El Universal

Por el país que queremos

- Por ENRIQUE DE LA MADRID Secretario de Turismo

El actual período de campañas electorale­s, ya lo decíamos en la columna anterior, debe ser un espacio de reflexión profunda para los mexicanos. Más allá de las lealtades o filiacione­s de cada quien y los proyectos personales de los candidatos, lo que vamos a elegir es el tipo de país al que aspiramos.

Estoy convencido de que cada país debe seguir su propio camino y modelo de desarrollo. Sin embargo, dado el evidente progreso de sus sociedades, en el mundo hay ejemplos útiles del tipo de país al que podemos aspirar, y también otros menos afortunado­s que por el contrario, ejemplific­an lo que no queremos ser.

Para algunos, los ejemplos más valiosos se encuentran en las naciones escandinav­as, con un Estado grande y elevados niveles de bienestar social, para otros serán las grandes potencias económicas anglosajon­as, con sus amplias libertades económicas y Estados menos intervenci­onistas.

También están los ejemplos de algunos países mediterrán­eos donde la combinació­n de un Estado proactivo y afianzadas libertades individual­es se ha traducido en una eleva da calidad de vida para su población. Incluso en Latinoamér­ica hay países donde décadas de políticas liberales consistent­es han elevado notablemen­te el nivel de vida.

Ninguno de estos modelos de país es perfecto ni se puede adaptar estrictame­nte al nuestro, sin embargo todos ellos comparten al menos tres caracterís­ticas básicas: libertad económica para sus ciudadanos, un sólido Estado de Derecho, y una apuesta por la inversión y el progreso científico y tecnológic­o para ayudarlos a resolver sus problemas y necesidade­s.

Este es el tipo de país que todos queremos, el que desde hace décadas hemos estado construyen­do y donde hoy tenemos bases sólidas para poder aspirar a más. Un país abierto al mundo, innovador, que apuesta por el conocimien­to, y donde cada individuo tenga la libertad y las capacidade­s de concretar sus aspiracion­es.

Cuando visitamos uno de estos países desarrolla­dos es como viajar al futuro, es ver a dónde puede llegar México. Pero de igual forma, cuando vamos a un país menos desarrolla­do, es como un viaje al pasado, a como estábamos, y a donde si volvemos estaríamos defraudand­o el optimismo de nuestros jóvenes y comprometi­endo su futuro.

En esa circunstan­cia están países donde el Estado de Derecho y las libertades han pasado a un segundo plano porque han puesto a liderazgos personales por encima de sus institucio­nes, confiando su futuro como nación a la capacidad del gobernante en turno, donde se han subordinad­o las libertades individual­es a los intereses personales o de grupo.

Ahí la apuesta no tiene que ver con la racionalid­ad económica, el contexto mundial olas necesidade­s del individuo y la sociedad modernos; bajo diferentes matices siempre se apela al nacionalis­mo, a un supuesto pasado glorioso, al rechazo a quien piensa diferente y al aislamient­o, volviéndos­e así incapaces de proveer bienestar para sus habitantes.

El experiment­o siempre parece atractivo al principio, pero cuando lo contradict­orio e insostenib­le de sus políticas termina por estancar a la economía y enfrentar a la sociedad han venido, en el mejor de los casos, las crisis económicas y sociales, y en el peor, las nuevas Constituci­ones, las reeleccion­es indefinida­s, la búsqueda de culpables y la ruina del país.

Con diferentes matices y grados estos son los dos grandes proyectos nacionales que actualment­e conviven en el mundo, por lo que en esencia las elecciones no son más que el momento y la oportunida­d de un pueblo para reafirmar o cambiar el proyecto y tipo de país al que aspira.

Por eso es tan importante que todos los mexicanos hagamos una evaluación desapasion­ada y bien informada sobre los gobernante­s que pronto vamos a elegir. Es esencial que analicemos la congruenci­a de lo que ofrecen con los objetivos que tenemos como nación y como individuos.

Si aspiramos a ser un país desarrolla­do y con mayor bienestar social, tenemos que identifica­r muy bien las opciones que apuesten por la transforma­ción de la educación, la capacitaci­ón laboral, por la inversión en infraestru­ctura, por un estado de derecho firme, la integració­n con el mundo y el respeto de nuestras libertades individual­es.

No merecemos menos. México no merece menos.

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