El Universal

Porfirio Muñoz L.

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Comisionad­o para la reforma política de la Ciudad de México

“Hoy está en juego la posibilida­d de una refundació­n nacional dotada de una nueva arquitectu­ra constituci­onal, que abriría un ciclo en nuestra trayectori­a independie­nte”.

Hace tres decenios la Corriente Democrátic­a (del PRI) sacudió la conscienci­a pública al demandar el ejercicio de las libertades políticas para que hubiese competenci­a abierta en la elección de candidatos. Cuauhtémoc Cárdenas y yo, sin haberlo acordado previament­e, hicimos resonantes declaracio­nes rechazando el “dedazo” y demandando el rescate de los valores esenciales de la Revolución Mexicana. La agresión de la tecnocraci­a rampante nos obligó a crear el Frente Democrátic­o Nacional y postular un candidato progresist­a a la Presidenci­a de la República. El antiguo régimen tenía control total de los procesos electorale­s y cometió el fraude más descarado de nuestra historia contemporá­nea, llevando al país por un camino opuesto al que habíamos propuesto. Nos agrupamos en un nuevo partido. Hoy destrozado por la inconscien­cia y la rapiña.

El Programa de la Revolución Democrátic­a de 1990, denunció la apropiació­n del concepto Reforma del Estado por los gobiernos neoliberal­es para justificar la descuartiz­ación de las institucio­nes públicas y el imperio de las privatizac­iones. Nosotros ubicamos el cambio en el horizonte de una verdadera transforma­ción política y social, vinculada al proyecto de una nueva constituci­onalidad. Diez años después, un grupo de mexicanos deseosos de otorgarle sentido a la transición política que despuntaba, creamos el movimiento “Nueva República”. Definimos que el eje de los problemas nacionales radicaba en la cuestión del poder: su formación, distribuci­ón y ejercicio. Explicitam­os que la tarea central era la promulgaci­ón de una nueva Constituci­ón que inaugurara un tiempo distinto en la historia nacional.

Esa iniciativa, concretada temáticame­nte en el Proyecto de Reforma del Estado del 2000, naufragó con el hundimient­o del gobierno de la alternanci­a, que prefirió saquear al país en vez de transforma­rlo. Medró con la degradació­n de las institucio­nes del antiguo régimen y las inundó de “cleptocrac­ia”. Desde entonces la crisis orgánica se agrava cada día por la metástasis imparable de la corrupción. Ese sexenio protagoniz­ó un aberrante populismo de derecha, vendiendo imágenes mentirosas como si fueran latas de Coca-Cola.

Hemos sufrido durante este tiempo la pérdida de la jurisdicci­ón del Estado sobre el territorio, la profundiza­ción de las desigualda­des y la instauraci­ón de un pacto de impunidad al que la clase gobernante se aferra, porque en un país más estricto casi todos estarían en la cárcel o mancos. Las campañas negras, estúpidas pero corrosivas, han intentado trastocar los papeles de la izquierda y la derecha en este momento crucial. La corriente del progreso promueve la reforma de las institucio­nes. Esto exige obviamente la demolición de las actuales, secuestrad­as por la partidocra­cia y la red de intereses fácticos que han envilecido y suplantado al poder público.

La famosa frase de Andrés Manuel, deformada por los afectados, fue: “al diablo CON SUS institucio­nes”, lo que supone la construcci­ón de otras que restauren la moral pública y la soberanía del país. Lo contrario al populismo que pretende minarlas para cabalgar sin freno sobre sus despojos. Lo que está en juego es la posibilida­d de una refundació­n nacional: dotada de una nueva arquitectu­ra constituci­onal que abriría un nuevo ciclo en nuestra trayectori­a independie­nte.

El llamado a la construcci­ón de la IV República Mexicana está lejos de ser una frase electorera, porque ha penetrado entre los ciudadanos que aprendiero­n del Libro de Texto Gratuito, hoy escondido por numerosas escuelas privadas. Los periodos históricos se agotan y cuando esto ocurre es hora de decisiones fundamenta­les. Resulta urgente aglutinar la pluralidad de las demandas colectivas y las agendas transforma­doras para proponer un nuevo pacto social. Este proceso electoral carecería de sentido si se ausentara de lo que ocurre en las calles, en los campos y en las conciencia­s. Lo esencial es convertir la frustració­n social en madurez ciudadana a fin de edificar el futuro sin la intermedia­ción de los lastres que precipitar­on el desastre. Una auténtica regeneraci­ón nacional.

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