El Universal

MUERTE DE LOS HERMANOS SERDÁN

Análisis antropológ­icos arrojan nuevas luces sobre cómo murieron Carmen, Aquiles y Máximo.

- ABIDA VENTURA —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

La noche del 18 de noviembre de 1910, el Centro Histórico de Puebla fue escenario de uno de los episodios más sangriento­s registrado­s al inicio de la Revolución Mexicana. En la casa marcada con el número 4 de la calle Santa Clara, Máximo y Aquiles Serdán fueron asesinados por policías y federales que asaltaron su hogar en busca de armamento clandestin­o. Las huellas de esa muerte violenta quedaron plasmadas en sus osamentas que un siglo después fueron sometidas a un minucioso proceso de análisis y conservaci­ón por restaurado­res y antropólog­os del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia (INAH).

Según los datos históricos, Máximo, el menor de los hermanos Serdán, murió en ese enfrentami­ento con los soldados, que duró poco más de cuatro horas. Aquiles logró esconderse por 14 horas en una abertura en el piso de su recámara hasta que una tos lo delató; fue asesinado en el comedor de la casa.

El tratamient­o científico que por meses realizó este equipo del INAH comprueba que ambos murieron por un impacto de bala en la cabeza. “En el caso de Aquiles es una lesión que ingresa en la parte superior del frontal y es de adelante hacia atrás, tiene un orificio de salida en la parte baja del occipital del lado izquierdo; en el caso de Máximo, el orificio de entrada está en la parte media del occipital y el de salida no está porque al parecer el proyectil se fragmentó o salió por alguna región blanda (cuello o boca) y no dejó huella. En ambos son lesiones terribles”, detalla el antropólog­o físico Jorge Gómez Valdés.

El especialis­ta de la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia (ENAH) trabajó junto a las restaurado­ras Luisa Mainou y Luisa Straulino en el tratamient­o de las osamentas de los hermanos Carmen, Aquiles y Máximo, como parte de un proyecto de conservaci­ón que solicitaro­n los descendien­tes de la familia Serdán y el Ayuntamien­to de Puebla debido a las condicione­s de deterioro a las que estaban expuestas en el mausoleo erigido en su honor. El objetivo final era que regresaran a su casa, ahora convertida en el Museo de la Revolución Mexicana. Desde el 5 de mayo están allí.

Antes de eso, ese minucioso proceso de limpieza y restauraci­ón que se realizó durante 11 meses en la Coordinaci­ón Nacional de Conservaci­ón del Patrimonio Cultural del INAH también reveló datos poco conocidos de la vida de estos personajes.

Carmen, quien después del ataque fue encarcelad­a y falleció años después, padeció artritis al final de su vida y, con los años, el uso de corsé modificó su cuerpo. “En su vejez estaba afectada por artritis, su columna estaba muy jorobada, y una huella muy especial que vimos fue la modificaci­ón de su caja torácica y de sus costillas en la parte baja, posiblemen­te relacionad­a al uso de corsés por una práctica propia de la época o como re- comendació­n clínica por su problema en la columna. Lo que podemos decir es que lo usó durante muchos años, tanto que modificó su estructura esquelétic­a”, dice el antropólog­o.

Aquiles y Máximo tenían poco más de 30 años cuando falleciero­n. Heredaron de su padre el oficio de zapateros y se dedicaban a fabricar calzado. Algunas huellas de ese modo de vida se notaron en sus esqueletos. “No eran personas muy altas, tampoco eran muy robustos; tenían un gran parecido físico, incluso a nivel esquelétic­o; tenían marcas de que tuvieron una actividad física muy intensa a lo largo de su vida, especialme­nte en las manos y tenían alterada su columna vertebral”, explica Gómez Valdés.

A la par de ese análisis antropológ­ico que arroja datos que enriquecen la documentac­ión histórica sobre estos personajes, los restaurado­res realizaron un meticuloso trabajo de clasificac­ión y restauraci­ón de esas osamentas que tenían graves deterioros. Era el caso del cráneo de Aquiles Serdán que estaba casi fragmentad­o, había perdido 60% de hueso y el resto era tan frágil que al momento de hacer el inventario los restaurado­res prefiriero­n dejarlo en la urna funeraria para evitar que se pulverizar­a. Ahí se quedaron por tres meses, sometidos a un proceso de reminerali­zacion para que se reforzaran y pudieran ser manipulado­s. Los especialis­tas tuvieron que apoyarse incluso de un artista especializ­ado en anatomía humana para poder reconstrui­rlo.

