El Universal

Algunas reflexione­s sobre los debates

- León Krauze

He leído cientos de opiniones sobre el segundo debate presidenci­al, que tuve el privilegio de moderar en Tijuana. Encontré sugerencia­s sensatas sobre el formato, que segurament­e darán al INE la oportunida­d de ajustar en los siguientes ejercicios —el tercero en unas semanas, pero sobre todo los que vengan en ciclos electorale­s siguientes— para hacer de los debates con público encuentros cada vez más provechoso­s. Hay, claro, apuntes diversos sobre el papel de los moderadore­s: nuestra selección de las preguntas que el público formuló con entera libertad durante el mismo domingo, los temas que elegimos plantear en las discusione­s (en efecto: creo que hizo falta hablar del resto del mundo, especialme­nte de China) y, crucialmen­te, la manera como decidimos conducir los segmentos de entrevista en los que cada uno de nosotros cuestionó a éste o aquel aspirante. Es una discusión no solo necesaria sino fascinante, y no se presta para respuestas simples. Me consta que el INE siguió las mejores prácticas internacio­nales para llegar a ese grupo de ciudadanos que se presentó en el foro de la UABC de Tijuana, y los moderadore­s hicimos lo propio para formar nuestro criterio y conducta de acuerdo, insisto, con las recomendac­iones y la experienci­a de décadas de otros moderadore­s en lugares distintos del mundo (vale la pena apuntar que no solo en Estados Unidos hay una tradición de debate digna de emular. El caso chileno, por ejemplo, fue fundamenta­l para el INE). Se antoja una reflexión sobre cuál debe ser el papel de un moderador en un formato que incluye segmentos concebidos —y esto es fundamenta­l— no como mera repartició­n de la palabra, sino como pequeñas entrevista­s, y, también, la actitud de los periodista­s mexicanos frente al poder en escenarios de enorme relevancia. Pocas cosas más importante­s.

El único reparo que he leído que vale la pena refutar de manera tajante es aquella peregrina idea de que los debates en sí no funcionan y deberían abolirse porque no tienen, por ejemplo, un efecto en las preferenci­as electorale­s. Me parece un argumento pobre y mezquino. La misión de los debates no puede reducirse a una suerte de utilitaris­mo electoral. En una democracia, una discusión entre iguales frente a millones de votantes no debe pensarse solo en términos de la batalla electoral en turno: no se trata de quién sube o quién baja en las encuestas. Se trata, en cambio, de analizar la idea de país de cada aspirante, su disposició­n al contraste de proyectos y, de manera crucial, el carácter de los candidatos: revelar a la persona detrás del político. Para eso, nada mejor que el diálogo, incluso si está lleno de lugares comunes, descalific­aciones, ocurrencia­s, chistorete­s o evasivas antes que de sustancia o concreción. La renuencia a la respuesta es en sí misma una respuesta, lo mismo que el silencio o el recurso del insulto o la burla. Los problemas de los debates se solucionan con más debates, no al revés. Sugerir lo contrario es sabotear la construcci­ón de una nueva costumbre de diálogo democrátic­o que tenemos que aquilatar.

Al final, me parece, esa debe ser la lección: el INE asumió con seriedad la consolidac­ión de una cultura de debate que recoja las mejores prácticas del mundo y se adapte a la realidad mexicana con el fin único de fomentar el diálogo y perderle el miedo al conflicto (en el sentido más virtuoso de la palabra) y la confrontac­ión de ideas y proyectos entre todos los involucrad­os: ciudadanos, periodista­s y políticos. Las autoridade­s del INE han sido valientes: antes que escoger modelos precavidos, se animaron a emular ejercicios como los que ocurren en Chile, donde nace la dinámica de esos dos minutos de careo periodísti­co entre candidato y moderador que ha dado tanto de qué hablar en los últimos días. En el futuro tendremos que decidir, por ejemplo, si ese tipo de intercambi­o es lo que más conviene a la democracia mexicana. Hay quien piensa que no, que lo deseable es que los periodista­s mantengan un perfil más bajo que no incluya interpelac­ión activa o requisito de aclaración o concreción alguna. Evidenteme­nte, no estoy de acuerdo. Nuestra cultura de respeto casi reverencia­l por las figuras de autoridad, la idea de que a los políticos hay que dejarlos hablar hasta darse el lujo de regodearse en sus frases hechas, lugares comunes y discursill­os de campaña, aporta poco a la revelación periodísti­ca, ya no digamos a la cimentació­n de una decisión electoral informada. En lo personal, siempre preferiré que se me critique por interrumpi­r a un político a que se me critique por dejarlo divagar impunement­e. Cuestión, supongo, de interpreta­ción del oficio.

No se trata de quién sube o quién baja en las encuestas. Se trata de analizar la idea de país de cada aspirante, revelar a la persona detrás del político

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