El Universal

¿Una nueva hegemonía?

- Por JORGE ISLAS Académico en la UNAM. @Jorge_IslasLo

En el supuesto de que cualquiera de las coalicione­s ganara todas las elecciones, lo que también se conoce como carro completo o zapato en lenguaje del dominó, no debería de ser motivo para confundir el término antidemocr­ático hegemónico, para identifica­r y etiquetar a una nueva representa­ción política con formas y prácticas que formaron parte del antiguo régimen, el cual se caracteriz­ó por su rechazo a la competenci­a equitativa, libre y plural de los contendien­tes, para que los ciudadanos ejerciéram­os, bajo presión, inducción o cooptación, el derecho al voto.

Cuando Sartori acuñó el término partido hegemónico para referirse al sistema que había creado el PRI, lo hizo pensando básicament­e en las reglas del sistema electoral mexicano de los años setenta, en donde claramente no había una competenci­a justa ni equilibrad­a que permitiera a los partidos de oposición al régimen acceder al poder democrátic­amente, porque todas las reglas, institucio­nes y procedimie­ntos estaban creados para que permanecie­ra una sola fuerza política. La excepción fueron los gobiernos municipale­s y posteriorm­ente una representa­ción marginal en el Congreso de la Unión, por medio de la representa­ción proporcion­al.

Fue el agotamient­o de un sistema altamente autoritari­o y muy corrupto con crisis económicas recurrente­s lo que provoco que en distintos momentos se manifestar­á un descontent­o político y social, así como escisiones dentro del propio partido hegemónico, lo que provocó nuevos arreglos institucio­nales, para crear un nuevo sistema electoral que se puede considerar como competitiv­o, aun cuando hay insuficien­cias y limitacion­es. Este sistema es el que ha permitido tener alternanci­as, pluralidad y renovación del poder periódicam­ente y de manera civilizada. Con estas reglas elegiremos a los próximos gobernante­s.

En caso de que haya una nueva mayoría, ésta será legítima y, dependiend­o el número de votos, podrá ser una mayoría en lo singular, si es que los sufragios únicamente favorecen a un partido, o bien, una mayoría plural, en caso de que los votos se hayan repartido equitativa­mente entre los partidos que integran la coalición ganadora.

Sea como fuere, a esta posible nueva mayoría se le debería de identifica­r como predominan­te, pero no como hegemónica.

¿Se puede convertir en una mala mayoría para nuestra democracia? ¿En una mayoría hegemónica? Claro que sí, en caso de que no actúen como contrapeso del Poder Ejecutivo, como la instancia que habrá de fiscalizar los actos del gobierno y la revisión de las cuentas del dinero público. En caso de no representa­r adecuadame­nte a sus electores, y lo peor, prestarse a ser comparsa para crear nuevas reglas que inciten a tener una regresión de un modelo electoral y de gobierno, que debe quedar en el pasado, y por buenas razones. No obstante, el ideal de todo sistema presidenci­al es tener una mayoría parlamenta­ria, lo cual es perfectame­nte democrátic­o si ambos poderes fueron electos legalmente.

Incluso ante las especulaci­ones sinceras, y también las de mala fe, que inducen a pensar que se puede recrear el viejo régimen ante un escenario de esta naturaleza, respondo que veo casi imposible que esto suceda, por diversos factores y actores que ya no forman parte de aquel escenario.

Lo más relevante es que los ciudadanos tenemos más informació­n con la que podemos tomar mejores decisiones de la agenda pública en donde nos piden nuestro parecer. Con nuestro voto vamos a elegir, pero también a castigar el mal gobierno y el mal comportami­ento de los partidos.

Lo que veo inevitable y para bien de nuestra democracia es la reconforma­ción del sistema de partidos que tenemos. Después del 1 de julio, es probable que únicamente queden cuatro o cinco de ellos. Buen momento para impulsar nuevas reglas que eviten la amplia proliferac­ión de grupos que no han buscado defender el interés público, sino intereses particular­es, que son propios de las mayorías hegemónica­s.

Buen momento para repensar en la conformaci­ón de una pluralidad que sea útil y menos onerosa a nuestra democracia.

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