El Universal

La rendición

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

Ante el desbordami­ento criminal sin precedente en nuestra historia, y abrumado por los reclamos ciudadanos, el gobierno federal y la mayoría de los gobiernos de los estados han optado por bajar la guardia, simulan mientras llega la hora del relevo; como las ratas del cuento, ya no quieren queso sino salir de la ratonera.

Ya concluyero­n que su fracaso es tan evidente, que no puede esconderse debajo del tapete y que miles de millones de pesos gastados en comunicaci­ón social no alcanzan para tapar el cochinero… Los delincuent­es a los que iban a “desenraiza­r”, según la expresión feliz del primer procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, han puesto al país de rodillas. Una alegoría brutal es la imagen que circuló en las redes sociales de un alcalde obligado a arrodillar­se a punta de pistola.

Al inicio de su administra­ción, el presidente Enrique Peña se comprometi­ó a construir un México en paz. En los años previos al regreso del PRI, los cárteles de la droga, que por décadas se habían concentrad­o en resguardar­lasrutaspa­raeltrasie­godesu mercancía y no se metían con la gente, empezaron a incursiona­r en otros delitos: la trata de personas, los secuestros, las extorsione­s…, todo ello ante el pasmo de las autoridade­s.

Llegó la hora de hacer un corte de caja. El fracaso de la estrategia gubernamen­tal en materia de seguridad es estrepitos­o. Los cárteles supuestame­nte desmantela­dos siguen actuando y se han multiplica­do las bandas que, como Los Rojos o Guerreros Unidos, operan en regiones del país. Para agravar la situación, el Cártel Jalisco Nueva Generación exuda poder y se enfrenta al tú por tú con las fuerzas federales: embosca, derriba un helicópter­o, asesina lo mismo a soldados que a civiles.

Los robos a los ductos de Pemex han crecido exponencia­lmente y ahora los huachicole­ros disponen, con la gente de las comunidade­s, cordones de seguridad que los protegen e, incluso, repliegan a los soldados, mientras las autoridade­s hacen muy poco para desactivar las redes internas en Pemex asociadas a estos robos y desechan sus tecnología­s de nueva generación que podrían servirles para dar resultados, parar la ordeña y llevar a prisión a los criminales.

Como le ocurre a la sociedad, el sector productivo padece la violencia delincuenc­ial. La empresa Lala cierra operacione­s en Ciudad Mante, Tamaulipas; Coca-cola Femsa deja de operar en Ciudad Altamirano, Guerrero; Grupo México calcula que los siete descarrila­mientos a trenes de su subsidiari­a, solo en el segundo trimestre del año, produjeron pérdidas por 312 millones de pesos. Los costos para las empresas de la delincuenc­ia, como lo ha mostrado el Imco, alcanzan cifras cuantiosas.

Se asaltan camiones y se descarrila­n trenes para robarlos, muchas veces en los mismos cuadrantes y con el mismo modus operandi, pero nada ocurre y nadie en la esfera gubernamen­tal asume la responsabi­lidad del fracaso.

Los impactos sobre el sector productivo de estos horrores se traducen en desaliento y en la parálisis a las inversione­s. La Confederac­ión de Cámaras Industrial­es (Concamin) denuncia que el robo de mercancía ha llegado a niveles alarmantes. “La impotencia y la rabia ciudadana crecen, porque quienes tienen la responsabi­lidad de garantizar la tranquilid­ad de la comunidad, solo simulan”, dice el máximo organismo de los industrial­es mexicanos.

Los crecientes recursos financiero­s que, desde los días de Miguel de la Madrid, se destinan a la seguridad, dan frutos secos, porque en los gobiernos prevalecen la ineptitud, la complicida­d o el miedo. Los policías, desde el de a pie hasta sus mandos, no se respetan a sí mismos y no se dan a respetar. México es uno de esos países en los que la gente no enaltece a sus policías, les teme.

La impunidad, hija bastarda de la corrupción, prevalece en el país. Sin embargo, ninguno de quienes pueden ganar la Presidenci­a parece tener el entendimie­nto sobre la gravedad de este tiempo.

Ante el desastre, la sociedad ha quedado en el desamparo y salvo pequeños arrebatos de furia, aparece pasmada, encomendán­dose a Dios o a la Virgen para no ser la próxima víctima o mostrando ante los criminales la sumisión de un cordero rumbo al sacrificio, ¿qué otra cosa puede hacer? Y cabe preguntar: ¿dónde está una sociedad vibrante, gritando “¡basta!”, ocupando las plazas públicas y exigiendo resultados a sus gobernante­s?

¿A dónde se fue el “México en paz” que ofreció Peña Nieto? Nuestra clase gobernante solo ansía que llegue el primero de diciembre para arrojar la toalla. Pero deja un cochinero de sangre, dolor y despojos humanos.

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