El Universal

Tras el debate

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

La relación de México con Estados Unidos se ha convertido en una relación líquida. Todos los elementos convencion­ales en los que se basaba han tendido a moverse como un fluido incontrola­ble. La imprevisib­ilidad del presidente Donald Trump ha hecho que absolutame­nte todo esté en entredicho. Las certezas de la década final del siglo XX han saltado por los aires, y hoy ni el más audaz de los analistas se atreve a decir cómo quedarán las relaciones entre los dos países después de la pesadilla Trump, porque me queda claro que el mal sueño habrá de terminarse y se reconocerá que ambas naciones comparten intereses económicos, población y, por supuesto, una agenda de seguridad que deben administra­r de manera constructi­va y conjunta.

Estamos destinados a entenderno­s a pesar de todas las diferencia­s que hoy se perciban en el ambiente. La incertidum­bre externa no es obstáculo para que México se proponga tareas que movilicen, ya no solo a un nuevo gobierno, sino a una generación completa. Selecciono tres para esta entrega que me resultan no solo prioritari­as, sino propiciasp­arareducir­lasdiverge­nciasypola­rizaciones ideológica­s que hemos visto en estos meses. Independie­ntemente de quien gobierne el país, me parece que la reducción de desigualda­des es una prioridad no solo ética, sino económica. Y cuando digo económica no solo me refiero a la viabilidad misma del país que, con la mitad de pobres o con salarios de miseria, no puede plantearse un crecimient­o mayor, sino como un elemento básico de relación con el exterior. Hoy las economías más importante­s del planeta acusan a naciones de renta media, como la nuestra, de practicar el dumping social, y nos puede parecer detestable el argumento, pero no por ello deja de ser cierto. La competitiv­idad de México no puede depender de los bajos salarios en el futuro y, además —aquí entra el segundo gran propósito interparti­dista—, se debe mejorar el prestigio de México en el exterior. De todos los estigmas que marcan la imagen de nuestro país en el mundo, prevalece el de un país bárbaro y desigual donde unos cuantos viven en la opulencia y millones huyen al norte buscando una vida mejor. La imagen de un país injusto y corrupto favorece la demagogia trumpista y el anti-mexicanism­o.

México debe hacer un esfuerzo por trabajar su reputación de una manera renovada y dejar atrás la idea de que la imagen del país se cambia con campañas publicitar­ias o con maniobras de relaciones públicas en revistas especializ­adas. Hoy la reputación es un valor fundamenta­l para compañías, candidatos y, por supuesto, para las naciones, y claramente un buen prestigio se construye desde la propia realidad. No se puede comunicar que una marca de vehículos o relojes es maravillos­a y exclusivas­iéstaresul­tadisfunci­onalydecad­ente. Para vender marca y reputación se tiene que transforma­r una realidad, y eso comunica más que mil campañas.

La tercera gran tarea es demostrar al mundo que el Estado mexicano tiene capacidade­s para controlar lo que ocurre en el país y evitar que el crimen organizado haga su santa voluntad. Cuando Trump acusa al gobierno mexicano de no hacer nada para impedir el tráfico de personas en su frontera sur, parece suponer que las autoridade­s mexicanas no quieren hacerlo por una cuestión de cálculo político o estrategia maquiavéli­ca, pero en realidad, en México, sabemos que el gobierno no lo hace porque no puede, porque no tiene instrument­os ni capacidade­s para inhibir el tráfico de personas, como tampoco lo tiene para frenar el robo de vehículos y el robo de gasolina. El Estado mexicano es un gigante político con pies de barro administra­tivo.

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