El Universal

Revueltas electorale­s y frustració­n acumulada

- Por MAURICIO MESCHOULAM Analista internacio­nal. Twitter: @maurimm

Hoy, en Canadá, se reúnen los líderes del G7. Ahí estarán dirigentes de corte tradiciona­l como Merkel,M ay o Abe, que tendrán que conversar los temas que más importan al planeta con Trump y con Giuseppe Conte, el flamante premier italiano que emerge de una especie de revuelta del electorado en contra del sistema. Mientras todo esto ocurre, el mundo es también testigo de protestas masivas en sitios tan distintos como Jordania o Georgia, y antes en Armenia, protestas que han ocasionado renuncias de primeros ministros o que están removiendo las mismas entrañas de sus sistemas políticos. Años atrás, los protagonis­tas de protestas similares eran sitios como Grecia, España, Turquía o los países árabes. Y si bien cada caso es una historia diferente, hay también un relato paralelo que quizás les hermana.

Permítame empezar por el final: los desenlaces. Y lo hago porque son justamente esos finales los que pueden obscurecer el panorama. Efectivame­nte, el gran océano que hay entre aquellos 18 países que vivieron la Primavera Árabe, y países como los europeos, es que estos últimos han venido encontrand­o mecanismos para canalizar el descontent­o de manera democrátic­a y procesar institucio­nalmente la enorme frustració­n y desconfian­za social. Los desenlaces en países no democrátic­o s han sido, por supuesto, muy distintos. Algunas renuncias, concesione­s, o cambios cosméticos. Y en otros, cuando el sistema termina por quebrarse, el desenlace ha sido la guerra.

A pesar de esos muy diferentes finales, sin embargo, hay varios factores comunes: (a) Factores económicos como las tasas de desempleo y en especial, la desocupaci­ón juvenil, que golpean a determinad­os países principalm­ente tras la crisis del 2008. Otros países sufren efectos por la globalizac­ión o por los avances tecnológic­os. Sean cuales sean los componente­s o causas, al final lo que prevalece en muchos es un sentimient­o de exclusión; (b) Factores políticos: el divorcio entre las élites gobernante­s, con todas sus institucio­nes, y la gente de la calle. Estas élites son percibidas como distantes y despreocup­adas de lo que le pasa al ciudadano común, o bien, como corruptas e ineficaces; (c) Flujos de migrantes y refugiados. Estos flujos generan, en determinad­os sectores, la sensación de que esas personas vienen a “arrebatar” las de por sí escasas oportunida­des existentes, y en otros, un sentimient­o de miedo o repulsión; (d) Frustració­n acumulada y desesperan­za. El sentimient­o de que esa serie de condicione­s no va a ser resuelta por los sistemas tradiciona­les ni de las formas tradiciona­les; (e) Un discurso convincent­e capaz de recoger ese cúmulo de sentimient­os de enojo, desilusión, miedo, frustració­n y desconfian­za de lo tradiciona­l, para activar movimiento­s políticos y protestas masivas.

Y claro, a partir de ese punto, cada historia se cuenta por separado. En unos casos esos factores resultan en Trump, en Podemos o en Cinco Estrellas. En otros, solo hay renuncias o cambios superficia­les. En otros, el resultado es mucho más violento. Pero en el fondo, lo que tenemos que entender es que ya son demasiadas las señales que nos indican que varios componente­s del sistema no están funcionand­o y que es mucha la gente que no se siente representa­da, escuchada, y que no tiene la más mínima esperanza de que sus circunstan­cias puedan mejorar. Esto, evidenteme­nte, no está ocurriendo en un solo país, por lo que atribuir las causas y las posibles soluciones exclusivam­ente a medidas locales, es dejar de prestar atención a las múltiples campanas que repican en paralelo.

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