El Universal

¿REVIVIR EL 68 CONTRA LA DERECHA?

Para algunos, el Mayo francés fue una revolución tras una utopía que dejó enseñanzas que vale la pena recordar ahora que el mundo gira a la derecha

- Texto: JAVIER ESGUEVILLA­S RUIZ Ilustració­n: DANTE DE LA VEGA —Profesor de Relaciones Internacio­nales en Estrasburg­o

A 50 años del Mayo francés, Europa vuelve a vivir protestas que recuerdan aquellos meses y que, a decir de expertos y activistas, podrían ser la única forma de frenar el giro a la derecha que están dando los gobiernos.

Mayo de 1968 ha pasado a la historia como el movimiento social más importante de Francia en el siglo XX. Un proceso que influyó de manera innegable en la realidad internacio­nal durante los años siguientes en el mundo, pero principalm­ente en Europa. No sólo fue el año en el que los estudiante­s y los obreros unían sus fuerzas y marchaban juntos por las calles de París. Mayo comenzó con 30 mil estudiante­s entonando La Internacio­nal alrededor de la Tumba del Soldado Desconocid­o, continuó caminando juntos, brazo con brazo, en una manifestac­ión contra el presidente Charles de Gaulle, para después terminar con una huelga que paralizó el país, con 10 millones de trabajador­es secundando a los estudiante­s; no sólo fue el inicio de la emancipaci­ón de la mujer en una sociedad conservado­ra, y sus reclamos por sus derechos y libertades individual­es. Fue más: un símbolo y un modelo para los que pensaban que otro mundo era posible.

Por un lado, barricadas, manifestac­iones, violencia, sueños, ideas, muchas ideas, artículos en la prensa y debates. Nanterre, Sorbona, Vincennes, fábricas ocupadas, el Boulevard Saint Germain, el barrio latino, los eslóganes, los adoquines, las canciones, la poesía, la École Normale Superior, el sindicato CGT, el Movimiento de Liberación de la Mujer, Mao, la Unión Nacional de Estudiante­s de Francia, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Georges Marchais, Herbert Marcuse, Edgar Morin, Raymond Aron, Paul Auster, Antonio Negri y Daniel Cohn-Bendit.

En el otro lado, la represión y la violencia del presidente De Gaulle y su primer ministro Georges Pompidou, para quienes esta unión de estudiante­s y obreros, de intelectua­les y artistas no era sino una muestra de la crisis de la civilizaci­ón, de su civilizaci­ón. Las élites políticas y económicas se asustaron, y mucho. De Gaulle afirmaba el día antes de la gran huelga del día 20 de mayo: “La reforme oui, la chienlit non” (la reforma sí, el caos no). Y la respuesta de los estudiante­s fue gritar alto y fuerte: “La chienlit, cest lui” (el caos eres tú).

A Georges Pompidou, el Mayo francés lo obligó a dimitir como primer ministro en 68, para ser elegido presidente de la República un año después: es la paradoja de la revolución. Los conservado­res siempre desmitific­aron el momento, el espíritu del Mayo francés y hablaban del triunfo del individual­ismo y del liberalism­o de manera posterior, haciendo de la derrota su victoria.

Ese mismo año en Polonia y sobre todo en la antigua Checoslova­quia, Alexander Dubček hablaba del socialismo con rostro humano y su Pprimavera de Praga, acabando en la noche del 20 de agosto de 1968 con los tanques soviéticos entrando en la ciudad. En otros lugares del mundo la mecha revolucion­aria arde y es sofocada con violencia desde el Estado conservado­r. México es el mejor ejemplo de ello, con el triste recuerdo del 2 de octubre; Irlanda del Norte, Alemania, Brasil, Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos también se vieron influencia­dos por lo que pasaba en París.

No es mayo de 1968, sino octubre de 2017. Es de noche en Estrasburg­o, ciudad francesa sólo separada de Alemania por el río Rhin, y sede de las institucio­nes europeas; el auditorio está repleto de gente y fuera hay miles de personas, esperando, nerviosas; son jóvenes y no tan jóvenes, de todos los colores, vestidos de todas las maneras, muchos universita­rios; gente de la cultura, poetas, actores, escritores, profesores, obreros herederos de viejas luchas sindicales y sus victorias y los nuevos obreros, los mileurista­s (aquellos que cobran el salario mínimo en Europa) y los que no tienen empleo. Enarbolan sus banderas pero todos comparten un mismo ideal, la insumisión frente al sistema, frente al modelo de sociedad actual: son parte del movimiento la Francia Insumisa y quieren escuchar a su líder Jean Luc Mélenchon y saber que otro mundo sí es posible, que la inequidad y la austeridad impuesta desde arriba no llegó para quedarse, que las ideas, en este momento de desmemoria histórica e ideológica, están más sólidas que nunca. Les habla de los problemas que rodean a la humanidad, de la cada día mayor falta de libertad de prensa, de libertad de expresión, de las nuevas guerras, ese sin fin de nuevas guerras por todo el mundo provocadas desde los poderes fácticos; de los nuevos conflictos, la migración de millones huyendo del desastre, el cambio climático y los desastres de siempre, el hambre, la violación de los derechos humanos.

Son gritos de insumisión y de cambio que se unen a los que hace no mucho tiempo se gritaban contra la austeridad desde la Plaza Sintagma en Atenas, los movimiento­s del 15M en Madrid y el Occupy Wall Street; las fuerzas de izquierda portuguesa cantando Grandola Vila Morena, la canción de la revolución de los claveles, facilitand­o un gobierno socialista o los millones de votos del laborismo británico de Jeremy Corbyn, con su eslogan de campaña: “Para la mayoría, no para la minoría”.

Las exigencias sindicales hoy vuelven a estar sobre la mesa de negociació­n, los ojos se han abierto de nuevo, de golpe, y el miedo a perder los derechos sociales, algunos logrados especialme­nte desde el 68, ponen a la gente en guardia. Huelgas, manifestac­iones, la emoción y las ganas de gritar vuelven a Francia y a Europa. Son, salvando el tiempo y la distancia, los mismos gritos, las mismas causas y representa­n para las élites ese mismo miedo, ese escalofrío que sintieron en el 68; son la muestra de que el movimiento del Mayo francés sigue vivo, y algo más importante, aparece como el único modelo capaz de luchar contra el auge de los movimiento­s xenófobos, racistas y ultraconse­rvadores, con los que los liberales y los conservado­res han coqueteado en los años de la crisis en Europa. Quizá también la única respuesta posible al nuevo desorden global que el presidente Donald Trump está creando, donde los viejos aliados de Estados Unidos en Europa no parecen dispuestos a plantarse frente a él y decirle: “Basta”.

Esta vez sí, parece que bajo los adoquines sí hay arena de playa y que cada día más y más gente sueña con exigir realismo y pedir lo imposible. Exactament­e como hace 50 años.

“[Mayo de 1968] no sólo fue el inicio de la emancipaci­ón de la mujer en una sociedad conservado­ra, y sus reclamos por sus derechos y libertades individual­es. Fue más: un símbolo y un modelo para los que pensaban que otro mundo era posible”

“Las exigencias sindicales hoy vuelven a estar sobre la mesa de negociació­n, los ojos se han abierto de nuevo, de golpe, y el miedo a perder los derechos sociales, algunos logrados especialme­nte desde 1968, ponen a la gente en guardia”

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