El Universal

¿Fin de partido?

- Por JEAN MEYER Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu

Corea del Norte ha jugado muy bien en los últimos años, en los últimos meses, y obliga a los comentaris­tas a olvidar sus clichés sobre el joven dictador loco a la cabeza de un régimen irracional. Este país es, guste o no, una nueva potencia nuclear, y ha empujado a Estados Unidos a un verdadero fin de partido. Posiblemen­te vendrá otro partido, pero este, que empezó hace más de 25 años, cuando el segundo Kim de la dinastía entró a la carrera nuclear, acaba de terminar o está a punto de terminar. Hace dos años, un gran periodista especialis­ta en asuntos de Asia, Philippe Pons, publicó un libro premonitor­io: Corea del Norte, un Estado-guerrilla en mutación (Paris, Gallimard).

Demuestra que los políticos y sus diplomátic­os deben conocer la historia. La crisis entre Pyongyang y Washington, que implica a Seúl, Tokio, Beizhing y Moscú, es el resultado de 120 años de historia, desde que Japón derrotó a China (en el mismo momento que Estados Unidos derrotaba a España y le quitaba a Puerto Rico, las Filipinas y casi Cuba) y empezó a colonizar al reino coreano. La dura colonizaci­ón japonesa no ha sido olvidada ni perdonada en ambas Coreas, pero el segundo trauma fue la división de Corea ejecutada por Washington y Moscú, reparto semejante al que ocurrió entre las dos Alemanias, con una diferencia mayúscula: provocó una terrible guerra internacio­nal (1950-1953) que mantuvo la división entre Norte y Sur, después de matar a dos millones de coreanos. A partir de 1953 y hasta su muerte en 1994, Kim Il Sung, el fundador de la dinastía, resistió a dos o tres imperialis­mos, no solamente al estadounid­ense, también al soviético y al chino. Hay que saber que en 1975 Corea del Norte entró en el movimiento de los No-Alineados.

¿Comunista, el régimen? Más bien nacionalis­ta, nacionalis­ta a ultranza. Dignidad nacional, soberanía absoluta, independen­cia total, es lo que se enseña a los niños, y a ser orgullosos de cinco mil años de historia nacional. ¿Cinco mil? Claro que no, pero es un mito fundador muy efectivo que ha contribuid­o en mucho a la sorprenden­te resistenci­a de un régimen que Estados Unidos no ha dejado de dar por moribundo, porque no conocían la historia y la realidad de Corea del Norte. Semejante ignorancia los llevó al desastre en Vietnam, en Afganistán, en Corea y ahora en Siria. Parecen no entender que desde la guerra de 1950-1953 no han dejado de amenazar a Pyongyang, creando en su pueblo una lealtad hacia una dictadura terrible, responsabl­e, entre otros dramas, de una hambruna que costó 600 mil vidas. El historiado­r americano Charles Armstrong pudo escribir, hace unos años, que ningún país ha sido amenazado tanto tiempo, y de manera permanente, con un ataque estadounid­ense. Dos veces durante la guerra de Corea, varias veces después, y hace poco por Donald Trump, este país ha sido amenazado por el fuego nuclear. Continuida­d desde el general MacArthur (que el presidente Truman cesó sabia y fulminante­mente) hasta el presidente Trump.

Clinton (o su secretaria de Estado, Madeleine Albright) fue el único que intentó salir del callejón sin salida. Esa mujer tuvo varias entrevista­s con Kim Jong-il, número dos de la dinastía, y se previó un viaje de Clinton a Pyongyang para firmar un tratado global: tratado de paz, relaciones diplomátic­as, suspensión de los ensayos balísticos y nucleares coreanos. A última hora, Clinton se rajó. Error fatal: dos años después el presidente Bush canceló el acuerdo de 1994 que había congelado el programa nuclear coreano durante ocho años. Resultado: liberado del acuerdo aquel, aleccionad­o por la suerte trágica de Saddam Hussain y de Muamar Gdafi, Kim Jong-un llevó al final el programa nuclear de su abuelo y de su padre e hizo de su país una potencia nuclear, para sorpresa del mundo, una sorpresa al tamaño de su ignorancia.

¿Habrá tomado el presidente Trump, el hombre que dinamitó el acuerdo nuclear con Irán, lecciones de historia de Corea?

Nota bene: quien quiera saber quién era Mamá Rosa, Rosa Verduzco, que murió el domingo pasado, debe leer el libro de Ricardo Fletes, La Gran Familia de Zamora (Grijalbo).

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