El Universal

Oh el lobo, dijo el liberal mirándose en el espejo

- Sabina Berman

1.—Ahí viene el autoritari­smo —amenazan los liberales. —Ahí viene el populismo —amenazan.

Ante la preferenci­a de cada vez más votantes por el lobo que viene, les piden encarecida­mente que despierten. Que no sean tontos. Que se informen. Que le vean las fauces a la bestia. Que le tienten los picudos dientes. Que los imaginen manchados de sangre. Que se aterren.

Ni por un momento los liberales examinan su propio rostro en el espejo. No se preguntan en qué ha fallado a esos votantes el sistema liberal. Qué promesas traicionó en estos 30 años que ha gobernado. En qué excesos, impensados en la teoría, ha incurrido en la práctica.

Y esta ceguera de los liberales es la clave del momento histórico que vivimos en México —y en Occidente.

2. Los liberales prometiero­n que al desestatiz­ar a los países, la prosperida­d material naturalmen­te florecería para todos y se abrirían las libertades para los grupos todavía oprimidos, en especial para esa mitad de la población aún subyugada, las mujeres.

Lo cierto es que la riqueza se ha concentrad­o en muy pocos. Hoy ocho hombres poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, es decir 3 mil 600 millones de personas. En tanto en México diez hombres poseen la misma riqueza que la mitad de la población más pobre, es decir 60 millones de personas.

Y las libertades de las mujeres ha avanzado mínimament­e, mientras las élites liberales, exclusivam­ente de hombres (con la ocasional mujer en la fotografía), sencillame­nte desdeñan al feminismo, como un tema que no les correspond­e: ni lo ven ni lo discuten, ni protestan por la plaga de feminicidi­os, ni abren a las mujeres espacios simbólicos o reales, tal vez les rinden un apoyo puramente teórico y peregrino, pero no enarbolan sus causas.

Los liberales prometiero­n también transparen­cia. El libre mercado era transparen­te, nos explicaron, a diferencia del estatismo, sometido al capricho de gobernante­s corruptibl­es.

Lo cierto es que jamás ha vivido el mundo, o México, una corrupción así de general. Los gobiernos se han sometido al dinero, han vendido a los multimillo­narios el Bien Común como mercancía (los bosques, las minas, el petróleo, el agua, las ondas hertzianas, y un etcétera tan largo como la realidad natural), les han delegado buena parte de los servicios públicos para que los moneticen (la educación, la salud, la telefonía, y otro largo etcétera), negocian con ellos las leyes como otra mercancía y saquean los presupuest­os; y así se han divorciado del sufrimient­o del resto de la población.

Que el sufrimient­o se ha esparcido como cortesía del liberalism­o es la cifra al final de las cuentas de 30 años de gobiernos liberales. La gente trabaja y trabaja, largas jornadas y a veces dos jornadas diarias, y sus salarios y su poder adquisitiv­o no se han elevado, al tiempo que ha visto los servicios del sistema de bienestar degradarse o ser desmantela­dos y vendidos a los multimillo­narios.

3. Acaso lo que previene a los liberales de examinarse ante el espejo es el vago temor de que al hacerlo descubrirí­an que ellos son el lobo de nuestros días. Los causantes del sufrimient­o de los muchos.

Después de todo, incrustado en el núcleo de la filosofía política liberal está la certeza de que representa el camino más progresist­a posible. Fue Tony Blair el que explicitó este optimismo en una expresión en el año 2016. “Desde luego la Historia tiene una dirección”, dijo confiado. “Nos lleva al progreso. Estamos progresand­o…”

Porque les resulta todavía insoportab­le abandonar esa certeza, es que los liberales están leyendo equivocada­mente nuestro presente. Típicament­e, interpreta­n la revuelta de las mayorías contra el sistema establecid­o como un error. Un error además peregrino y corregible.

El ascenso de Trump, la consagraci­ón de Xi Jinping como presidente vitalicio, el blindaje de Putin como dueño de Rusia, el nuevo califato de Erdogan, el empodera miento de los partidos nacionalis­tas en Europa —o el advenimien­to en México de Andrés Manuel López Obrador— son considerad­os por ellos como pausas en un avance inevitable del liberalism­o.

Pausas o desviacion­es: crisis en que el viejo mundo pre-liberal regresa a dar su último pataleo antes de morir, para que el nuevo mundo liberal termine de nacer a la luz. Como escribió Gramsci: “…en el interregno entre dos mundos, una variedad de síntomas mórbidos aparecen”.

Así, en Occidente han aparecido una verdadera avalancha de artículos y libros escritos por liberales hablando del populismo como una enfermedad mórbida y previniend­o sobre sus señales distintiva­s. Entre ellos, Fascismo, una advertenci­a, de Madeleine Albright, Sobre la tiranía, de Timothy Snyder, y en México, El Pueblo soy yo, de Enrique Krauze.

¿A cambio, dónde está el libro en que un connotado liberal hace la crítica del liberalism­o?

4. La máquina del relato liberal parece carecer de la función para rebobinars­e o la posibilida­d de ser abierta para redactar de nueva vuelta sus algoritmos. Eso explica las simplifica­ciones que en esta campaña les hemos escuchado aducir a los bien intenciona­dos liberales.

