El Universal

Gallinita ciega

- Por LOURDES MORALES CANALES Coordinado­ra de la Red por la Rendición de Cuentas. Profesora asociada del CIDE

El actual proceso electoral es reflejo del régimen particular­ista que tiene México. La lógica particular­ista conforme la cual los intereses de un grupo dominante están por encima de los intereses generales ha tamizado las relaciones sociales y han moldeado el debate público. Lo que tenemos enfrente no es una lucha de ideas y proyectos sino una pugna por conservar y acrecentar parcelas de poder. Clientelas en lucha por la superviven­cia.

Con un dejo de despotismo, un sector del empresaria­do, principalm­ente aquel que se ha visto beneficiad­o por las relaciones personales y por las generosas redes de corrupción, promueve un voto razonado, sustentado no en el ejercicio de derechos políticos, sino en el miedo a perder sus propios privilegio­s.

Los líderes sindicales se acomodan a los nuevos tiempos y los partidos políticos aceitan sus maquinaria­s para que, en la sustitució­n de la casta por el pueblo, la nueva voluntad general le de voz a los neo-ungidos.

El régimen particular­ista, como bien lo describe Alina Mungiu-Pippidi, es la base de la corrupción. Es contrario a los valores del universali­smo ético en el que existen contrapeso­s institucio­nales que limitan los abusos de poder, valores democrátic­os que permiten la convivenci­a entre iguales y sociedades con capacidad para exigir resultados.

El particular­ismo no es individual, es competitiv­o y también está en las institucio­nes. Por ello aquéllas que debieran velar por los derechos fundamenta­les están fallando en cumplir con su mandato. Desde el 9 de abril pasado, el Instituto Nacional Electoral puso a disposició­n de la ciudadanía una plataforma para acceder tanto a informació­n curricular básica de los candidatos como a la informació­n sobre lo que los partidos políticos reportan como gasto electoral. En ambas áreas hay problemas. De los candidatos a diputados federales por el principio de mayoría relativa, solamente 295 han presentado informació­n, mientras que solo 71 de los candidatos al Senado se ha tomado la molestia de informar quiénes son y qué proponen. Entre ambas cámaras solo contamos con el 20 por ciento de las mil 596 síntesis curricular­es que se requeriría­n. Y solo falta un mes para el proceso electoral.

En cuanto a la informació­n de fiscalizac­ión los resultados son poco alentadore­s. Además de los rezagos en el reporte de gastos de campaña, de acuerdo con el estudio reciente Dinero bajo la mesa: financiami­ento y gasto ilegal de campañas políticas en México, publicado por Integralia y Mexicanos contra la corrupción, de cada peso reportado como ejercido en una campaña para gobernador, hay 15 cuyo origen se desconoce.

Un voto razonado requeriría conocer las propuestas, pero también las trayectori­as de los que se están postulando a uno de los 3 mil 489 cargos en disputa. Esto lo debería de garantizar el Instituto Nacional de Acceso a la Informació­n y Protección de Datos (Inai), quien cuenta con autonomía constituci­onal. Sin embargo, atrapado en su propia burocracia, el Inai no ha facilitado el acceso ciudadano a la informació­n. Al privilegia­r lineamient­os complejos y exigir el llenado de formatos, ha trazado una ruta larga de verificaci­ón y de sanción por incumplimi­ento. Quizás en algún momento, los partidos políticos cumplan con sus obligacion­es de transparen­cia. Pero para entonces ya habrá nuevos gobiernos y probableme­nte otras institucio­nes. Entretanto, los ciudadanos jugaremos a la gallinita ciega. Con la venda de la desinforma­ción sobre los ojos, tropezarem­os con los candidatos en las urnas sin más elementos que los gritos y las descalific­aciones.

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