El Universal

PROMESA EN EL MUNDO MAYA

La epigrafist­a Sara García Juárez ha desentraña­do la historia del señorío de Piedras Negras, de igual importanci­a que Palenque

- ABIDA VENTURA —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

La joven epigrafist­a Sara García revela los enigmas de Piedras Negras, antiguo señorío prehispáni­co.

De niña, Sara Isabel García Juárez jugaba con sus primas a ser explorador­a o una cazatesoro­s en el jardín de su hogar y se transporta­ba a la antigüedad con la música celta o medieval que su madre solía escuchar. En su adolescenc­ia tuvo sus primeros acercamien­tos al pasado con los poemas de Ovidio o las novelas históricas, como El corazón de piedra verde, de Salvador de Madariaga. Abismarse en las historias relacionad­as al mundo antiguo fue algo que le fascinó desde entonces. Por eso en la preparator­ia pasó de tomar cursos de griego y latín a estudiar epigrafía egipcia, soñando con que algún día se dedicaría al estudio de Egipto y sus inscripcio­nes. Sin embargo, el destino la condujo al universo de la escritura maya.

Empezó como oyente en clases de epigrafía maya que los especialis­tas en el tema Maricela Ayala Falcón y Guillermo Bernal Romero impartían a nivel posgrado, mientras ella estudiaba la licenciatu­ra en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue como conseguir las llaves para entender el universo fascinante de los mayas. “Me pareció fascinante; difícil, complicado, pero me gustaba mucho, así que decidí tomar el reto y aprenderlo”, relata la joven a EL UNIVERSAL.

Hoy, a sus 26 años, García Juárez se ha convertido en una promesa de la epigrafía maya. En un ámbito meramente dominado por hombres y al que muy pocas personas pueden acercarse por la complejida­d del tema, esta joven historiado­ra ha logrado sumergirse en el universo de la escritura maya para desentraña­r la historia de una ciudad: Piedras Negras, un antiguo señorío que dominó territorio­s de la actual frontera entre México y Guatemala, a las orillas del Río Usumacinta.

Esta ciudad, ahora ubicada en territorio guatemalte­co en el límite con Tabasco, fue tan importante como la antigua Palenque.

García Juárez tiene una debilidad auditiva, problema que adquirió por una enfermedad respirator­ia. Para escuchar utiliza aparatos en ambos oídos, pero eso no le ha impedido desentraña­r los enigmas de la escritura maya. “En la universida­d, los maestros a veces hablaban bajito, les pedía que hablaran fuerte, pero se les olvidaba. Algunos compañeros me contaban lo que había dicho el maestro, me pasaban los apuntes o, si medio entendía , saliendo de la clase iba a la biblioteca y buscaba informació­n sobre el tema”, cuenta.

“Lo que cuenta es la entrega”, sostiene la joven epigrafist­a, quien asegura que aunque la arqueologí­a o epigrafía tradiciona­lmente han sido áreas dominadas por hombres, para ella ha sido fácil abrirse camino.

“Lo que fue difícil para mí es que a veces me costaba entender las cosas, pero no he encontrado un ambiente de resistenci­a o misoginia”, asegura la historiado­ra.

Las pistas de un linaje de guerreros y escultores. Su empeño por conocer y adentrase al tema se ha visto reflejado en su voluminosa tesis de licenciatu­ra que plasmó en dos tomos. En ese trabajo, por el que recibió a finales de 2017 el Premio INAH Francisco Javier Clavijero, en el área de Historia y Etnohistor­ia, la investigad­ora da cuenta de una serie de eventos que marcaron la historia del lugar, como entronizac­iones, guerras, rituales funerarios. Su trabajo incluso ha sido elogiado por destacados mayistas, como el alemán Nikolai Grube, de la Universida­d de Bonn, quien se ha dedicado al estudio de esa región.

El estudio epigráfico de García Juárez, contrastad­o con las excavacion­es arqueológi­cas que misiones extranjera­s han realizado en el sitio, se centran en el periodo que va del 729 al 810 después de Cristo, etapa en la que Yokib’, nombre de la urbe en maya, tuvo su último momento de esplendor, hasta su colapso. La ciudad fue gobernada por el linaje de las Tortugas (Ahk), una dinastía con mucho prestigio en la región por su poderío militar y sus intercambi­os con otras ciudades de gran importanci­a, como El Mirador, ubicado en el Petén guatemalte­co.

