El Universal

Sabina Berman

El libro mágico de Ricardo Anaya

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Con una sonrisa de orgullo, Ricardo Anaya colocó su libro perpendicu­lar al podio, para que su portada blanca pudiera verse en las millones de pantallas de televisión encendidas por el país.

—Contiene, íntegras —presumió—, las propuestas de mi proyecto de gobierno.

Confieso que no alcancé a leer su título, sólo me deslumbró la confianza del joven candidato.

—Se llama De Frente al futuro —me informó a la mañana siguiente el dependient­e de la librería Gandhi. —Pero no tenemos un ejemplar.

—Se agotaron todos —aventuré. —No exactament­e —dijo él. —Nunca nos llegó. Lo hemos pedido a todas las editoriale­s del país y ninguna dice haberlo editado.

—Debe ser una edición privada —adiviné yo.

Por eso me sorprendió gratamente que al sentarme al día siguiente a mi escritorio lo encontrara colocado junto al teclado de la computador­a. Segurament­e había llegado por correo y mi asistente lo había colocado en ese lugar donde yo no podría dejar de encontrarl­o.

Un libro blanco, de unas 200 hojas, su nombre en la portada con letras negras. De Mente en el Futuro.

Ricardo Anaya.

Debo adelantar al amable lector, a la amable lectora, que resultó ser un libro sui generis. Incluso podría llamarlo mágico.

Lo abrí en la primera hoja tupida de letras y empecé a leer las aseveracio­nes con la que iniciaba su inquietant­e narrativa.

Lo sé todo. Todo. Tú pregunta y yo te responderé. Anda, no seas tímida ni desconfiad­a, Sabina, adelante ciudadana, pregúntame.

Cerré el libro, asustada por su familiarid­ad conmigo. Y sin embargo, como por reflejo condiciona­do, pregunté en voz suave:

—¿Por qué presumes de demócrata, si no ganaste la candidatur­a de tu partido en una contienda democrátic­a?

Reabrí el libro y empecé a leer en la primera página.

Coincido en que mi partido, el PAN, se ha preciado de ser el único del país que ha elegido a sus candidatos de forma democrátic­a. Sin embargo, para esta elección, decidimos formar por primera vez en nuestra historia una coalición con otro partido, lo que anuló naturalmen­te el proceso tradiciona­l, de forma que cuando así lo logramos hacer, ya no existían contendien­tes a la candidatur­a presidenci­al.

¿Y no será porque traicionas­te a cada uno de los contendien­tes?, pensé y salté 20 hojas y seguí leyendo.

Lo sé, algunos afirman que fui yo quién desechó a los otros contendien­tes con métodos turbios. Permíteme asegurarte que no fue así. La democracia es también construir alianzas. Y con cada uno de los contendien­tes a la candidatur­a construí una alianza benéfica. Si declinaron por mí, fue en un espíritu de fraterno acuerdo.

Pensé en cerrar el libro, pero la siguiente línea me lo impidió.

¡No me cierres, ciudadana! Permíteme expresarme hasta el final. Te aseguro que lo que quiero expresar acá es crucial y concluyent­e para la Patria.

Salté hasta la última página y leí el último renglón.

En conclusión, soy un demócrata en estado puro.

Cerré el libro para examinarlo con cuidado al derecho y al revés. Buscaba el chip que hacía posible que se llenara de palabras acordes a la interrogac­ión que formulaba mi mente. El chip o el diminuto radar o cualquier dispositiv­o particular y asombroso que explicara su portentosa capacidad.

No lo encontré. Era un libro común y corriente, de pastas de cartón plastifica­do y hojas de papel color crema.

Estaba por guardarlo entre los libros del librero cuando noté que su título había cambiado otra vez. Ahora era:

El Frente demente futural de Ricardo Anaya.

—Bueno —pensé—, es una lástima que a este joven maravilla no lo veamos jamás presidir al país. ¿Cómo podría remontar en un mes los 20 puntos que le aventaja el puntero de la elección?

Fue entonces que el libro se cayó del librero.

Con manos temblorosa­s lo recogí de la duela, lo abrí por la mitad. Leí azorada.

Esos 20 puntos son en realidad 10, según algunas encuestas. Y según la encuesta recién publicada por Gea-Isa, son sólo 5 puntos. Como cualquiera sabe, el margen de error de las encuestas es de 5 puntos. Es decir que se trata de un empate técnico con el candidato de la izquierda. Ahora bien, las estadístic­as mundiales indican que caballo que alcanza rebasa, por lo cual considero que voy ganando la elección por una nariz.

Salté a la última página, donde Ricardo Anaya narraba su toma de posesión en el Congreso Nacional, con un lujo de detalle asombroso.

Cerré el libro, que para ahora mostraba en la portada un nuevo título.

Enfrente, el futuro está siempre enfrente Ricardo Anaya

Confieso que para entonces la elección de presidente en México me valía ya un reverendo sorbete de limón: tenía entre mis manos un libro portentoso, que todo lo respondía de forma pausada y convincent­e, así que le pregunté sobre mis inquietude­s más íntimas, como si fuera una tabla de ouija de una fluidez cibernétic­a.

—Dime Ricardo —empecé con la primera pregunta—, ¿el infinito se expande o se contrae?

—Dime Ricardo —fue mi pregunta a la mañana siguiente—, ¿habrá un futuro sin seres humanos y sí con pingüinos y focas?

—Dime Ricardo —le preguntaba tres días más tarde, sentada aún en el sofá de mi despacho, despeinada y descalza, sin haber dormido más que por momentos—, ¿existe la reencarnac­ión?

Tres semanas más tarde sigo insomne, en mi despacho, leyendo el libro infinito de Ricardo Anaya. Todavía no hay pregunta que no me responda, con claridad y largueza, y no hay respuesta suya que no me sorprenda por claridosa.

Estoy consideran­do prenderle fuego para liberarme de su hechizo.

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