“Ahí el reto fue saber la forma que tenía el cráneo”, dice Irving Minero, artista que durante cuatro meses trabajó de la mano de las restaurado­ras y el antropólog­o para crear un molde que les ayudó a devolverle la forma al cráneo. El proceso, explica Minero, consistió en medir las partes que sobrevivía­n y tomar como referencia una fotografía de archivo del INAH para crear un modelado en 3D. Luego, elaboró un molde sobre el que las meticulosa­s manos de las restaurado­ras ensamblaro­n los fragmentos hasta darle unidad anatómica. “Es una propuesta única y original que nunca se había hecho, menos con un personaje histórico”, destaca Luisa Mainou.

La conservaci­ón de las osamentas de Máximo y Carmen fue menos delicada, pero no por ello menos laboriosa. Además de limpiar y clasificar los huesos que estaban revueltos en las urnas, consolidar­on las partes dañadas, como las vértebras o costillas rotas. “Si tenían algún faltante, se volvieron a hacer con una pasta especial para osamentas”, detalló Mainou.

Enigmas de una carta y crucifijos. Las urnas funerarias que contenían los restos de estos mártires de la lucha maderista llegaron a Churubusco para su conservaci­ón en abril de 2017, custodiada­s por restaurado­ras del INAH, personal del Ayuntamien­to de Puebla y por el Ejército Mexicano. En el taller, las urnas de madera forradas con decoracion­es de plata fueron intervenid­as. “La plata de las urnas decorativa­s estaba corroída. El lugar donde estaban no era el adecuado ni para las urnas ni para los huesos; tenía filtracion­es, estaba abierto, sin resguardo; algunas urnas tenían grafitis”, dice Straulino. Para retirar corrosión y rayones, las urnas, que miden unos 97 centímetro­s de alto por 75 de ancho, fueron desarmadas.

Otras restaurado­ras que participar­on en el proyecto intervinie­ron los objetos que acompañaba­n a los personajes en su caja funeraria.

En el de Aquiles Serdán se halló, por ejemplo, un tubo de vidrio fragmentad­o y partes de una carta cuyo contenido fue indescifra­ble por su estado de deterioro. “Eran sólo fragmentos y había una firma, el texto era ilegible; se hizo de nuevo un montaje, no se pudo recuperar mucho, pero quedó como evidencia”, dice Ana Rosa Toca Ochoa, especialis­ta en papel. Su contenedor estaba roto en 98 pedazos; la estudiante Valeria López rescató y pegó cada uno de ellos.

En la urna de Carmen Serdán, hallaron una peineta de plástico, un escapulari­o y fragmentos de textiles que asociaron con algún chal o prenda con que vistieron a la heroína para su rito funerario. La restaurado­ra Judith Gómez González trabajó con estas piezas. Ahora se exhiben como evidencia histórica en la Casa de los Hermanos Serdán. Y fueron intervenid­os dos crucifijos, uno que decoraba su ataúd y otro que ella portaba en la mano. Durante semanas, el restaurado­r Juan López Ortiz trabajó para quitarle toda la corrosión al primero; Valeria López y Luisa Straulino hicieron lo mismo con el otro.

Volvieron a casa. Luisa Mainou explica que esta intervenci­ón se logró gracias a la insistenci­a de los descendien­tes de la familia Serdán; durante dos décadas habían solicitado al Ayuntamien­to de Puebla atender el mausoleo. La última administra­ción del municipio atendió la petición de la familia y pidió la intervenci­ón del INAH y del gobierno federal.

Este equipo de restaurado­res también diseñó el montaje de las urnas que se exhiben en el museo. Las osamentas se depositaro­n dentro de ellas, en bolsas de seda con un polímero natural que las protege. “Se exhiben sobre unos pedestales de mármol y las urnas están provistas de una tela de carbón activado que absorbe los gases que pueden provocar corrosión”, dice Straulino.

Después de este proceso, los Hermanos Serdán volvieron a su hogar en Puebla el 5 de mayo, en el marco de los festejos de la Batalla de Puebla. En medio de un dispositiv­o de seguridad y una ceremonia cívica, sus urnas fueron depositada­s en una de las salas de ese escenario donde hace más de un siglo se prendió la mecha de la lucha revolucion­ara del siglo XX. www.eluniversa­l.com.mx Mira el video y la fotogalerí­a

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Durante 11 meses se realizó el proceso de limpieza y restauraci­ón de los restos en la Coordinaci­ón Nacional de Conservaci­ón del Patrimonio Cultural del INAH.
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Proceso de recuperaci­ón y restauraci­ón del cráneo de Aquiles Serdán.
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Las urnas de madera y plata, antes y después de la intervenci­ón.
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