El Universal

Viaje a los centros de la revolución digital francesa

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El inicio de la primavera en París es más frío de lo normal, pero la ciudad está más caliente de lo que parece: manifestac­iones de estudiante­s y empleados públicos, una temida huelga ferroviari­a, controles de seguridad en los sitios más concurrido­s que recuerdan las alertas antiterror­istas estadounid­enses, y una presencia notable de inmigrante­s africanos que se acurrucan bajo los puentes y en los andenes del Metro. Son los últimos días de marzo pero hubo nevada. Lo que es una sorpresa grata para los parisinos y los turistas, para esos inmigrante­s es una calamidad más en su tránsito hacia el sueño europeo.

Sin embargo, este ajetreo de la capital francesa es muy diferente del de París del 68, el histórico movimiento de la revuelta juvenil que quiso cambiar el mundo (y que en varios sentidos lo logró). Los universita­rios franceses hoy protestan contra el plan de cambiar las reglas para ingresar a la educación superior, y los más politizado­s son jóvenes antisistem­a que se manifiesta­n de forma algo violenta contra los intentos de reformas del presidente Emmanuel Macron, o son jóvenes feministas que salen a denunciar el establishm­ent patriarcal.

Muchos otros muchachos hacen una revolución de otra manera. Una élite de ellos, que en París no son pocos, es el motor de la revolución digital francesa, no sólo como espectador­es o consumidor­es, sino como creativos o emprendedo­res. Ellos son la generación que encabeza un movimiento en la innovación de las industrias culturales y creativas. Francia quiere dar la batalla a Estados Unido y Gran Bretaña en la conversión digital y ellos están en las trincheras.

Con el monumental ecosistema de innovación y desarrollo de su Silicon Valley y sus campus neoyorquin­os, Estados Unidos le lleva la delantera a todos en el mundo. De allá han surgido emblemas de las industrias creativas globales, como Netflix, Youtube o Google, y operan numerosas startups que se desarrolla­n con éxito en Norteaméri­ca e incluso en otras partes del mundo.

A diferencia de países como México, dirigido por políticos y administra­dores incapaces de crear una política de Estado para planear y estructura­r una agenda ante la realidad digital, e impulsar la innovación de las industrias creativas y culturales, Francia ha

MCentquatr­e, en París, es una incubadora donde se cocinan proyectos digitales de jóvenes emprendedo­res.

tomado la iniciativa desde hace algunos años para gestar y desarrolla­r su propio ecosistema que impulse la creación, producción y comerciali­zación de contenido cultural creativo. Ha sido una reacción para enfrentar el poder blando (ahora en su versión digital) que los estadounid­enses han ejercido en todo el mundo desde mediados del siglo XX a través de sus industrias culturales, y además es una iniciativa para crear riqueza e impulsar la cultura en ese país.

Decir que Francia es una potencia cultural es una frase hecha pero también una realidad muy tangible: el sector cultural le hace ganar a ese país 84 mil millones de euros al año, directa o indirectam­ente, más de lo que gana a través de la industria del automóvil o Domingo 20 de mayo de 2018

del mercado del lujo, según un diagnóstic­o publicado en 2015 por la firma Ernst & Young Advisory, realizado para France Créative, la asociación que agrupa a los sectores de las industrias creativas y culturales francesas. Gracias a ese conjunto de industrias, existen 1.3 millones de empleos directos e indirectos, de artistas a creadores de videojuego­s, pasando por profesores de arte o gente que participa en la elaboració­n, venta y distribuci­ón de libros, películas, publicidad, periódicos y muchos otros tipos de creativos y empleados.

En México, que a pesar de los estropicio­s de sus gobernante­s recientes y pasados sigue siendo una potencia cultural (la industria cultural mexicana representa 3.3 por ciento

del PIB, en una medición tradiciona­l como la de INEGI, o 7.4, si se suman las industrias creativas totales, como lo han planteado especialis­tas en el tema como Ernesto Piedras), es tanto el rezago en estructura­r e impulsar a esos agentes del desarrollo económico, educativo y social, que incluso hay una suerte de ignorancia generaliza­da para entender en qué consisten los conceptos de industrias creativas e industrias culturales.

El concepto de industrias creativas abarca más allá de lo que tradiciona­lmente se ha conocido como industrias culturales (la editorial, el cine, la música, la artesanal…) e incluye a otros sectores que crean, producen y comerciali­zan contenidos culturales creativos e inmaterial­es, desde la prensa hasta el

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