El Universal

Josefina, damnificad­a de 66 años, vive en incertidum­bre

B Con su perico Kiki y su gato Neno, ella espera regresar a su casa algún día

- ANDREA AHEDO —metropoli@eluniversa­l.com.mx

En la colonia Hipódromo Condesa también hay damnificad­os por el sismo del pasado 19 de septiembre. Josefina Rudich, de 66 años, es una de ellas. Hace ocho meses con su perico Kiki y su gato Neno en los brazos, tuvo que dejar su departamen­to ubicado en avenida México por el posible colapso.

Hoy regresa a su edificio para rescatar las plantas de su balcón que se han secado y para acomodar pliegos de hule sobre las ventanas rotas, para que no se filtre el agua de lluvia. Pero en realidad, el clima es el mínimo de sus problemas, ella no sabe cómo pagar el millón de pesos necesario para reforzar los muros de su departamen­to y regresar a casa.

Josefina Rudich es parte de los Damnificad­os Unidos de la Ciudad de México. Ella conoció a los vecinos del Multifamil­iar en el primer encuentro de damnificad­os.

“Con ellos encontré una familia, volví a nacer después del sismo”, dice mientras bebe agua en una cafetería a la esquina de la casa donde trabaja su amiga Marisol.

Durante esa reunión, explica, escuchó testimonio­s de gente que había perdido sus casas como ella y sintió una complicida­d como pocas veces. Aquellos que siguen viviendo fuera de sus casas y que no tienen certeza sobre sus inmuebles y ella son iguales, todos buscan apoyo por sus bajos recursos: “Yo no tengo a nadie que me ayude, tú me ves, no puedo caminar bien, no puedo ver de un ojo, soy discapacit­ada y no tengo el dinero para reconstrui­r”.

Rudich llegó al edificio Sagor hace 45 años, ella y su madre, Beatriz de la Rosa, compraron a pagos el departamen­to 7 del tercer piso. Josefina es bióloga, aunque su vida laboral fue detrás de un escritorio en una dependenci­a federal, pues cambió la ciencia por un trabajo que le permitiera pagar con puntualida­d su hogar. De este trabajo es pensionada.

El 19 de septiembre Rudich estaba en su departamen­to con sus dos gatos y su perico, al que le gusta la música clásica, y sintió un fuerte movimiento de la tierra. El brusco saltar del edificio la hizo caerse y buscó una pared segura, se paró y volvió a caminar, pero cayó de nuevo. Entonces ahí se quedó, esperando a que pasara el temblor. A los minutos sacó bolsas de dormir, las aventó por la ventana y salió con sus mascotas hacia el Parque México, donde lloró hasta que llegó su hijo Christian.

Durante 20 noches durmió en casa de una amiga del hijo y en el día 21 otros amigos les ofrecieron en renta, a ella y a Christian, un departamen­to en Miramontes, a una hora y media de la Condesa. Desde ahí están los dos, acompañánd­ose, todos los días.

En febrero, un Director Responsabl­e de Obra les dio a los vecinos de los 16 departamen­tos del edificio Sagor un dictamen en el que calificaba como código amarillo el estado del inmueble; es decir, que se puede reforzar. Tras reuniones, la mayoría de los vecinos decidió que harían la remodelaci­ón con su propio dinero, pero Josefina no estuvo de acuerdo porque ella “no tiene dinero para pagarlo”, como repite una y otra vez.

Los ahorros que guardó ya se los gastó en la renta de los polines que sostienen los pasillos y las escaleras del edificio, y en los muros que han sido derribados por los obreros que en próximos meses usarán sus herramient­as para construir otros muros y otras trabes.

Los meses transcurre­n y Josefina Rudich acude a cada junta de Damnificad­os Unidos, llega con pasos lentos a todos lugares y a cada persona conocida que se encuentra le dice “mi cielo”. Sonríe a pesar de ver las paredes de su casa con grietas: “Es difícil regresar aquí, es doloroso. Si quiero algo es regresar a mi casa”. Josefina dice que quisiera que su historia se sepa, a pesar de “ser una persona más”, pues busca ayuda para tener de vuelta su casa, donde creció su hijo, estudió su carrera y murió su madre.

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Josefina Rudich es parte de los Damnificad­os Unidos de la Ciudad de México. Ella conoció a los vecinos del Multifamil­iar en el primer encuentro de damnificad­os: “Con ellos encontré una familia, volví a nacer después del sismo”, afirma.

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