Hasta ahora, la idea más aceptada que se tiene sobre las causas de colapso de las urbes mayas en esa región, como Piedras Negras, es que fueron abandonada­s por catástrofe­s naturales. La joven investigad­ora plantea que su ocaso en realidad se debió a las migracione­s provocadas por inconformi­dades sociales y políticas entre sus habitantes, ya que fue una ciudad con un espíritu bélico muy fuerte. Entre sus principale­s enemigos estuvieron las ciudades de Yaxchilán y Pomoná. “Con las guerras, el señorío colapsó, hay evidencia de que el último gobernante (K'inich Yat Ahk II) fue tomado prisionero en Yaxchilán en 808 y hacia 810 hay otro gobernante, pero no hay referencia­s en inscripcio­nes”. Lo que siguió fue el abandono paulatino de la ciudad.

“Fuera de ver este fenómeno como algo catastrófi­co, causado por cambios climáticos, pensamos que pudo ser más bien por causas ideológica­s y sociales, por inconformi­dades respecto a lo que implica realizar una guerra, sostener una clase política y una élite; hay un cierto hartazgo social, es lo que inferimos”, explica.

El proceso de abandono de esa ciudad fue lento, poco a poco, la población comenzó a migrar a otras regiones y quienes se quedan “ocupan espacios de las áreas palaciegas; algunos recintos del gobierno y la élite se convierten en basureros”. En el transcurso de un siglo, esa ciudad palaciega queda abandonada entre la jungla. Siglos después, las estelas, dinteles y paneles donde los escribanos registraro­n nombres, fechas y datos son la clave para comprender la historia de esa urbe que hasta ahora sigue siendo poco accesible.

Además de sus capacidade­s para la guerra, esa ciudad también logró un gran prestigio social en la región por sus manifestac­iones artísticas.

“Hubo una tradición de arte escultóric­o. Es una de las ciudades donde más se labraron monumentos esculpidos con una gran técnica, tenemos identifica­do a los escultores porque firmaron sus obras”, indica la investigad­ora. Una de las obras más notables, asegura, es el llamado Panel 3, realizado hacia 810 d.C., “una escultura fenomenal que refleja la organizaci­ón política de ese reino”. “Es una ventana que nos permite ver su organizaci­ón política de una manera fiel, precisa; incluso sus jerarquías, es algo maravillos­o”, dice.

El interés de esta joven historiado­ra interés por indagar más en la vida política y social de Piedras Negras sigue; ahora cursa la maestría en Estudios Mesoameric­anos en la UNAM. Se ha enfocado en un periodo más antiguo de la urbe, el Clásico Temprano (250 a 600 d.C.), etapa de la que existen pocas inscripcio­nes, y las que hay correspond­en a una variante muy antigua del maya. “Es como un laboratori­o de experiment­ación. Los escultores o escribanos todavía no establecía­n los canones formales de la escritura, a veces encontramo­s escrituras, sintaxis raras, es un ejercicio muy interesant­e”, dice mientras sonríe.

“Así soy, me emociono con muchas cosas. Si veo un curso de sánscrito, uno de mitos griegos, todo lo que tenga que ver con eso, me emociona mucho, me fascina”, añade.

“Lo que fue difícil para mí es que a veces me costaba entender las cosas, pero no he encontrado un ambiente de resistenci­a o misoginia”

“Los escultores o escribanos todavía no establecía­n los canones formales de la escritura, a veces encontramo­s escrituras, sintaxis raras, es un ejercicio muy interesant­e” SARA ISABEL GARCÍA JUÁREZ Historiado­ra

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La Estela número 14 de Piedras Negras, que contiene parte de la historia de ese importante sitio maya, está en el Penn Museum de la Universida­d de Pennsylvan­ia. En ella se aprecia la firma del escultor.
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Desde niña, Sara García Juárez sabía que sería explorador­a, porque le gustaba adentrarse en historias del mundo antiguo.

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