El misterio de los noventa
En el último medio siglo, México ha sido incapaz de disminuir de manera sustentable la violencia homicida. Con picos y valles, la tasa de homicidio se ha mantenido tercamente en torno a 20 por 100 mil habitantes. Los aterradores resultados del año pasado no fueron muy distintos en términos relativos a los que experimentaba el país a principios o mediados de los sesenta.
En esta larga marcha hacia el mismo punto, hay una excepción notoria que pone de relieve Carlos Vilalta en un muy interesante artículo publicado hace un par de días en estas mismas páginas (https://bit.ly/2HP1UlW): el periodo que va de 1993 a 2007 y que Vilalta define como de “mejora gradual”. Y dentro de ese periodo, destacan los años de 1993 a 2000: allí la tasa de homicidio disminuye de 17 a 11 por 100 mil habitantes (a partir de ese punto, se estanca en torno a 10 por 100 mil hasta 2007).
Ese hecho resulta contraintuitivo: la segunda mitad de los años noventa experimentó un ascenso notable de otras formas de delito violento, sobre todo en zonas urbanas. Es el periodo de la expansión de las grandes bandas de secuestradores, como la de Daniel Arizmendi y Andrés Caletri. Es el momento de los asesinatos de alto perfil, como el del cardenal Posadas en Guadalajara. Es la década de la epidemia de feminicidios en Ciudad Juárez.
Si había una mejora gradual del nivel de violencia homicida, ni las autoridades ni la sociedad de la época parecen haberlo notado. Los noventa son los años cuando el tema de la seguridad se pone en el centro de la agenda pública. En ese momento, surgen organizaciones sociales de escala nacional especializadas en la materia (por ejemplo, México Unido contra la Delincuencia). Es también un periodo de reorganización del sector. Se crea formalmente el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Se funda la Policía Federal Preventiva. Se establece una subsecretaría de seguridad pública en la Secretaría de Gobernación.
Hasta la cultura reflejaba un creciente temor de la sociedad frente al delito. Allí está la música de Molotov o los corridos de los Tucanes de Tijuana, o películas como Todo el Poder.
Pero los números son lo que son. Y sí, al parecer, todo eso convivió con una disminución de casi 40% en la tasa de homicidio en ocho años.
¿Cómo se explica esa paradoja? En parte por la naturaleza de la violencia: de acuerdo con un estudio publicado por dos investigadores estadounidenses (https://bit.ly/2rkEwBw), hay una vinculación entre los cambios al régimen de tenencia de la tierra, generados por la reforma al artículo 27 constitucional en 1991, y el número de homicidios en municipios rurales. Según esa teoría, la definición de derechos de propiedad en el medio campesino redujo el nivel de conflictividad y por tanto la violencia letal en zonas rurales.
Suena posible. Pero esa no puede ser la única explicación. La caída en la tasa de homicidio fue cercana a 40%, suficiente para borrar todos los municipios en zonas rurales (lo cual claramente no sucedió). Tienen que haber otros factores en juego. ¿Cuáles? Francamente lo ignoro.
Pero este misterio de los noventa sugiere que los homicidios no son todo, que pueden caer mientras otros delitos suben, que pueden crecer o disminuir por razones independientes a la política pública y que un entorno objetivamente menos violento puede sentirse subjetivamente más inseguro.
No es mal recordatorio para estos días de campaña.