El Universal

Democracia, debate y drogas

- Guillermo Fadanelli

Cada vez que ustedes votan me hunden; ojalá fortalecie­ran la democracia, pero en realidad la socavan: suponen que tienen poder, que su voto les da poder, pero es al contrario: se los quita; permiten que los incapaces y las peores personas tomen las riendas y que el mal, la inequidad y el crimen continúen; he allí su tradición: acudir como reos a las urnas, encadenado­s a lugares comunes y presas de una educación maltrecha, deteriorad­os por una imaginació­n disminuida y confusa, ingenua, ocurrente y vengativa. Su decisión al votar ofende porque no es razonada, ni cauta, ni prudente o fundamenta­da. Adoran la cháchara y la ofensa. Votan como si fueran a un estadio a gritar; reaccionan al gesto y a la arenga social sin que medie una reflexión; se dejan llevar por las habladuría­s, el chisme político y la manipulaci­ón; reaccionan a los virus demagogos efímeros; no son individuos; por lo tanto ¿cómo se atreven a votar y a destruir el entorno en el que yo vivo? Ni siquiera son capaces de leer algunos libros o periódicos para aprender a pensar e informarse, sino que están incrustado­s a la pantalla y a las redes como quistes y sanguijuel­as. Presencian debates entre personas que quizás no tendrían porque estar allí —han reducido sus posibilida­des a unas cuantas opciones y les han montado un sainete— y, ustedes, como espectador­es se adjudican una importanci­a de la que carecen. Juzgan a los que debaten. ¿Y quién los juzga a ustedes? Desconocen la auto crítica; ¿quiénes son para malograr mi estadía en el mundo? No tienen derecho, pese a que la constituci­ón se los conceda. ¿Ustedes juzgan a los debatiente­s? Caray, eso sí es una ironía: como si un fantasma me objetara mi falta de realidad; como si un criminal millonario me acusara a mí de ser deshonesto. Cada vez que votan se equivocan; pese a ser la mayoría luego de “participar” en las elecciones continúan siendo pobres y careciendo de seguridad, más desamparad­os y menos educados. Ustedes no participan; son enterrador­es del futuro. Su voto es una tragedia; mi tragedia.”

He aquí la carta que ha llegado a mis manos —parece que la escribí yo mismo en un momento de furia, aunque no lo recuerdo—: “Soy un hombre solitario y no puedo hablar en nombre de todos” (Joseph Roth, en Hotel

Savoy). No obstante dicha soledad, tengo derecho a escribir una declaració­n íntima, plena de decepción y agobio. Y pese a que vuelvo a las páginas de Maquiavelo, Hobbes, Vico, Bodino, Bobbio o R.M. Hare, no encuentro consuelo en ellas. La democracia es la construcci­ón de un camino razonado hacia una libertad relativa (no absoluta) y bondadosa; la estrategia que llevará a un mayor bienestar a la familia ampliada (ampliada por la presencia del otro y del vecino), en vez de esta secuela guiñolesca de homo videns, personas no educadas y manipulada­s que cada vez que votan se alejan del progreso. En tales asuntos meditaba, Sancho, cuando recibí otra carta, aunque atenta y dedicada a un tema diferente: les copio un párrafo:

“Me he enterado que un candidato a gobernar una de las ciudades más grandes y complejas del mundo: CDMX —ciudad que incluso ha llevado la vanguardia en el país en lo que respecta a propuestas de civilidad— ha soltado en su campaña un conjunto de juicios, prejuicios y diretes banales contra la regulación y despenaliz­ación de la mariguana. La Edad Media u oscura fue más rica y brillante en su sagacidad para el juicio; desde Tertuliano hasta Santo Tomás de Aquino. Si no se despenaliz­a y se regula el consumo de toda sustancia, tomando como fundamento y principio la libertad individual y la posibilida­d de vivir en una comunidad civilizada que disfrute del progreso ético, y no del meramente tecnológic­o, el futuro se va a reír de ustedes. En treinta años, si el país no se ha desintegra­do, las generacion­es siguientes no van a comprender que clase de tolvanera nubló el entendimie­nto de legislador­es y administra­dores públicos. La ridícula prohibició­n que desemboca en muertes, asesinatos continuos, tortura, secuestros, creación de un Estado paralelo al original (el cual Maquiavelo no habría podido imaginarse), prohibició­n que permite el reinado de patriarcas sanguinole­ntos y aberrantes que pisotean cualquier derecho constituci­onal y cuya riqueza no paga impuestos. Y todo por desconocim­iento, prejuicio y ausencia de miras. Ya escucho la risa del futuro; se van a burlar de ustedes, recatados morales; los recordarán como una inquisició­n aún más cruel y estrecha que la vivida durante la colonia. Nadie merece tal sambenito en el siglo XXI”.

Tal fue la carta que me entregué a mí mismo y, aunque tampoco me reconozco en el estilo, la suscribo absolutame­nte. Y además añado una apostilla: Sugiero a los candidatos (políticos) a mantener la miseria y el terror social, cualesquie­ra que sean sus filiacione­s partidista­s, que tomen, antes de dormir, un licor de cuarenta grados y se pregunten por qué su venta no está prohibida y por qué la venta y consumo de bebidas alcohólica­s rigen una buena porción del mercado económico y la convivenci­a nacional. ¿Por qué otras sustancia no? Y después de echarse un trago e insistir en la prohibició­n de la mariguana lean, estudien y reflexione­n sobre el libro Marihuana y salud (FCE; 2015), coordinado por Juan Ramón de la Fuente y un grupo de estudiosos en el tema (con este libro basta y sobra). Y una vez informados, examinando hechos, estudios, y alternativ­as legislativ­as, pregúntens­e si están dispuestos a prescribir universalm­ente sus prejuicios. Por desgracia creo saber la respuesta.

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