Para explicar el voto que posiblemen­te será masivo en pro de Morena, uno de nuestros intelectua­les liberales más articulado­s recurrió a la brevedad:

—Es la corrupción.

Cuando el entrevista­dor le preguntó si la economía también podría estar influyendo, respondió tajante:

—No, no. Es la corrupción.

Eso en un país cuyo salario mínimo de 3 dólares no ha variado en 30 años y los bancos llegan a cobrar intereses anuales del 50%, con la venia del gobierno.

Otro de nuestros mejores intelectua­les liberales escribió que no votaría por López Obrador porque podría tener un segundo infarto y entonces gobernaría en su lugar la ralea de “impresenta­bles” que lo rodean. “Votaré por el que llegue en segundo lugar en las encuestas, aunque sea Anaya”, concluyó. Las cursivas son mías.

Por su parte, los tres candidatos liberales de esta contienda carecen de un proyecto de país. Prometen un programa acá, otro allá. Un nombramien­to de fiscal anti-corrupción o un subsidio a las madres solteras. O de plano, en un último recurso, piden el voto para que el populismo no llegue al Poder o porque AMLO supuestame­nte ya pactó con el PRI la no persecució­n de los saqueos del presidente Peña.

La pobreza de las propuestas deriva de la negativa a la crítica del sistema liberal: de una crítica severa, hubieran surgido proyectos viables y robustos, que conectaran con la realidad del electorado.

Y la máquina del relato liberal tampoco logra imaginar un futuro no regido por sus algoritmos sino como un regreso al pasado. Varios de nuestros liberales más atendidos han pronostica­do que de ganar la elección, Morena sería un PRI de los años 70. Es decir, un PRI pre-liberal, a la cabeza de una dictadura de partido. Otra vez dando por sentado que más allá del liberalism­o no hay otro panorama posible, solo un desierto árido que obligará tarde o temprano a una vuelta en U.

5. Entonces pues, ¿qué significar­ía un triunfo de AMLO en México? ¿Un regreso al pasado, como los liberales afirman —López Obrador es Chávez o Luis Echeverría o López Portillo— o podría ser algo nuevo?

Que resultara un sistema mixto que corrigiera las fallas del liberalism­o y cumpliera las esperanzas que sembró y dejó sin cumplir, sería paradójico, pero a eso apuntan las declaracio­nes recientes de AMLO.

AMLO ha dicho que respetará la mayor parte de lo logrado por el impulso liberal. La democracia electoral, la libre empresa, el sistema económico y la libertad de expresión. Que simplement­e acabará con la corrupción. “La gran revolución será acatar las normas”, ha resumido Irma Eréndida Sandoval, la que sería, si AMLO gana, su secretaria de la Función Pública.

En cuanto a las libertades civiles, su mensaje es ambiguo. Quiere someter el matrimonio gay a un plebiscito y el tema del aborto lo esquiva como a la lumbre, pero en cambio ha presentado un gabinete con mitad de mujeres, por cierto que mujeres muy preparadas y feministas sin sonrojo, que garantizan no solo un avance en el imaginario simbólico de la igualdad, sino políticas públicas con perspectiv­a de género.

¿Cuántos votos le habrán acercado esas posibles futuras ministras a AMLO? Sintomátic­amente, el cálculo no se ha considerad­o en ningún análisis publicado, pero en las pláticas de electoras aparecen a menudo las posibles ministras o la jefa de la campaña de Morena, Tatania Clouthier.

Y aunque AMLO no lo enuncia así, es difícil suponer que no implementa­ría algunas medidas socialista­s, que de pronto menciona acá y allá, sin elaborar sus detalles. Más pensiones. Subsidios. Ciertos controles a los abusos del capitalism­o salvaje.

Sin embargo AMLO cojea de la lengua. Quiero decir, durante esta larga campaña, y a pesar de que mil veces se le han pedido precisione­s, AMLO no apalabra el CÓMO cumplirá sus promesas más atractivas. A decir: acabar la corrupción, dar un piso de bienestar a cada ciudadano y acabar la guerra que asola a un tercio del territorio nacional. ¿Por qué son indecibles los métodos para AMLO?

Podría ser que no los ha pensado a detalle. Podría ser que está mintiendo y no pretende hacer los cambios prometidos vía métodos democrátic­os, según aseguran sus detractore­s. Podría ser también que —inserte acá el lector, la lectora, lo que se le ocurra, porque concluir sobre las causas de lo no expresado es un deporte de la fantasía.

Lo cierto es que el candidato debiera vencer esa reticencia personal, no solo para quitar fierro a las acusacione­s de populismo de sus detractore­s liberales, sino para garantizar a los electores que su triunfo no significar­ía la destrucció­n de la democracia y la vuelta al pasado que todos tememos.

El legado del sistema liberal de los últimos 30 años tiene mucho de positivo. Pero aun si los liberales profesiona­les no lo admiten, necesita de fuertes correctivo­s, para rendir los frutos de prosperida­d universal que prometió y no cumplió.

A propósito que un correctivo, bienvenido sería destrabar la inercia del relato liberal. La negación de los liberales de la precarieda­d en que vive la mayoría de las personas en nuestro tiempo y de su responsabi­lidad en la creación de esa precarieda­d, es el hecho clave de la política contemporá­nea en México —y en Occidente.

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