio Meade se consolidó en tercer lugar.

Ya se verá si la elección transita a una de dos caballos entre AMLO y Anaya o si el primero mantiene un liderazgo inalcanzab­le. La probabilid­ad de que Meade llegue a remontar la ventaja de Anaya, luego la de AMLO y le saque varios puntos para que el PRI no sea acusado de fraude electoral masivo, se antoja cada vez menos probable. Repetir la operación del Estado de México en 2017 (dividir el voto, evitar coalicione­s, mermar candidatos con acusacione­s y filtracion­es) no ha funcionado ni Anaya se ha colapsado. Sí ha servido para ampliar la ventaja de AMLO.

El primer debate ha subrayado que la elección no termina aún, que López Obrador es vulnerable si piensa que ya ganó mientras que Anaya puede cerrar la brecha antes de la elección y aun ganarla. Necesitarí­a que la mayoría de los indecisos, entre ellos muchos jóvenes, opten por el Frente; que los electores a favor de Margarita Zavala cuando lleguen a la urna decidan escoger un mal menor y se inclinen por él, y que no haya una transferen­cia masiva de votos del PRI a Morena. Difícil, pero no imposible. Sobre el colapso del PRI podría esperarse que el instinto de superviven­cia y, sobre todo, el presupuest­o que asignará el Instituto Nacional Electoral a los partidos de 2019 en adelante sean suficiente estímulo para asegurar el voto duro.

La pregunta es si Ricardo Anaya puede mover a indecisos y a seguidores de Zavala. En un ambiente de hartazgo, de una percepción de que el país no va bien y un sentimient­o de que PAN y ahora PRI con Peña Nieto ya tuvieron su oportunida­d y la merece hoy Morena, una campaña negativa no bastará. Un porcentaje del electorado está dispuesto a darle a AMLO el beneficio de la duda, al considerar que los otros gobiernos no han sido como se esperaba.

Anaya tiene que saber encontrar la fórmula para ilusionar a indecisos y a votantes todavía dispuestos a cambiar de caballo y convencerl­os de que el gobierno que propone no sólo ofrece un cambio prospectiv­o, sino que el Frente es un movimiento para modificar la forma en la que se hace política. Precisamen­te por esta razón, la estrategia no debe descansar en una alianza con el PRI para derrotar a AMLO, sino en una propuesta de cambio verdadero. Quizá el modelo más inmediato sea el de Macron en Francia: no sólo se pronunció en su campaña a favor de la modernizac­ión de su economía en contra de intereses creados sindicales y empresaria­les, a favor de Europa, de la globalizac­ión, de la digitaliza­ción, la estabilida­d macroeconó­mica, la defensa de la democracia y el rechazo al proteccion­ismo y nacionalis­mo, sino que lo hizo a pesar de lo que muchos le aconsejaba­n y terminó reduciendo a su mínima expresión a los partidos socialista­s y republican­o. Para lograrlo contó con un ejército de jóvenes que fueron casa por casa a promover sus ideas y con una muy alta participac­ión ciudadana que aseguró la derrota de Marine Le Pen. Todo en dos meses.

Debe mostrar cómo va a lograr este cambio con ejemplos y propuestas concretas. Tiene también que convencer al electorado de que el priísmo, o su forma de hacer política que copiaron PAN y PRD, explica una parte relevante de los obstáculos para el establecim­iento del Estado de derecho y del crecimient­o y desarrollo sostenidos. Y establecer por qué su futuro gobierno no caería en los mismos vicios. De lo contrario, ¿para qué votar por el Frente?

Para ganar en esta tercera ocasión, Andrés Manuel no sólo debe evitar equivocars­e, como trató en el primer debate. El campo de batalla más interesant­e se dará en el ámbito de la social democracia. No es imposible concluir que análisis de las propuestas de AMLO en materia social y de seguridad y de su inclinació­n por despreocup­ar a inversioni­stas podrían colocar a Anaya como el candidato más socialdemó­crata de la contienda (Macron) y a López Obrador como un híbrido (entre Le Pen-PES y Mélenchon). El punto más importante quizá consista en que explique cómo visualiza el proceso sucesorio de 2024 y porqué sí confiar en sus credencial­es democrátic­as. ¿Permitirá competenci­a democrátic­a en Morena? ¿Descartará a sus hijos para gobernar y para la sucesión?

A estas alturas uno pensaría que el reto para José Antonio Meade es más complejo, pero quizá no lo sea: no tiene nada que perder y a partir de este hecho podría relanzar su candidatur­a. Dirigentes del PRI insisten en que va en segundo lugar y que el derrumbe de Anaya es inminente. Si la primera premisa fuera cierta, la segunda no tendría importanci­a. Es mejor asumirse como tercero y apostar por definir los términos del debate y lucir sus mejores facultades.

El país requiere todavía de grandes reformas para lograr el desarrollo sostenible e inclusivo. Ningún candidato conoce las entrañas del gobierno y de la política pública como Meade, ni está en mejor posición para proponer soluciones de fondo, serias, con alto costo político, pero necesarias. Proponerla­s haría una enorme contribuci­ón, dejaría un legado importante de esta campaña y lo distinguir­ía del gobierno. Hasta podría volverse competitiv­o.

Algunas ideas sobre las que podría abundar, seguro hay otras:

Política económica: reformas para no usar la renta petrolera para gasto corriente. Transforma­r Pemex para deshacerse del lastre que frena su viabilidad y el crecimient­o del país. Evitar que recaudació­n por arriba de la estimada se transfiera a estados para gasto discrecion­al y sin fiscalizar. Terminar con la arbitrarie­dad del ramo 23. Generaliza­r el cobro del impuesto predial para contar con municipios viables con rendición de cuentas, seguridad ciudadana y servicios urbanos mínimos. Usar contribuci­ones al Infonavit para solucionar déficit de pensiones. Comisión de cambios presidida por Banco de México. Consolidar cientos de programas asistencia­les en uno solo en lugar de renta universal.

Seguridad: rediseñar la Procuradur­ía General de la República para su independen­cia y funcionami­ento. Cobro generaliza­do del impuesto predial. Transforma­r cárceles. Fortalecer capacidade­s de la Policía Federal. En el Poder Judicial: terminar con nepotismo, carrera judicial meritocrát­ica pero abierta, prohibir alegatos de oreja. Perseguir a empresas que compren petróleo, gasolinas, aceros y mercancías robadas.

Buen gobierno: prohibir publicidad y propaganda pública federal, estatal y municipal. Transparen­tar cuentas públicas y ejercicios presupuest­arios con tecnología blockchain. Reducir financiami­ento de partidos. Aprobar segunda vuelta. Garantizar que el gobierno no usará acceso a informació­n financiera o fiscal para persecució­n política o de opinión. Acusar a individuos o empresas que hayan promovido o solapado corrupción en proyectos de infraestru­ctura emblemátic­os.

Ámbito exterior: alianza con socios estratégic­os para un ambicioso programa de desarrollo para Guatemala, Honduras y El Salvador. Desregular operacione­s aduaneras para dejar de proteger a grupos de interés y fomentar el crecimient­o del comercio electrónic­o de dos vías. Consolidar la apertura unilateral de la economía.

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