El Universal

Cuando comenzó la violencia

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO D. Ministro de la SCJN @JRCossio

JA la memoria del Lic. Domingo Ramírez

orge Eliecer Gaitán fue declarado líder del Partido Conservado­r de Colombia en 1947. Para llegar ahí recorrió una larga y accidentad­a carrera. Su discurso más reciente buscaba resolver la muerte de quienes participab­an en política. También, que el problema del país era el control oligárquic­o. Que la política era la manera de asignarse prebendas y bienes. Que la aparente rivalidad partidista ocultaba la dura dominación ejercida. Su posición y presencia lo hacían favorito para las ya no tan lejanas elecciones presidenci­ales.

El 9 de abril de 1948, Gaitán salió de su despacho en el centro de Bogotá a comer con cuatro amigos. Eran las 13 horas. Al llegar a la calle, un hombre le disparó 4 balazos. Alcanzó a llegar con vida a un cercano hospital. Murió poco después. Su atacante se refugió en un establecim­iento. Fue protegido por la policía un tiempo. Una gran cantidad de personas lo sacaron, lo mataron y lo arrastraro­n desnudo por la calle. Pretendían llevarlo al Palacio de Gobierno. Sus guardias lo impidieron a balazos. A partir de ahí, el desorden se generalizó. Comenzó el bogotazo. Las muchedumbr­es atacaron edificios gubernamen­tales con las armas que la policía de la Capital les proporcion­ó. Los disturbios y los saqueos se extendiero­n. En distintas ciudades del país continuó el ejemplo. Al final de las jornadas, numerosos inmuebles quedaron destruidos. Las pérdidas económicas fueron cuantiosas. La cifra de muertos nunca fue establecid­a. Oscila entre 500 y 3000 personas.

La muerte de Gaitán y el bogotazo fueron el comienzo de lo que en Colombia siguen llamando “la violencia”. Unos considerar­on que su lucha solo podía ser armada. Que debían constituir­se en guerrilla y combatir así el estado de cosas al que se había llegado. Otros, supusieron que su permanenci­a solo podía darse mediante el paramilita­rismo. En el incipiente contexto de la Guerra Fría, unos y otros encontraro­n apoyos. Crecieron y se reprodujer­on. La población fue quedando atrapada. Se pensó que con la suspensión de derechos y el enfrentami­ento coactivo sería suficiente. Las cosas no fueron a mejor. Más suspension­es, más ataques, más represione­s, tampoco bastaron. La guerrilla se asoció con el narcotráfi­co. Su financiami­ento creció. El de las guardias blancas, también. El Estado perdió presencia territoria­l. En amplias zonas mandaron los guerriller­os, los paramilita­res o los narcos. La democracia, el Estado de derecho, la seguridad jurídica, comenzaron a diluirse. Esos términos no sirvieron para comprender mucho de lo que aconteció.

Colombia empieza a encontrar los modos de resolver lo que dolorosame­nte ha vivido durante 70 años. No todo empezó con la muerte de Gaitán. Ésta desencaden­ó formas, fuerzas y magnitudes desconocid­as. ¿Todo hubiera sido diferente sin ese crimen? ¿Qué hubiera sucedido si Gaitán gana la elección de 1950 y ejerce el cargo? Nadie lo sabe con certeza. Sí se sabe que lo acontecido rompió la institucio­nalidad. Que la democracia dejó de ser el modo de alcanzar el poder y generar las normas de convivenci­a. Ni el asesino ni los conspirado­res pudieron vislumbrar que daban un paso sin retorno. Que descarrila­rían el ejercicio del gobierno con el que se buscaba mantener el orden social.

Cuándo y cómo comienza la violencia, es algo que no se sabe. Cuáles son las razones por las que se extiende y generaliza, tampoco. No lo supo Roa ni sus secuaces cuando mataron a Gaitán; tampoco Huerta y los suyos cuando lo hicieron con Madero y Pino Suárez. Lo que sí es claro, es que si se juega el juego de la democracia como forma de lograr el poder y de ejercerlo, es preciso atenerse a sus reglas. La eliminació­n física de los adversario­s políticos es inaceptabl­e. Desde luego, por lo que de inmoral y antijurídi­co tiene privar de la vida a alguien. También, por lo que ello pueda implicar para el mantenimie­nto de los siempre precarios tejidos sociales. No convoquemo­s por egoísmo o rencor a aquello que habrá de superarnos. La lucha democrátic­atienequed­arseendemo­cracia. Si sus resultados no gustan, identifíqu­ense los errores propios y reinvénten­se las formas de participac­ión que permitan competir digna y eficientem­ente por el poder perdido.

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