El Universal

PRIMER CONTROL DEL MERETRICIO

El emperador ordenó crear el primer Registro de Mujeres Públicas con datos y fotos de trabajador­as sexuales. Exhiben el documento en Cuernavaca

- CYNTHIA TALAVERA —cynthia.talavera@eluniversa­l.com.mx www.eluniversa­l.com.mx Visita la fotogalerí­a

El Registro de mujeres públicas fue creado en 1865, durante el Imperio de Maximilian­o.

Su rostro era como el de cualquier mujer de su época. Algunas posaban para la cámara mostrando su coquetería con la mano en la cintura o en la cara, las más atrevidas alzaban su vestido para dejar ver su pie o la crinolina. Resulta difícil creer algunas de ellas formaban parte del Registro de Mujeres Públicas, ordenado por el emperador Maximilian­o de Habsburgo para controlar la prostituci­ón en México en 1865.

Benito Juárez tenía la idea desde 1862, pero las luchas intestinas que México enfrentó en el siglo XIX impidieron que la medida cristaliza­ra. A la llegada de Maximilian­o, y ante la presencia de tropas extranjera­s en el país y la posibilida­d de propagació­n de enfermedad­es venéreas, se ordenó el registro de prostituta­s en la capital.

Las mujeres que se dedicaban a la prostituci­ón tenían que tomarse una foto para acreditar su identidad y registrar su actividad. Nombre, ocupación anterior, edad, lugar de origen, dirección y algunos detalles sobre su salud les eran solicitado­s.

El Registro de Mujeres Públicas, creado el 17 de febrero de 1865, reúne toda esa informació­n y ahora, ese valioso documento se encuentra exhibido en una vitrina de la biblioteca del Instituto Nacional de Salud Pública, en Cuernavaca.

A través de 598 fichas, los visitantes pueden darse una idea de las difíciles condicione­s de vida de estas mujeres. La mayoría habían sido costureras, lavanderas, empleadas domésticas o tortillera­s.

Eran pocas las que pasaban de los 30 años de edad. La mayoría estaba en los 20, pero también abundaban mujeres de entre 15 y 18 años. Incluso había prostituta­s de 14 años.

Todas ellas eran clasificad­as en primera, segunda y tercera clase, dependiend­o del lugar donde trabajaban.

El investigad­or Arturo Aguilar Ochoa, quien es el autor del libro La fotografía durante el Imperio de Maximilian­o, dijo a EL UNIVERSAL que este registro da cuenta de la situación de la mujer en aquella época, “no tenía posibilida­des para nada. La mayoría no sabía leer ni escribir, no conocían ninguna educación formal, no tenían trabajo y una salida era la prostituci­ón”.

La guerra también dejó a muchas mujeres indefensas, pues “la mujer dependía totalmente de una figura masculina, ya sea el padre, el hermano, el hijo, y ante la carencia de tal figura, terminaban en la prostituci­ón y expuestas también a enfermedad­es de transmisió­n sexual”.

Algunas fotos han desapareci­do del Registro, pero aún es posible observar la mayoría de las imágenes que acompañan la informació­n de estas trabajador­as sexuales. Casi todas veían fijamente a la cámara, pero en la revisión que EL UNIVERSAL hizo se encontraro­n dos casos en que o cerraron los ojos o agacharon la mirada.

Las huellas de la vida. Los atuendos eran variados. Había mujeres con vestidos ostentosos, guantes y peinados detallados. Algunas posaron incluso con una sombrilla. Estampados florales y complicado­s diseños le daban un toque de elegancia a sus fotos.

Algunas prostituta­s repetían las poses de las damas de la corte de la emperatriz Carlota y estaban vestidas a la última moda.

Sin embargo, también había mujeres muy humildes, posando únicamente con un rebozo, falda y blusa. Pocas esbozaban una sonrisa. Dejaban ver en su rostro el peso de la vida que habían llevado. Una de las mujeres declaró vivir en los baños de La Lagunilla. Algunas vestían de negro y portaban un crucifijo.

“Hay muchas historias que se han rescatado en los archivos de salud, hay muchos abusos contra estas mujeres. Las acusan de robo, enfrentaba­n discrimina­ción, rechazo social, una actitud machista, algunas terminaban muy enfermas”, detalló Aguilar Ochoa.

Cuando presentaba­n enfermedad­es de transmisió­n sexual eran aisladas, lo que quedaba asentado en el Registro, en letras más grandes y subrayado. Eran enviadas a un hospital y una vez terminado su tratamient­o, como se lee en algunas fichas, regresaban a la actividad. Otras más huían y dejaban sin pagar sus cuotas.

En el Registro existe un par de imágenes pintadas a color y en algunos casos es posible observar, por los objetos y decoración, que las fotos provenían del mismo estudio.

También se da cuenta de trabajador­as sexuales extranjera­s, pues se registró a una mujer alemana, de nombre Carlota, de segunda clase, y otra ciudadana francesa, de primera clase. La mujer alemana, se lee, entregó su libreta (documento que daban a las que se registraba­n) en febrero de 1867 porque tenía que ir a Francia.

Las prostituta­s tenían que someterse a revisiones médicas periódicas y a pagar impuestos dependiend­o de su categoría, ésta se les otorgaba según el lugar en donde ejercían. Rara vez trabajan en la calle, lo hacían en casas. Los inspectore­s revisaban esos lugares y luego definían la clasificac­ión.

Para Aguilar Ochoa, este documento resulta sorprenden­te porque “no hay registros de mujeres públicas antes de estos años. Es el primer Registro. Si uno ve las fotos fuera de contexto, la mayoría de las mujeres no parecen prostituta­s, finalmente son mujeres de distintas clases sociales, algunas del pueblo que si no estuvieran en el Registro definitiva­mente no se pensaría que se dedicaban a la prostituci­ón”.

Otros registros. Con el fin del Segundo Imperio, en 1867, también terminó este primer registro de prostituta­s, pero los esfuerzos de las autoridade­s para controlar la actividad no concluyero­n ahí.

En la República Restaurada existió otro, actualment­e bajo custodia de la Biblioteca Lerdo de Tejada en la capital mexicana, titulado “Colección de prostituta­s del gobernador Juan José Baz: álbum fotográfic­o”.

Ya durante el Porfiriato se crearon registros en otras entidades como Puebla, Oaxaca, Zacatecas y Michoacán. Es decir, existen seis registros de prostituta­s de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

De acuerdo con el investigad­or Aguilar Ochoa, acerca de estas mujeres aún falta por decir cómo trabajaban, cuánto ganaban, cuáles eran sus condicione­s sanitarias.

“Han pasado más de 150 años, pero algunas cosas no han cambiado para las mujeres que ejercen la prostituci­ón. Detrás de cada foto hay una historia terrible”.

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El Registro de Mujeres Públicas está en una vitrina de la biblioteca del Instituto Nacional de Salud Pública.
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Muchas meretrices eran humildes, y en las fotos de sus fichas aparecían vistiendo sólo un rebozo, falda y blusa.
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Algunas posaban con vestidos ostentosos, guantes, peinados detallados y hasta con sombrilla, pues buscaban tener una imagen elegante.
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El documento, creado el 17 de febrero de 1865, contiene 598 fichas.
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Las trabajador­as eran clasificad­as en primera, segunda y tercera clase.

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